Capítulo 28

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Internamente lloró al notar el frío en el culo, Lara se llevó una mano al pantalón vaquero y se dio cuenta que la tela estaba rota lo que dejaba entre ver parte de su ropa interior y eso logró que sus mejillas se encendieran.

—Pásate por mi casa y te dejo algo—comentaba Emma al otro lado del teléfono.

—Gracias.

Tras entregar el portátil a un antiguo amigo del instituto de Ernest, tuvo que hacer un esfuerzo colosal para esquivar una cachorro que jugaba sin control de un lado para otro y que se enredó en sus pies. En el momento que dio el pequeño salto para no pisarlo notó la tela rasgada.

Caminaba con las piernas pegadas desde hacía cinco minutos, parecía un pingüino.

En el instante que puso un pie en el portal del edificio en el que Emma vivía, se relajó y subió al ascensor con prisas antes de abrazar a su amiga en el momento que abrió la puerta.

—Ni se te ocurra decírselo a Kat o me amargará la existencia—suplicó.

La mujer, con su pelo rubio algo más oscuro que el suyo, le sonrió y la dejó entrar. La luz diáfana entraba por los grandes ventanales del hogar de la fotógrafa y dejaba entrever el bohemio estilo que se derrochaba en cada cojín, en cada gran cuadro que la observaba en la distancia con tanto corazón como tenían los ojos de su amiga.

—No se lo diré.

Sí lo haría, pero no le importaba.

—¿Pantalón vaquero?

Dejó caer su peso en un puf de color rojo con intrincados grabados dorados asintió.

—Estoy molida.

Emma desapareció en dirección a su habitación.

—¿Nada interesante?

La dueña del piso volvió a aparecer y le tendió unos pantalones que se puso allí mismo.

—Me llegué donde Styles, pero me dijeron que solo aceptan currículums por internet—suspiró.

—¿Y la tienda esa de informática que te llamó?

Lara se encogió de hombros.

—Me ofrecieron algo a tiempo parcial para cubrir una baja durante un par de semanas.

—¿Lo aceptarás?

Puso los ojos en blanco.

—¿El primer contrato medio decente que consigo desde que me echaron? Por supuesto.

—¿Pero...?

Entrelazó sus manos y jugó con los pulgares, dibujaba pequeños círculos alrededor el uno del otro mientras dejaba que el ruido que sonaba a lo lejos en su cabeza tomara forma en la panorámica de sus ojos.

—Pero...—comenzó— si lo acepto no podré ver a Paulie hasta casi final de mes.

Y si no lo aceptaba estaría cerca de la bancarrota dentro de poco tiempo. Las visitas a la morena terminaban por costarle más dinero del que pensaba y se negaba a aceptar que ella pagara todo.

—¿Por qué no le pides algo a tu madre?

—No le pediré dinero a mi madre.

—¿Por qué no sabe que estás saliendo con Pau?

No pudo evitar levantar una ceja porque Emma sabía muy bien la respuesta. No, ese no era el motivo. Por mutuo acuerdo, aunque con algo de oposición por su parte, pensaron que por el momento lo mejor era mantener lo que tenían en secreto hasta que ellas mismas aclararan sus sentimientos, aunque no usaron esas palabras. El epicentro de su negativa a pedirle dinero a su madre era que si lo hacía, esta desplegaría una flota de compasión y montones de "ya sabía que pasaría esto" que la tendría cubierta de un agobio del que no sería capaz de salir.

El camino a casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora