Capítulo 25

657 47 3
                                    

A Paulie se le aceleraba el corazón cada vez que Lara llamaba al timbre de su apartamiento, corría hacia la puerta ansiosa por poder abrazar a la muchacha rubia.

Y quizás por eso aquella semana fue un completo desastre.

Tras saludar a Peter Davis, recepcionista de Enfruits de toda la vida, se arrastró hasta su oficina, donde la esperaría otro largo día en el que su jefa le reñiría si la viera coger el móvil una vez más y que estaba demasiado lejos de la semana próxima, que era cuando finalmente podría volver a ver a Lara.

El acuerdo de verse cada dos semanas no se sostenía demasiado bien, al menos por su parte, ya que parecía, según su círculo amistoso, Veronica, un fantasma.

—¿Terminaste el informe de la cuenta Hawker?

Se dio cuenta de que estaba mirando la pantalla del ordenador donde el cursor no se había movido desde que llegó cuarenta minutos atrás.

—Enseguida lo acabo, dame cinco minutos.

Anges, su jefa, la miró con fastidio antes de fijar su atención en la mesa paralela a ella, donde Ben Miller, buitre al acecho de su puesto, charlaba tranquilamente por teléfono. La rivalidad de aquellos dos siempre terminaba por pasar factura a todos y era bastante raro que la bomba, que siempre parecía a punto de estallar, no rodara de un pie a otro a la espera de que alguien la detonara.

—Tienes tres—manifestó la mujer sin apartar su mirada del hombre que también la observaba de reojo.

—Vale.

Tras meter sus credenciales en la base de datos no tardó demasiado en acceder al programa, abrió el archivo que tenía ya medio empezado, pero que no fue capaz de terminar porque se entretuvo la noche anterior con una videollamada con Lara, y se puso a trabajar agradecida del pequeño margen que su cabeza pareció darle y se llenó de concentración.

Después de dejar los documentos recién impresos sobre el escritorio de Agnes, que estaba en una pequeña oficina dentro de la misma habitación en la que ellos cohabitaban, fue por un café.

—Eh—la saludó Veronica al verla llegar a la máquina de bebidas.

La mujer, afroamericana de metro setenta que siempre le sacaba una cuarta por los tacones que adoraba llevar, la miró con los ojos hinchados del sueño y le dio el café que acababa de pedirse.

—Gracias—farfulló.

Su rostro no debería estar muy alejado de su amiga porque si la conocía lo suficiente sabía que jamás cedería su café un lunes por la mañana, a nadie, aunque fuera a sacar otro segundos después.

—¿Cómo está siendo tu día?

Esperó a que sacara el pequeño vasito de plástico de su enganche y la acompañó hasta la azotea donde le gustaba ver el panorama mientras Veronica se fumaba su cigarro matutino.

—Una mierda—reconoció con el cuerpo apoyado en la barandilla.

Las vistas desde allí siempre lograban calmarla, el observar el mar verde que las rodeaba y los rascacielos al final solía transmitirle una sensación de paz que aliviaba el estrés que pesaba en sus hombros, pero últimamente en los momentos de silencio solo quería que el tiempo pasara más rápido.

—¿Cómo de mierda?

Con el ceño fruncido tomó un sorbo de su café y se quemó la lengua, aunque se le saltaron las lágrimas aguantó con gesto serio mientras su amiga la miraba a través el humo que expulsaba por la boca.

—¿Del uno al diez?—preguntó.

Sentía el cielo de la boca irritado.

Veronica asintió.

El camino a casaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora