LIV. Mis deseos a la estrella que bajaste al fin del cielo.

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Últimamente, las instantáneas tienen el poder de volverme nostálgico

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Últimamente, las instantáneas tienen el poder de volverme nostálgico. Hace un rato me encontré en el teléfono una fotografía que me tomé con Annie el verano pasado. Cada vez que la veo, no dejo de pensar en lo mucho que he cambiado en tan poco tiempo, y en lo curioso e impredecible que es el mañana. El Samuel del pasado, el que veo en la pantalla, jamás se imaginó que su vida daría tantas vueltas por culpa de sucesos insignificantes que se vieron conectados para dar un mismo resultado: mi presente. Estoy seguro que de que este chico que fui yo hace un tiempo, creyó que su monotonía seguiría tan imperturbable como esta fotografía. A veces pienso que las personas somos como ríos, que nuestra vida fluye por un cauce llamado destino. Que, al igual que sus aguas, vamos cambiando poco a poco con el transcurso del camino. Por eso, si analizamos el pasado, nos percatamos de que ya no somos iguales, que el ayer y el mañana son unos desconocidos que se conocen demasiado.

Ahora el mundo se me hace de lo más complejo, lleno de detalles a los que antes no quería mostrarles la más mínima atención. Y tengo cada vez más claro que existen más camino que los que me marcan otros, que, en vez de palabras de aprobación externas, debo ser yo quien me apruebe a mí mismo. Aunque es algo tan difícil de lograr.

Madre mía, la falta de sueño me vuelve poeta.

—¿Cómo has dormido?

La voz de Rainer interrumpe mis pensamientos, trayéndome de vuelta al mundanal ruido protagonizado por conversaciones de extraños que preferí ignorar hasta ahora. Una mujer habla por el megáfono, avisándonos en varios idiomas de la próxima parada, y el metro desciende su velocidad de forma paulatina hasta detenerse. Nosotros no nos levantamos porque este no es nuestro destino. Muevo la cabeza, lo miro y sonrío.

—Sabes que no hemos dormido nada esta noche.

—Ya, lo siento por eso —murmura, volviendo la vista a su teléfono. Desde hace un buen rato solo se dedica a chatear; supongo que es la mejor forma que ha encontrado para evadir la mente.

Miro al techo e intento distraerme. Hace casi una semana que mi madre me echó de casa. Ahora paso las noches con mi pareja, con Klaus o con Adam. 

Tengo tanto sueño que, si cerrase los párpados aunque fuese un momento, me quedaría dormido. No he podido pegar ojo en toda la noche debido a que Rainer y su padre estuvieron discutiendo hasta tarde. Como era de suponer, sus avances respecto al tema de Farah han sido muy frágiles, y a veces volvía a recaer en negar la realidad. Ayer, mientras padre e hijo cenaban, mantuvieron una conversación en muy buenos términos que derivó en una pelea de más de dos horas, la cual dejó al señor Wolf exasperado. A todo eso hay que sumarle el hecho de que esta situación parece haber acabado con la poca fortaleza y paciencia que le quedaban.

El resto de la noche la pasé hablando con Rainer por el mero hecho de que ambos necesitábamos despejar la mente; él para olvidar todo lo relacionado con su hermana, yo para olvidar en qué tipo de situación me encuentro: con una familia que me ha dejado de lado y sin un hogar al que regresar. Al menos Sylvia me escribe a cada rato para recordarme que todo irá bien. Eso espero. 

Rompiendo mi monotonía.Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon