Capítulo 32

447 41 2
                                    

En la mañana del domingo su madre la llamó por sexta vez antes de que el reloj marcara las once, exasperada lo descolgó con la culpa concentrada en su dedo mientras pulsaba el botón verde.

—Buenas—saludó.

—Hola, te he estado llamando toda la mañana.

La mano de Paulie subió por su estómago desnudo.

—Tenía el móvil cargando, lo siento.

Tras un pequeño silencio en la línea la mujer al otro lado pareció creerse la excusa.

—¿Cuándo vuelves?

El viernes por la noche, tras la insistencia de la morena, terminó por avisar a su madre de que no pasaría el fin de semana allí ya que tras un arrebato, que no terminaba de aprobar del todo, se plantó en el piso de Paulie para visitarla.

—En un rato cogeré el coche.

—No vayas a esperar a que sea de noche, no te quiero por ahí conduciendo sola de madrugada.

Quiso responder cuando la lengua de la mujer a sus espaldas le dibujó un pequeño sendero en el hombro hasta que los dientes arañaron su nuca. Cerró los ojos ahogando un gemido.

—¿Lara?

Sonrojada apartó de un manotazo a Paulie y se sentó en el colchón lejos de ella.

—Sí, mamá. No saldré tarde.

Escuchó que se quedaba callada por un momento.

—Vale, ¿qué tal te lo has pasado?

El movimiento de las sábanas la puso en alerta aunque no fue demasiado rápida. Notó los pezones erizados contra su piel y juró que la morena le pagaría aquella "bromita" porque se moría por girarse y dejarse hacer.

—Muy bien. Fuimos al museo ayer y cenamos en un restaurante muy raro en el que tienes que hablar en código para que te sirvan.

—Suena bien.

Frunció el ceño al notar que su madre no sonaba contenta, parecía...contenida. Y eso la extrañó.

—¿Cómo estás?

—Bien—le contestó un segundo después.

Tras acabar la llamada se quedó con el móvil en la mano en silencio.

—¿Todo bien?

Los ojos negros aparecieron a su lado y ella se quedó muda al ver la desnudez del cuerpo de la dueña de aquella mirada.

—No sé, la noto rara.

Una mano le metió tras la oreja el mechón de pelo rubio rebelde.

—¿Y eso?

—No sé—volvió a repetir con un encogimiento de hombros.

Paulie le quitó el aparato que aún sostenía y lo puso sobre la mesilla de noche. Y por un momento, cuando el pecho se cruzó en su punto de visión, siendo rodeada por la esencia de Paulie que se mezclaba con la suya, alzó la mano y sostuvo en su palma aquel tierno peso que reaccionó ante su contacto.

—¿En serio?—se metió con ella.

Movió el pulgar lentamente por encima de su pezón.

—Me gusta tocarte—se explicó.

Aceptó la boca de la mujer, la besó y dibujó lentamente con la lengua la curva de su sonrisa. Y la excitación entre sus piernas la preparó para recibir a la morena.

El camino a casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora