Hice lo que deseaba y necesitaba. Cap:59

1.6K 96 0
                                    


– ¿Y por qué no lo dijiste antes? Hubiéramos pedido comida china o cualquier cosa. Será porque no hay restaurantes de todo tipo en esa maldita ciudad... –alegó demasiado exaltada.

– Camila, no es eso... Mi estómago sigue rebelándose contra mí estas últimas semanas y no quiero forzarlo mucho.

– Espero que me estés diciendo la verdad. Aunque no me extraña que te pase eso, teniendo en cuenta cómo has tratado a tu cuerpo últimamente...

– Ya he recibido más de una queja por tu parte de ese asunto. –la interrumpí.

– Y ya se acabó la bebida para mí. Me miró sospechosamente pero no dijo nada más, dándome con ello un ligero margen de confianza. Poco después ella terminaría su propia cena y recogió prestamente los restos. Mi atención volvió hacia el álbum de fotos. Estaba extrañamente deseosa de verlo. Tenía curiosidad por descubrir si en su interior habitaban fotos de Camila siendo una niña o de, si incluso, contenía instantáneas de su hermana fallecida.

– De acuerdo. –se sentó a mi lado por enésima vez.

– Ya veo que no hay nada que te interese más que ver lo que ese viejo álbum esconde.

– ¿Tan evidente soy?

– Para mí sí. Cogió el deseado objeto y lo abrió por la primera página. Yo me acerqué aún más a ella para tener una mejor perspectiva del asunto, con lo cual estábamos hombro con hombro.

– Ten. Sujétalo tú, así no tendrás ningún problema. –concedió Camila. Intercambiamos posiciones con la variación de que ella se apoyó sobre una mano en mi muslo. Tan cerca estaba que pude sentir su aliento en mi mejilla. Se inclinó levemente y yo eché un rápido vistazo al escote que permitían los últimos botones de su camisa. Me volví rauda cuando ligeramente logré avistar el inicio de sus senos. Demasiado para mi pobre voluntad. La primera foto en blanco y negro era de un precioso bebé de pocos meses, rechoncho y sonriente.

– ¿Eres tú? –pregunté. Por el rabillo del ojo la vi asentir.

– Te gustaba comer, por lo que veo... –bromeé.

– Y eso que aún no has visto unas que me tomaron algunos años después...

– ¿Estabas gorda? –pregunté con asombro, girándome hacia ella. Por primera vez fui consciente de cuán cerca estaba de mí.

– Y era bastante fea, además...

– Eso sí que no me lo creo... –añadí moviendo negativamente la cabeza.

– Sólo tus ojos ya te hacen merecedora de cualquier calificativo menos ése...

– ¿En serio...? –dijo en tono meloso, cosa que hizo que mi cuerpo temblara de la cabeza a los pies.

– Sí. –tragué con dificultad y pasé a una segunda hoja.

– Sofia... –me informó, aunque yo ya lo había deducido al ver la instantánea de una niña de unos ocho años.

– Se parece a ti.

– Ella era mucho más guapa que yo... Camila pronunciaba las palabras despacio, con inmensa tristeza. Tal vez no había sido una buena idea, después de todo, abrir aquel álbum lleno de duros recuerdos para ella.

– ¿Quieres que lo dejemos? –pregunté cauta.

– No, adelante. Pasé la hoja y encaré un par de fotos de Camila, pero era una Camila que bien valía por dos. – ¡Oh, Dios mío! –exclamé sin poder evitar reírme.

– Te lo advertí... Me giré hacia ella y ella levantó el rostro hacia mí. La risa se disipó en un segundo. Carraspeé y devolví mi atención a lo que tenía entre manos, que era lo único que me daba cierto espacio para no pensar en la cercanía de Camila y en su mano sobre mi muslo. ¿Por qué tenía que ser tan malditamente bella? ¿Por qué no podía dejar de desearla con todas mis fuerzas, aun sabiendo que eso no me aportaba otra cosa que dolor? Ella comenzó a parlotear sin descanso.

– En el colegio me llamaban albóndiga. Los niños a veces podían ser muy crueles... Aunque a mis espaldas, claro. Yo era mucho más grande que la mayoría y, en cierta, forma me tenían miedo... Mientras la oía hablar, comencé a ponerme cada vez más nerviosa. El corazón me latía sin orden ni concierto a la vez que las manos empezaban a temblarme. Estaba segura de que si Camila dejaba de hablar notaría al instante el frenético movimiento de mi pecho al respirar. Ella estaba tan cerca, tan cerca... – ... más de una vez regresé a casa sangrando por la nariz por alguna pelea en la que me había metido... Eso sin contar mi tendencia a escalar todo lo que levantara más de un metro del suelo... Apreté las mandíbulas y me llamé al sentido común, pero mi sentido común se había evaporado junto con mi voluntad. Así que me giré rauda e hice lo que deseaba y necesitaba, incluso más que respirar. Camila no se movió cuando mi boca cubrió la suya. Quizás no le di tiempo a que lo hiciera. Tan rápidos fueron mis movimientos que incluso a mí me sorprendieron. Cerré los ojos con fuerza y comencé a mover los labios absorbiendo el sabor de los suyos, consciente de que tendría muy poco tiempo antes de que Camila se apartara. Lo que nunca esperé fue que ella comenzara a mover los suyos en sintonía. Me permití probar con mi lengua y lamí su labio inferior tentativamente. Cada uno de mis sentidos a punto de explotar cuando me permitió adentrarme en el oscuro rincón de su boca. "No permitas que me muera, no ahora...", recé interiormente a un Dios en el que apenas creía, al sentir que la vida se me escapaba de puro placer. Sentí que Camila se inclinaba hacia delante para añadir más presión al beso. Sus labios comenzaron a cubrir los míos con hambre y su lengua se encontró con la mía a medio camino. La urgencia por asistir a mis pulmones con nuevo aire fue lo único que consiguió apartarme, pero lo hice lentamente, liberando poco a poco uno de sus labios de entre mis dientes. No estaba preparada para abrir los ojos, aún así lo hice. Camila me miraba de forma extraña, con los labios aún entreabiertos. La realidad y la noción de lo que yo acababa de hacer me golpeó de repente. Me levanté del sillón asustada. El álbum cayó a mis pies ruidosamente, pero ninguna de las dos pareció reparar en este hecho. ¿Qué has hecho?, repetía mi mente una y otra vez, embargándome con un sentimiento de culpa difícilmente de soportar.

– Lo siento... –dije con esfuerzo, aunque el tono ronco por el deseo de mi voz confirmó justo lo contrario. La miré gritándole mudamente que dijera algo, cualquier cosa con tal de que dejara de mirarme de aquella forma. La última vez que yo había hecho algo así había provocado que Camila huyera de mi lado. Un castigo demasiado imposible de soportar una segunda vez. Era dolorosamente evidente que Camila no estaba dispuesta a decir una sola palabra, y aún existía la duda de que si lo hiciera a mí me agradara tal respuesta, con lo cual recogí los restos que quedaban de mi autoestima e hice lo único que se me ocurrió que fuera lo correcto. Me dirigí hacia la puerta y recolecté mis pertenencias antes de abandonar el apartamento. No oí ni sentí ningún vestigio de que ella quisiese realizar cualquier mínimo intento por hacerme desistir. Por entonces, y durante mucho tiempo después, un único pensamiento rondando mi cabeza. Casi podía asegurar, a menos que tuviera la valentía de volver a mirarla a los ojos, que había visto a mi eterna y bella Camila por última vez.

Mi bella CamilaWhere stories live. Discover now