Capítulo 8: De comienzos y finales (parte III)

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—¿Fhender? —como si estuviera examinándolo—. Buen nombre —sonreía cálidamente—. Es hora de que sigamos.

El joven no hacía más que mirar su nueva arma y a su maestro. Sus ojos brillaban denotando emoción. De a poco la concentración se fue apoderando de él hasta que pudo volcar toda su atención en Rigal.

—Sigamos —respondió simulando seriedad ante su maestro.

En el camino hablaron sobre algunas características distintivas de los Edenur y de como seguiría el entrenamiento del joven. Ahora que tenía su báculo, debía aprender a usarlo.
Tras algunas indicaciones de Rigal, aprendió a dejar su arma sobre su espalda, entre el zurrón. En ese momento, notó que su maestro no llevaba ningún bolso. Decidió preguntarle por qué y su respuesta fue: "los Mythiers no llevamos equipaje".
Entre risas, la atención del joven fue atrapada por un sonido casi imperceptible proveniente de su derecha; en verdad, parecía que sólo él había sido capaz de distinguirlo, ya que su maestro había continuado caminando. Comenzó a acercarse y el sonido a acrecentarse. Le hacía recordar al ruido que hacían las hojas al resquebrajarse. Parecía que salía de entre unos escombros, que marcaban el rastro de lo que anteriormente habría sido una gran estructura. Estando tan cerca como para ver con claridad, el sonido había desaparecido. Se encontraba entre pilas y pilas de chapas, hierros, ladrillos y demás materiales que los ojos del joven no alcanzaban a distinguir. Agachándose, encontró familiar a una figura que se ocultaba bajo una torre de polvo; al soplar se dejaron ver dos tomos prominentes. Las tapas se encontraban dañadas y las hojas en su interior parecían rasgadas.
Nuevamente el sonido apareció y tomó por sorpresa al joven; quien volteó y corrió algunos ladrillos. Achinó sus ojos al ver un pequeño rastro de pelo naranja, y siguiéndolo con su mirada encontró una cola. La cola de un animal, no era larga; en verdad parecía de un animal pequeño. Creyó que estaba muerto; aunque con alguna esperanza levantó una chapa que tapaba el resto del cuerpo.

—¿Qué es esto? —hablaba consigo mismo intentando creer lo que sus ojos le mostraban. No se parecía a nada que hubiera visto nunca—. ¿Un castor? —se preguntaba mientras se acercaba para inspeccionar mejor. El animal se encontraba recostado, sobre sus cuatro patas y cubierto por una masa esponjosa de pelos anaranjados—. ¿Puercoespín? —rascaba su cara y sonreía.
El joven giró unos pasos hacia su izquierda y pudo ver que de sus patas salían diminutas garras negras; entre las cuales había algunos pedazos de hoja.
Eso lo avivó que el animal no estaba muerto.

—¿Estás bien? —la voz de Rigal sonó a pocos metros y de repente el joven recordó que no estaba solo.

—Creo que necesita nuestra ayuda —respondía sin pensar en su pregunta.

El Mythier se acercó y paseó su mano por el lomo del animal. Luego de observar asombrado unos cuantos minutos dijo:

—Es un cachorro... No sé bien de que... —intentó agarrar una de sus patas pero desistió inmediatamente al ver que le dolía—. Y está muy herido.

—Lo llevaremos —dijo decidido—. Te pondrás bien —acariciaba el pelo de su cabeza.

El ronroneo del animal enternecía a cualquier ser con capacidad de emoción. Rigal lo levantó despacio y con mucho cuidado revelando su verdadero tamaño. Pesaría unos seis kilos y cabía perfectamente entre los brazos del Mythier.

—Necesita alimentarse y quizá algunas curaciones... Creo que está enfermo; pero se pondrá bien —aseguraba su maestro—. Ahora debemos irnos.

 Ahora debemos irnos

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Fhender: La rebelión de los Vahianer ©Where stories live. Discover now