T R E I N T A Y O C H O

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KANG

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KANG

Con dos helados sobre la mesa entre nosotros, juego con la cuchara mientras me preparo para contarle todo a Klara, el recuerdo de ese día tan claro en mi mente, cada detalle, cada sensación es increíblemente exacta en mi mente.

El blanco de las paredes y las luces hospital me hace entrecerrar mis ojos que ya están irritados por tanto llorar en el funeral de mi hermano. Paso en medio de enfermeras y doctores que aunque me dan una mirada preocupada no dicen nada, probablemente acostumbrados a ver gente llorar desconsolada en estos pasillos.

En mi mano, llevo apretado un papel rectangular pequeño que me dieron hace días con la fecha y el nombre del psiquiatra que vería a mi hermano. Me apresuro, revisando las puertas de consultorios, buscando el nombre en mi papelito. Soy un desastre, ni siquiera sé que estoy haciendo.

Cruzo en una esquina para encontrarme con un pasillo desolado, y al encontrar la puerta con el nombre que busco, toco la misma con desesperación. Una enfermera abre y me da una mirada extrañada, puedo ver un escritorio ahí y otra puerta detrás de ella que debe ser el consultorio del doctor.

—¿Puedo ayudarte? ¿Te encuentras bi—

—¿Dónde está? ¿Dónde está el Dr. Rodriguez?

Ella arruga sus cejas y me ojea por completo. Aún tengo puesto el traje negro que usé para el funeral, mi cabello un desastre y no quiero imaginar mi cara.

—Creo que te refieres a la Dra. Rodriguez.— mis ojos caen sobre el nombre en la puerta, ¿cómo no me di cuenta que decía Dra. Y no Dr.? Eso no importa, —ella está haciendo sus rondas, debe estar por regresar, ¿tienes cita con ella?

Sacudo mi cabeza.

—¿Estás bien? ¿Cómo te llamas?

—Kang.— murmuro.

—Bien, Kang, ¿quieres pasar y tomar un té? La doctora volverá pronto.

—No, yo no...— aprieto el papel en mi mano, hay movimiento a mi derecha y giro mi cara para ver a la persona que ha entrado el pasillo, es una doctora joven de cabello oscuro recogido en un moño desordenado. Ella trae su bata blanca puesta con una mano metida en el bolsillo y la otra sosteniendo una taza plástica de café.

—Doctora, este chico—

—Tú.— digo entre dientes, y me apresuro hacia ella, mis manos en puños, —¡Tú!

Ella no dice nada, solo me observa.

—¿Por qué no pudo ver a mi hermano ese mismo día que vinimos a ver al psicólogo? ¡¿Por qué?! Él ya estaba aquí, solo tenía que verlo un segundo, ¡un puto segundo!— no suelo decir groserías pero estoy fuera de control, —¡Eso habría sido suficiente! Pero tenían que darle una cita para días después, y ya mi padre no nos dejo salir, ¿por qué? Él estaba muy mal, era necesario verlo ese día, era...— la rabia hace que lagrimas inunden mis ojos pero no las dejo caer, —¡Es su culpa! ¡Mi hermano está muerto por su culpa!

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