Las cinco veces que Sirius Black lloró.

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Sirius Black nunca llora, o eso dice él y si lo dice es que es verdad. 

No es que no sea una persona de emociones, él sentía muchas cosas antes de Azkaban y de forma muy intensa, simplemente no llora. Tiene otra forma de mostrar tristeza, o preocupación, como pasar horas y horas con la mirada perdida, o dejar de hablar súbitamente durante horas, o a veces días, o incluso liarse a puñetazos con cosas o ir a buscar al idiota de Quejicus solo para descargarse un poco. 

Pero llorar, llorar, lo que se dice llorar, muy pocas veces. 

Su orgullo Black le impedía llorar cuando lo necesitaba, dejándose ahogar por ese nudo en el pecho que le asfixiaba, pero en poquitas, casi escasas ocasiones, se permite olvidarse de ese nudo, maldición de los Black, que le oprime constantemente. 

La primera vez fue cuando apenas era un crío. Iba a empezar en Hogwarts y no cabía en sí de la ilusión y ardía en deseos de entrar en Gryffindor. Esto no debería parecer extraño, de no ser porque proviene de una familia de magos de pura cepa que llevan desde tiempos inmemoriales perteneciendo a Slytherin. 

Sirius odiaba ser un Black, lo odiaba con todas sus fuerzas, y con todas sus fuerzas se esforzaba por dibujar su personalidad lo más alejado posible de lo que su apellido significaba. Rebelde por vocación, con una sola causa: fastidiar a sus padres. 

El sombrero seleccionador le puso en Gryffindor, lo cual implicó un vociferador para que todo Hogwarts se enterase de la deshonra que es para su familia (el cual escuchó con gran alegría, y por lo que parecía, Dumbledore también) y la gran decepción de toda su familia (incluida su prima Bellatrix, que cursaba sus últimos años), y sobre todo, conocer a su familia, James Potter, que también venía de una familia de sangre pura, Peter Pettigrew que era mestizo, y Remus Lupin, un mestizo pobre como las ratas. 

A día de hoy recuerda bien cual de estas noticias encajó peor su familia cuando llegó a las vacaciones de Navidad, si ser Gryffindor, haber sido más veces castigado que cualquier otra persona durante los siete años de estudios, o que uno de sus mejores amigos fuese un mestizo pobretón, pero el castigo fue peor de lo imaginado. 

Fue la primera vez que lo sintió y ahora sabía por qué estas maldiciones eran imperdonables. Walburga, su madre, concentro todo el desprecio y desdén hacia su hijo en una sola palabra: "Crucio", y todo se convirtió en un dolor sordo,negro como su apellido, el abrasamiento de todo su esqueleto, un dolor sobrehumano que nadie podría aguantar y mucho menos el pequeño cuerpo de un niño de once años.  Durante unos segundos fantaseo con la muerte. Morirse no estaría mal, echaría de menos al gafotas, al gordito y al de los libros, pero estaría bastante bien. Y luego todo se calmó y Walburga salió dando un portazo mientras Sirius se esforzaba por volver a respirar.

Un pequeñísimo Regulus entró timidamente en la habitación de su hermano.

—No deberías enfadar a mamá.

Y ahí estaban. Las lágrimas no eran por el dolor, como podía pensar Regulus o cualquier otro ser humano. Ni más ni menos que rabia contenida, la tristeza de no poder pertenecer a una familia normal, donde los padres y los hijos se quieren, y no se llegan a torturar entre ellos. 

—¿Vienes aquí a defenderla?

—No, pero no quiero que te pase nada. 

Regulus parecía más asustado por el hecho de ver a su hermano llorar que por el motivo en sí. 

—Tranqui Reg, no me va a pasar nada, en cuanto pueda me iré de aquí. Podrás venir conmigo si quieres, yo te cuidaré. 

—No enfades a mamá, porfa. 

Homo Homini LupusWhere stories live. Discover now