Breve semblanza de un forajido solitario

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Roger es un vaquero diferente, un forajido amable y cortés, distinto a todos los demás maleantes de las llanuras. Si te cruzas en su camino, él es el único que no te hará daño, sino que se encargará de ayudarte en cualquier asunto respecto al cual estés perdido. Sin embargo, la vez que lo conocí, noté un gesto de tristeza eterna en su rostro escondido por el viento y su sombrero, como si cargara con algún viejo peso eterno, como si la desgracia lo acompañara a todas partes. Pero cuando habla, su tono es amigable y seguro, dispuesto a ofrecer un hombro para llorar a mitad del terrible desierto.

Me llamo Roger W. Watkinson, y dado que soy un forajido desconocido y errante de las tierras más lejanas desconocidas, y de los desiertos más inhóspitos y baldíos, decir mi edad y lugar de procedencia no tendrán importancia.

En su lugar, en unas cuantas palabras, quisiera aprovechar para obsequiar una pequeña lección a los afortunados. Los afortunados, como tú, que no tienen dolor físico o interno alguno, y que viven satisfechos, acompañados por su familia y amigos, ocultos, en algún lugar cálido, favorecidos por el valioso regalo del amor más cálido y sincero que puede existir sobre este mundo. Los afortunados como tú, que no tienen por qué quejarse, ni razón alguna para llorar, para cansarse los ojos hasta secarlos como un desierto azotado por los vientos.

Porque allá afuera, en los recovecos fríos y oscuros, calientes y hórridos, se esconden los depredadores, y las personas sin alma, que, totalmente dispuestos, te empujan y te hacen a un lado. Porque eres invisible para ellos, sin valor alguno. Pasas inadvertido entre la multitud; eres solo un alma más que discurre por el pueblo, en donde cualquier bandido estará decidido a dispararte sin importar que tengas familia y amigos que lloren por ti. Allá afuera, estarán dispuestos a ofrecer tu vida, tus pertenencias, a lastimarte a ti y a tus seres queridos sin importar quienes sean, porque allá afuera no significan nada.

Allá afuera, en los paramos soleados, fue en donde en perdí a mi única familia, en donde mi hermano, y mi querida madre, fueron asesinados a sangre fría por los bandoleros más despiadados. A día de hoy, he tratado de seguirles la pista, para vengar su muerte, pero todavía sin resultados.

De repente, y junto con el sentimiento más devastador y terrible que puede sufrir alguien, me encontré sólo. Mi chica, y mi única compañía hasta entonces, también me abandonó. No sé que pude haber hecho mal, pero también lo lamenté mucho.

Mis ojos han quedado vidriosos, enjugados, de tanto lamento. Ahora, soy sólo una mancha que vaga sin propósito entre los senderos arenosos, buscando vengar la muerte de mis enemigos. Pero, si por alguna razón llegas a encontrarte conmigo, no tengas miedo, porque si necesitas ayuda, allí estaré yo para auxiliarte. Porque aunque soy un forastero, soy de esas únicas almas que se encuentran a mitad de la llanura solitaria, que no lastima y hiere a sus semejantes, sino que, más bien, está allí para ayudar a los afortunados que de repente no tienen a nadie para salir de y para hacer compañía a los tristes, y escuchar sus problemas, tratar de animarlos, para que no tengan que terminar como yo. Siento que hago una buena labor. Pero no lo haré por nada a cambio.

A día de hoy, deambulo por las mesetas y los paramos polvorientos sobre mi woop-lizard, mi único amigo fiel, sin nadie más a quien importarle. También conservo los recuerdos de mi madre, y de mi hermano, grabados sobre mis ojos y mi sombrero de piel; una foto de la que era mi chica, en el bolsillo derecho de mi chaleco, y mi botella de plata, que siempre me acompaña en los momentos de soledad, en el bolso izquierdo de mi chaqueta de cuero.

Probablemente sea inútil describir esta sensación, porque pocas son las almas que quedan completamente abandonadas y destruidas.

Tampoco quiero hacerte sentir culpable. Tan sólo quiero que valores a tu familia, si no lo estás haciendo. En este mundo frío y hostil, ellos son tú único refugio, así que cuídalos, y no los repudies, porque ellos ya te protegen y se preocupan por ti. Son las únicas personas sobre este planeta que alguna vez lo harán.

Justo ahora, voy en camino a la cantina de ese pueblecillo olvidado, para tratar ahogar mis penas. El lugar parece animado, aunque por dentro, los caballeros disfrutarán de sus bebidas apesadumbrados y con una mirada malhumorada. Probablemente tengan sus razones para hacerlo. Cada uno de ellos tiene historias que contar, aunque aquí solamente hago un esfuerzo y te cuento la mía.

Cartas de Robert K.W. y otros fragmentosWhere stories live. Discover now