Capítulo 11: En camino (parte III)

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Luego de la profunda meditación que realizaba Fhender todos los días, decidió acostarse a descansar como lo habían hecho sus compañeros hacía ya unas horas. Oriana les había recomendado descansar bien ya que Hor solo estaba a unos kilómetros; y una vez allí, no habría descanso posible hasta abandonar el reino.
El joven se sentía algo temeroso por su próximo destino. De solo recordar a Gena palidecía. Ahora conocía la historia de los Ghetar y podía recordar y encontrar sentido en aquellas palabras que hacía ya mucho tiempo había leído: «Con el pasar del tiempo, los creadores se dieron cuenta, que habían razas, que eran más agresivas que otras, y que por su naturaleza imponían su voluntad, eran dominantes. En un principio los creadores dejaron que esto ocurra, creyeron que la naturaleza sería sabia, pero el resultado de este accionar fueron muertes, batallas, guerras. La reproducción de las razas dominantes fue cada vez mayor, al igual que su poderío en Etel y Enal. Los creadores creían haber perdido el control».
Logró rápidamente conciliar el sueño, acompañado del sonido de los grillos y algún que otro búho. Algunos sueños lograron despertarlo; aun así no lograron evitar su descanso. Después del camino recorrido, Fhender había adquirido algunas habilidades para controlar sus emociones. Había crecido.

Luego de unas pocas horas Oriana comenzaba a despertar a la compañía al grito de "ya es la hora, pónganse sus ropas. Iremos a Hor". Bori entreabría sus ojos deseando que sea un sueño.

—No creo haber —balbuceando—. Dormido lo suficiente.

—Arriba —decía Germanus mientras se abrigaba—. Agradecerás salir mientras termina la noche...

El joven también deseaba dormir más tiempo; pero sabía que no era posible. Le parecían ridículas las prendas que tenía para ponerse; aunque no sabía lo mucho que las agradecería. Sabía que los tapados estaban hechos con la piel y el pelaje de algún animal, pero prefería no saber de cual.
Al colocarse los guantes agradeció el volver a sentir sus dedos.

—Esperemos que estos abrigos nos ayuden a pasar el viaje —decía Oriana quien ya estaba vestida con una capa que solo dejaba ver parte de su rostro—. Llegaremos a Hor en el momento de menor frío, de día e intentaremos salir del reino antes del anochecer... antes de congelarnos —permitiéndose ese chiste, que a nadie le causaba gracia—. No pararemos, no descansaremos; y al llegar tendremos que caminar.

—Tengo una pregunta —decía Fhender luego de que la guerrera había terminado de hablar—. ¿No nos cazaran? Es decir... Si somos el enemigo, ¿Por qué nos dejarían pasar tranquilamente por su reino?

—Porque todavía no se decretó estado de guerra —respondía Germanus mientras montaba—. Pasaremos como comerciantes o simples viajeros... Por eso es importante cruzar a pie y no llamar la atención.

—Estaremos vigilados —continuaba Oriana—. Nadie dijo que no será peligroso... —cambiando su tono de voz—. ¡Nos vamos! —observando al resto de sus compañeros montar.

Las palabras de Oriana se habían perdido por los aires hacía ya unos kilómetros. Como se esperaba, el frío cada vez se volvía más espeso y el viento los empujaba fuertemente en dirección contraria. De tanto en tanto se podía observar algún que otro charco congelado y resabios de nieve acompañando los débiles troncos de aquellos árboles que cada vez, con menor frecuencia aparecían.
Bori se preguntaba si al abrir su boca se convertiría en hielo su lengua. Era un clima insoportable para cualquier humano; y con cada paso que daban, descubrían un nuevo clima de invierno, un eterno invierno.
Las ropas hacían muy bien su trabajo y no permitían que el frío llegara a la piel. Contaban con unos zapatos amarronados que llegaban a cubrir poco menos antes de la rodilla. Unos pantalones abultados confeccionados con tres capas de tela invernal, al igual que la camiseta en la parte de arriba. Unos guantes de cuero animal revestido protegían sus manos mientras que un tapado de aproximadamente seis kilos, envolvía todas las demás prendas. Exteriormente estaba recubierto de pelaje que tenía la función de contener la nieve en las extremadamente bajas temperaturas. Interiormente estaba confeccionado con dos cueros cosidos de animal maduro. El tapado llegaba a cubrir con una especie de capa también, toda la zona de la cara, dejando solamente libre los ojos.
El grupo había gastado casi todo su dinero en el mejor abrigo que pudiesen comprar.
El joven recordaba a Germanus y a Bori quejándose de la inversión y a pesar no poder demostrarlo, reía por dentro. Llevaba abrazado el zurrón y envuelto con su tapado. El animal, que ya no entraba en el equipaje, ocultaba su cabeza quedándole más de medio cuerpo afuera.
Mientras iba pensando en el tiempo que había pasado desde su último baño, en un arroyo cercano a la salida de Rasgh, le fue imposible notar el desvanecimiento del sol. En verdad quizá nadie lo había notado, pero la oscuridad cada vez se volvía más presente dejando atrás los claros reflejos del amanecer. Un amanecer que no se desarrollaría en Hor.
Pocos eran ya los pájaros que acompañaban al grupo. Las plantas y sus flores se habían vuelto inexistentes y comenzaban a abundar por los costados del camino hojas secas y ennegrecidas. Algunos árboles ramificados adornaban el paisaje y a lo lejos se comenzaban a apreciar, altos pinos totalmente nevados.
Las ondeadas de viento empezaron a traer consigo mismo un pestilente y abrasivo olor; tan fuerte que el joven intentaba contener su respiración para evitarlo. Unos segundos después, Germanus estiró su brazo dando a entender que quería frenar. Volteó con su montura hasta enfrentar a sus compañeros y se dispuso a hablar. El viento soplaba tan fuerte que debía elevar su tono al borde del grito para comunicarse.

—Señores —no podía verse su rostro pero quienes lo acompañaban sabían que tras esa palabra había una sonrisa irónica—

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—Señores —no podía verse su rostro pero quienes lo acompañaban sabían que tras esa palabra había una sonrisa irónica—. Llegamos a Hor... El lugar más seguro de todos los reinos.

Fhender giró una y otra vez su cuello intentando encontrar alguna señal, algún cartel o indicación que diera la razón a Germanus; pero no la había. En esa búsqueda, notó que el suelo estaba completamente escarchado. Había capas y capas de nieve por todas partes y desde allí podían notar que a lo lejos se incrementaban.
Lo desolado de la escena no lo configuraba solamente el clima y la vegetación; sino también la falta de chozas y personas. La falta de sol, la falta de ruido.

—¿Cómo es que estás tan seguro de que llegamos? —preguntó el joven mientras veía a sus compañeros desmontar.

—¿No sentís eso? —hablaba Bori intentando humorizar la situación. Fhender creía que le estaba haciendo una broma, hasta que Oriana le explicó que se trataba del Ilpe.

—¿Cómo es que pueden comer eso? —preguntaba perturbado después de recibir la explicación.

—Tenemos que apurarnos... Esto es Hor. No hay soldados en la entrada, porque no hay entrada. No hay indicaciones ni caminos. No hay sol y hace frío —cambiando su tono de voz y aplaudiendo—. ¡Eh! Hice una rima.

De esa manera, sin descansos ni paradas, comenzaron a caminar a la par de sus monturas. Hor era el reino más pequeño; o eso era lo que le habían dicho al joven para tranquilizarlo. Germanus estimaba que en quince horas saldrían de la zona de peligro y en veinte, debían estar cruzando hacía Lenor.

—¿Cómo es que pueden comer eso? —volvía a insistir con el tema.

—Son bestias Fhender —respondía la guerrera—. Además, prefiero que coman eso y no a nosotros —el joven movía su cabeza dando a entender que estaba de acuerdo—. Será un olor que no te olvidarás nunca en tu vida —reía sin fuerzas.


                                                                                                                                                                  NicoAGarcía

                                                                                                                                                                  NicoAGarcía

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Fhender: La rebelión de los Vahianer ©Where stories live. Discover now