Capítulo 21

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La mañana del sábado llegó con fuerza y Lara se dio cuenta de que no estaba en su pequeña cama de metro treinta y cinco sino en el gran colchón de Ernest que en esos momentos compartía con Paulie, quien la abrazaba por la cintura y escondía el rostro en su pelo.

Se mordisqueó los labios al recordar la forma tan dulce en la que la morena la consoló durante toda la noche, acariciaba y daba suaves besos en los labios mientras le susurraba que no era un error.

Pudo sentir su corazón que crecía dentro de su caja torácica ante la sensación de ser rodeada por aquella mujer.

—Buenos días—la saludó sin separarse de ella.

—¿Cómo sabías que estaba despierta?

Notó que se alzaba un poco sobre su cuerpo y el rostro delicado de Paulie apareció ante ella con una sonrisa de oreja a oreja.

—Tu respiración es diferente cuando duermes.

—¿Ronco?—fingió estar ofendida.

—No, es más algo así...—después de una pausa hizo un sonido poco humano.

Le clavó un dedo en la cintura mientras se mordía el labio y la mujer aprovechó que estaba entretenida agrediéndole para coger su barbilla en su mano y besarla con una languidez que agradeció el hecho de estar en una cama o sino se hubiera caído al suelo hecha totalmente un saco gelatinoso.

—Uhmm...—gimió contra su boca.

Y el cuerpo de Paulie bajó poco a poco hasta que su peso se acopló al suyo de una forma tan natural que se sintió desestabilizada en el instante que la mano de la mujer descansaba al lado de su cara mientras sus labios dibujaban el contorno de los suyos lentamente.

—No tienes que competir con nadie.

Por un momento no supo de que hablaba, ya que su cuerpo estaba demasiado concentrado en el calor que se generaba entre sus piernas con cada roce de la lengua de Paulie, pero con un poco de cordura se sintió un poco avergonzada de, a la luz del sol, evocar las palabras que fue capaz de decir la noche anterior.

—¿Me crees?—Paulie le sostuvo la mirada.

Era la primera vez que veía aquel negro de sus ojos tan cerca y sobre ella.

—Sí, lo hago.

—Bien—quitó la atención de su boca la mujer sobre ella y le dio un pequeño beso en la punta de la nariz y se alejó.

Con gesto confundido vio como se metía al cuarto de baño, la frustración chocando contra ella cuando su cuerpo se vio provocado, pero no saciado.

—¿Paulie?—preguntó al escuchar la puerta cerrarse.

—Un momento.

Se sentó en la cama con el olor de la mujer que estaba a tan solo unos metros de ella y la maldijo por dejarla sola después de besarla de esa forma sensual tan suya.

—Dúchate.

Pillada divagando en sus pensamientos respingó.

—¿Qué me duche?—mirando a los lados se preguntó si olía mal.

Debió de leerle los pensamientos porque la morena se acercó a ella y metió la nariz en su cuello, dejó que sus dientes se pasearan lentamente por la sensible piel empeorando, aún más, la humedad que la mojaba desde que se despertó minutos atrás.

—No hueles mal, pero tienes los ojos hinchados y quiero que tu cuerpo se sienta descansado.

Tragó saliva y su mente voló.

El camino a casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora