Parte sin título 24

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Capítulo 24

— ¿Vas a jugar? — le preguntó ella.

— ¿Qué? —contestó él.

—Estoy bromeando. Es que los auriculares que tienes puestos se parecen a los que yo usaba cuando jugaba videojuegos en línea; claro, los últimos modelos que utilizaba eran más pequeños. Casi ni se ven.

—No voy a jugar eso que tú dices. Voy a comunicarme vía telégrafo. Aunque éste es un modelo distinto. Un poco más avanzado.

—Todos ustedes parecen que dominan lo que se llama, en el otro lado, clave Morse.

—Acá se llama clave Vail. Así lo nombró el dion que trajo esa tecnología. No sé por qué. En fin, éste era un cuartel secreto. Más que de la coalición, de los ateos. Hace poco nos lo revelaron.

— ¿Qué te están diciendo?

—Estoy esperando una respuesta.

En algún sótano, de algún edificio o casa del sector Esperanza, Ciudad Mundial, Piersolain, rodeado de Sabridas, Grenka, entre otros, se disponía a contestar el telegrama, cuando alguien entre los presentes preguntó:

— ¿Les dirás que el maestro Figoren fue capturado?

—De ninguna manera. Ese chico es algo temperamental y emocional. Es capaz de cancelar la misión con tal de rescatarlo. Le omitiremos. Cuando regrese, entonces lo sabrá.

El telegrama fue contestado, recibió ciertas instrucciones. Ella, ansiosa, se masticaba las uñas. Él la sujetó por la mano, la hizo correr junto a él hacia afuera.

—Que hacemos aquí. Oye ya es de noche.

—Sí, eso dificultará algo.

— ¿Dificultará qué?

—Separémonos. Camina por ahí. Yo haré lo mismo. Si sientes algo hueco en el suelo me avisas.

No preguntó nada más. Dejó de masticarse las uñas. Tardaron como diez minutos cuando al fin ella gritó:

—Creo que encontré algo.

Cuando él llegó hasta donde ella estaba, la vio brincando sobre la arena. Sonaba como si ella estuviese brincando sobre un panel de madera.

—Sí.

El gateando mientras removía la arena. Encontró una palanca y trató de halarla varias veces, mas no la movía.

—No gracias, puedo solo.

— ¿No quieres que una chica te ayude?

—No es eso. No soy machista.

—Oh. Mejor dicho, no quieres que un dion te ayude. Te ayudaré sin manifestarme.

—Está bien —le contestó él.

—A la cuenta de tres los dos halaremos al mismo tiempo. Uno, dos, tres.

Con gran esfuerzo halaron la palanca. La pudieron mover. Al instante, una gran compuerta se abrió. Cayeron los dos...

Yamirelis: en el otro lado del mismo mundoWhere stories live. Discover now