Han pasado ocho años. Cap: 32

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Han pasado ocho años. Ocho largos y laboriosos años.

Para mí demasiado tiempo atrapado en mi desconsuelo, sintiéndome vacía sin saber cómo no sucumbir a la tristeza. Por supuesto, mi vida siguió su curso como si fuera un río. Nada se salió de lo convenido. Nunca permití que así fuera. Siempre les había dado a los demás lo que esperaron de mí, así que acabé la carrera y me especialicé en pediatría. Supongo que mis sobrinos fueron, en su mayoría, los culpables de esta decisión. Yo había aprendido con ellos a adorar incondicionalmente a los niños. Comencé a hacer las prácticas en un hospital y pronto obtuve un puesto en mi especialidad.

No fue difícil. Mi elevado coeficiente siempre me permitió pensar que al menos mi carrera profesional no iría a la deriva como el resto de mi vida. Me encanta mi trabajo, realmente me gusta. Me siento querida a mi alrededor, a pesar de que sigo en mi empeño de no disfrutar de las relaciones humanas como el resto. Pero mis compañeros parecen haber visto algo en mí que les hace aceptar ese hecho. Me siento amada a mi alrededor, y lo que es más importante aún, me siento respetada. Después de acabar mis estudios y conseguir mi primer trabajo, decidí que era hora de independizarme, sabía que tenía que hacerlo. Mi padre, por supuesto, se empeñó en conseguirme un ático a cinco kilómetros del hospital donde yo trabajaba, cosa a lo que yo me negué. Su respuesta fue clara. Me dijo que todo lo que había conseguido en la vida era por nosotros y que ello nos pertenecía por derecho. ¿Para qué quería todo aquello si no nos servía de nada? Así que acepté. A decir verdad, jamás pude negarle nada a mi padre.

Lo amaba demasiado. Fue así como empecé a vivir una vida de adultos de verdad. Al principio fue difícil, más de lo que nunca pudiera imaginar, pero me obligué a seguir firme. Me resultaba tremendamente paradójico que cuanto más adulta me hacía, más temor me provocaban las relaciones humanas. No me importaba comportarme de forma absolutamente ridícula en presencia de mis niños, sin embargo, seguía teniendo dificultad para comunicarme con los demás. Tal vez nunca dejaría de ser una niña en mi interior. Tal vez no esté hecha para la vida como los demás... Tal vez no he encontrado aún mi verdadero camino. Sólo que no sé siquiera por dónde empezar. En estos ocho años no volví a ver a Camila, tan sólo supe de su vida por algunas ráfagas de algo que comentaba Cris , aunque siempre tuve la extraña sensación de que para él le era tan desconocida como para mí. Él siempre mantuvo contacto con ella y yo sabía que eran múltiples las ocasiones en las que se veían. Creo que mi hermano nunca perdió la esperanza de tenerla. Yo no he podido olvidarla. No encuentro manera alguna de sacarla de mi corazón. Mi amor, por increíble que parezca, ha perdurado impoluto a través de todo este tiempo. La huella que ella me dejó es imborrable. Me enseñó el significado de muchas palabras sin pretenderlo. Me mostró que era capaz de amar como el resto del mundo, incluso que era capaz de hacerlo con una intensidad difícil de igualar. Pero ella nunca vio cuánto pude amarla. Sus ojos siguen alterando la calma de mis sueños. Puedo perderme en ellos e imaginar que algún día también podrían mirarme de la manera que la miran los míos. Ni siquiera en ese estado de inconsciencia que produce el sueño, puedo deshacerme de su hechizo. No creí que el amor doliera tanto, pero duele. He tenido ocho años para comprobarlo. A veces simplemente, querría seguir sumida en mi mundo de sueños junto a ella y no despertar jamás, aun sabiendo que no es real.

Pero si ésa fuera la única forma de tenerla a mi lado, yo la aceptaría con una sonrisa. El por qué ni tan siquiera yo lo sé. Otras personas han pasado por mi vida, personas que sin embargo no lograron hacerme dimitir de mi búsqueda. Creo que no he conseguido otra cosa que elevar a Camila en un pedestal, intocable, perenne.

Mi obsesión fue lo que la mantuvo en mi pensamiento durante todo este tiempo. Y supongo que eso mismo será lo que la siga manteniendo en el mismo sitio. Tenerla en mis pensamientos y negarme a que me abandonara allí también quizás haya sido un error. Ya ni siquiera soy capaz de distinguir el amor de la obsesión, o los sueños de la realidad. Cada día que pasaba me fui desvinculando más de mi familia. Era lógico que con el paso de los años nuestras diferencias se hicieran más evidentes y el hecho de que yo me encerrara en mí misma no ayudó en absoluto. Sólo mi padre siguió intentando atravesar las defensas que yo me había autoimpuesto. ¿Qué diría él de mis obsesiones? ¿Qué pensaría si le dijera lo que siento? Si de algo estaba seguro es de que yo no había descubierto aún cuál era mi lugar en el mundo. Pero sigo buscando.

Busco algo que me haga sentir plena, tan llena que no me dé tiempo a pensar. ¿No es lo que buscamos todos? Yo creo que sí, pero en mi caso debe ser algo que borre todas las dudas y los miedos. He aprendido a mantener una relación cordial con las personas que me rodean y dejar de esconderme en mí misma.

Aún así, dudo mucho que alguna vez imaginen la pesada carga que llevo sobre mis hombros, lo desdichado que es mi corazón, la desesperanza que una vez, hace ocho años me inundó, y que aún perdura con cada latido. Todos a mi alrededor parecen tan felices, que me pregunto si yo habré nacido sin ese gen. ¿Qué es realmente la felicidad? ¿Es un estado consciente o inconsciente? Muchas cosas me han hecho feliz, he reído, he disfrutado... ¿es eso a lo que se refieren con felicidad? ¿o se parece más a lo que sentí cuando mi boca se unió a la del ser que más he amado en esta vida? Quizás debería describir lo que sentí, quizás he sido más feliz en un minuto de lo que lo ha sido la mayoría de la gente en toda su vida

Mi bella CamilaWhere stories live. Discover now