La desaparición de James E. Tetford

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Yo era uno de los catorce pasajeros que iban a bordo del autobús con rumbo de St Albans a Bennington, Vermont, la tarde del primero de diciembre de 1949.

Mi propósito ahora será explicar algunos de los acontecimientos que como testigo viví, y que rodearon su extraña desaparición durante el transcurso de las ocho horas de viaje.

Aquella mañana era muy fría, pálida y extrañamente apagada, cuando decidí abordar el mismo autobús que nos llevaría a los pasajeros directo a St Albans, en donde tenía planeado visitar a algunos de mis familiares.

Había decidido reservar mi asiento a la parte posterior del autobús; y durante la mayor parte del trayecto nada fuera de lo común sucedió. Recuerdo perfectamente haber visto al señor Tetford abordar, yo y todos los pasajeros que íbamos allí, y también haberlo visto sentarse y vaciar sus pertenencias en el portaequipajes para que después, según algunos otros de los presentes, se echara a dormir en el asiento.

Una horrible tormenta se asomaba allá afuera, donde una lluvia monstruosa asolaba el camino, y en donde imaginé con escalofríos como el hielo azotaba las hojas de las ramas de los árboles del bosque; imaginé el estrecho camino gris, azulado, a los árboles y el cielo triste cubriendo con su sombra el frágil techo del autobús andante.

Con frecuencia lo hacía, porque era un placer para mi el imaginar escenarios tenebrosos, en acontecimientos sombríos tendrían lugar. Sin embargo, lo que estaba por suceder era de una naturaleza mucho más aterradora, inexplicable y extraña, que de lo que cualquiera de mis fantasías pudieran ofrecerme.

Aunque mi asiento se encontraba solo unas cuantas filas detrás del lugar del señor Tedford, puedo asegurar que en ninguna de las cinco paradas que hizo el autobús él se bajó; al contrario, la gran mayoría lo vio dormitar durante cada una de ellas, incluido el mismo conductor.

Aproximadamente a las 5:30 de la tarde el veterano se desvaneció. Faltaba más o menos una hora para llegar al destino final, Bennington; y yo solo veía pasar los árboles cubiertos de niebla siniestra a través de mi ventana.

Totalmente absorto en mis pensamientos de ensueño, y por las visiones que se escondían más allá en los agujeros de lo profundo del bosque, lo inexplicable sucedió.

Ninguno de los testigos refiere haber sentido algo extraño, a excepción de mi, que comencé a escuchar una serie de rara música lejana, como lejana, y que parecía acercarse cada vez más, pero sin saber de donde provenía.

Lo que me estremeció fue el que la débil melodía pareciera, al tiempo que distante, más allá del bosque, cercana a uno de mis oídos, el que daba hacia los cristales de la ventana, como si yo la estuviera escuchando dentro del vehículo. No le mencioné a nadie sobre este hecho, por la simple razón de que me parecía algo tonto, y porque supuse que se trataría de una alucinación. No obstante, si estaba bastante asustado, inquieto porque nunca había pasado por una experiencia parecida. Me pregunté si los demás escuchaban lo mismo... pero lo descarté de pronto.

Minutos más tarde, el señor Tetford ya no estaba en su asiento. Lo único que se hallaba allí, en su lugar vacío, eran sus pertenencias, en el portaequipaje; y un folleto del horario de autobuses abandonado sobre él.

Nadie lo vio salir, ni siquiera el propio conductor, quien se mostró bastante estremecido, de la misma manera que yo y cada uno de los declarantes. No pudo haber escapado por las ventanas...

Hasta ahora, nunca le he referido a nadie acerca de la extraña melodía que escuché, esa tarde fantasmal, que, aunque tranquila, denotaba cierto aire misterioso y terrible, confuso, vaporoso... que precedió a la incomprensible desaparición y que vigilaba desde las lejanías hórridas del denso bosque.

Cartas de Robert K.W. y otros fragmentosWhere stories live. Discover now