Las veces que Lunático no olvidó a la Luna

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Tenía cuatro años, casi cinco, el primer día que se transformó, apenas había curado la cicatriz de su hombro culpable de su enfermedad, selectiva solo con los días de Luna llena. Tampoco le daba el entendimiento para saber por qué aunque aún no había Luna llena la Luna tiraba de su pequeño cuerpo como tira del mar y sus mareas. Su madre Hope le dijo una vez que su cuerpo es como el océano y que en Luna llena se expandía infinito, que por eso a la gente le daba miedo, porque la palabra océano llevaba intrínseca un miedo casi animal a lo desconocido, pero siendo honestos, a Remus nunca le gustaron las secuelas de su oleaje. Todo dolía y el pequeño no entendía. Hope Lupin le leía Donde viven los monstruos, y Remus celebraba llegar a aquella isla una vez al mes pero lamentaba terriblemente su vuelta a casa. Pero eso vino después porque esta era la primera vez que aquel niño se transformaba y posiblemente en aquel momento, a pesar de su corta edad, entendió la envergadura de su pequeño problema.
Los dolores empezaban a lo largo del día anterior, sus músculos se convulsionaron emocionados por lo que estaba por llegar y su estómago se sentía como un barco perdido a la deriva, las náuseas eran constantes y le dolía la cabeza. Dormir era casi tan imposible como comer. Los huesos tiraban como si intentaran separarse de su cuerpo, como si su esqueleto quisiera salir a ver el mundo, como si cada hueso se hubiese enfadado con su hueso vecino. Su olfato y su oído se triplicaban desde la semana antes a transformarse. Y el miedo, el miedo estaba ahí, implacable. El miedo era lo que más miedo le daba al pequeño niño. Por prescripción médica de, según el Remus adulto, gente abusiva con las criaturas mágicas, fue encerrado en el sótano. ¿Qué daño podría hacer un niño de cuatro años por muy lobo que sea? Y ahí abajo sólo había oscuridad, olía a madera podrida, las ratas no querían jugar con el pequeño porque notaban lo que estaba por llegar y apenas podía respirar por la humedad del ambiente. Aún así Remus simplemente se sentó en el suelo esperando su destino, que los rayos de la luna le acariciasen hasta arrancarle la piel. 
Dolió. Fue terriblemente doloroso. La piel tersa del niño se desgarró hasta dejar ver unos músculos excesivos para un niño de cuatro años. La mandíbula del chico se dislocó mientras sus pequeños labios se extendían en forma de hocico. Sus dientes se afilaban feroces y brillantes por su salivante boca y sus ojos marrones se tornaron más amarillentos de lo que podría esperarse en alguien que ha sido humano. Sus brazos se extendían rasgando su espalda en el camino, y sus piernas crecieron mientras se curvaban. Su cerebro dejó de pensar para seguir su lógica animal. Todo dolía y nada pasaba. Aulló, y ese aullido estaba teñido de dolor. Y lo que Remus nunca sabría porque ni Hope, ni Lyall Lupin le dirían jamás, es que ese aullido, ese primer aullido de dolor, rompió el mundo de sus padres y jamás podría recomponerse. Y esa sería una de las transformaciones que Remus jamás pudo olvidar. 

Otra de las transformaciones que jamás pudo olvidar fue la primera que pasó en Hogwarts. Apenas llevaba tres semanas en la escuela, y aunque se llevaba bien con sus compañeros, le parecía demasiado pronto afrontar todo lo relacionado con su dolencia e intentar llevarse bien con esos niños. Eran amables con él, especialmente ese tal Sirius que por alguna extraña razón desde que se conocieron en el expreso había estado intentando averiguar cosas sobre él —y sobre los demás, pero Remus era el más hermético lo cual creó la desconfianza del resto—, Peter era más cauto porque James era un poco reticente a algo más que una relación cordial y Peter siempre haría lo que James hiciera. Remus pasó los primeros días de Hogwarts sentado en el césped húmedo de los terrenos, leyendo poesía muggle y libros de la biblioteca, intentando aparentar estar tranquilo ante el hecho de lo que estaba condenado a sufrir en apenas unos días en un terreno totalmente desconocido para el lobo, afrontando que iba a ser una transformación ligeramente más complicada y dolorosa, sobre todo dolorosa. Aquel día no fue a clase y no durmió en su cama. Y lo que no sabría nunca es que este hecho haría que Sirius no pudiera dormir en toda la noche preguntándose qué podría estar pasándole a Remus. Fue trasladado de la enfermería donde había pasado todo el día a una casa que había debajo del llamado Sauce Boxeador donde pasaría toda la noche. Sentía a su lobo más agitado de lo normal, notaba los olores nuevos y parecía disgustarle, apenas había dos ventanales por el que atravesaría la luz de la luna y Remus simplemente se sentó a esperar el momento, como de costumbre. La Luna le rozó y empezó el grotesco espectáculo. Su carne rasgada dejaban ver músculos mucho más ejercitados de lo que estaban cuando era niño, su piel se recubría de un pelaje gris y rojizo, sus colmillos eran más amenazantes que nunca. Estaba frenético, olía a carne lejana y el lobo estaba hambriento, desesperado, disgustado por su nuevo hogar. Destrozar todo el mobiliario no era suficiente para aplacar a la iracunda bestia, la sed de sangre crecía en él, su propia sangre. Desgarro sus costados y lamía sus heridas con ansía. Despertó en la enfermería, con los brazos y las costillas vendadas, dolía respirar y el Sol hacía daño. Miró a su alrededor confuso hasta ser consciente de que estaba en la enfermería, vio unas ranas de chocolate y una nota:

Homo Homini LupusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora