Capítulo 8; Roseone.

232 23 80
                                    

Sakura Haruno tuvo un sueño una vez.

En el sueño ella moría.

En una cama de hospital, en silencio, dormida, tranquila. Tenía nueve años cuando sonó aquello por primera vez, y no tardó mucho en decírselo a ella.

—Este sueño es importante —había dicho Kaguya, mientras hacía una pequeña mueca—. ¿Sakura?

—¿S-sí, Kaguya-hime?

—¿Recuerdas cuando soñaste con aquel halcón enjaulado? —la pelirosa le observó en silencio, casi sin recordar bien, pero asintió—. En el sueño, tú tomabas aquel halcón en tus manos y lo dejabas volar. ¿No es cierto?

—S-sí.

—Es parecido —dijo la peliblanca—. En el sueño del halcón te sentías apresada, y decidiste ya no estarlo más, así que hiciste las cosas por tu cuenta por primera vez y volaste lejos. En este sueño tienes miedo a morir, pero aceptas que es algo que todos padeceremos algún día y por eso quieres una muerte tranquila. ¿No es verdad?

—Oh. ¡Kaguya-hime es muy inteligente! —la niña de nueve años estiró sus brazos con una sonrisa—. ¡Espero convertirme en una mujer tan inteligente como Kaguya-hime!

—Mi querida Sakura —la peliblanca removió algunos mechones del cabello castaño y besó su frente—. Sólo hace falta que seas una mujer inteligente, no te pongas tales límites. Algún día llegarás a ser más que yo, mi pequeño roseone.

Siempre al final de su sueño, no importando como muriera al principio, Sakura se paraba frente a su tumba, veía a su familia dejar flores en su lápida y se quedaba en silencio. Su madre solo se reía sobre su tumba, su padre la despreciaba en el más allá, y Hizashi Haruno solo la miraba con rencor. Mei... ella solo le recordaba que era su culpa, todo era su culpa. Siempre fue su culpa.

Aquel sueño nunca dejó de perseguirla.

A medida que iba creciendo aquel sueño se convertía en una pesadilla, ya no temía más miedo a  morir, temía ser reemplazada. Incluso siendo grande soñaba con ello, con Sarada parada frente a su tumba, sin decir nada, solo murmurando, ni siquiera lloraba, porque ella lo sabía, jamás fue una madre realmente ejemplar y aunque lo sintiera en sus últimos momentos le falló la verdad. Le aterraba la idea.

Su participación como roseone bajo el ala de Danzo, su abuelo paterno, le había dado un nuevo poder que sorprendentemente nunca había esperado. Aunque por la preocupación de éste y su madre prefirieron darle misiones de franco, también la entrenaron en otros campos, incluyendo la obsesión de su madre porque ella fuera la mujer perfecta y un arma útil al mismo tiempo. Sin embargo, admitía que le gustaba estar desde lejos, observar su presa en silencio y luego matarla sin que se lo esperara, había un poder lujurioso en eso.

Saber que mientras una persona caminaba tranquilamente por la vida, ella desde miles de metros de altura podía simplemente matar y acabar a aquella persona... arrebatarle sus sueños con un parpadeo como ella había tenido que sufrir siempre... Era un poder incomparable.

Se había retirado entonces cuando quedó en embarazo, y cuando se dio cuenta de la leucemia, y volvió también meses antes de morir. ¿Por qué? Porque sabía que no le quedaba mucho tiempo, el cáncer la agotaba a montones y estaría muerta cuando antes, pero... los arrastraría a ellos con ella.

En últimas, su sueño se había vuelto más tranquilo. Una cama de hospital -que a lo mejor se debía al cáncer del que le habían informado cuando se dio cuenta que estaba embarazada de Sarada-, flores a un lado y a ella durmiéndose, y luego nada más que árboles de cerezo, como al principio. Una muerte indolora, fascinante. Muy diferente a todo lo que alguna vez creyó.

El esposo de un abogado |Sasunaru|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora