¿Cómo estás, niña?. Cap:61

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Un repentino dolor y la autocompasión anegaron mis sentidos. Tenía que salir de allí como fuese. Ya había hecho el ridículo y ahora era el momento de salir mientras tuviera fuerzas para ello. Por segunda vez en muy poco tiempo, la urgencia de huir del lado de Camila era insufrible.

– Tengo que irme. –le anuncié.

– Espera... –me dijo y yo podía jurar que su voz estaba atorada, como con dolor.

– No. Tengo que irme. –repetí, casi para mí misma. Abrí la puerta y eché a correr. Sentí que Camila me seguía.

– ¡Lauren! –me llamó y aceleré el paso.

– ¡Lauren! Golpeé el botón del ascensor varias veces con furia. Ella llegó hasta mí.

– Lauren, por favor. No te vayas. Tenemos que hablar.

– Vuélvete, Camila. ¡AHORA! –grité la orden desesperada.

– ¿A qué has venido? –preguntó ignorándome. Al contrario de mí, su voz demasiado calmada.

– Dímelo, por favor.

– Te lo suplico. Esta vez te lo suplico con todas mis fuerzas. Vete. La cabina se abrió para mí y entré en ella buscando refugio. Bajé la cabeza y antes de que las puertas se cerraran del todo, pude observar por el espejo a Camila aún en el mismo sitio, mirándome con la expresión más triste que había visto en mi vida. Sabía que no tenía derecho alguno a reprocharle nada. Pero eso no quería decir que no me doliera comprobar que en su vida no había sitio para mí. Días antes mi cama también la había ocupado otra persona. ¿Cuál era la diferencia? La diferencia, tuve que admitir, es que ella, cuando cerraba los ojos, no me veía a mí. Me volví a mi casa a pie. La lluvia siguió castigándome incluso con más dureza que antes. Al llegar a mi ático, estaba aterida de frío, temblando descontroladamente y con un dolor de cabeza que obnubilaba mis sentidos. Me deshice de toda la ropa húmeda y decidí tomar un baño caliente para entrar rápidamente en calor. Metida en la bañera, con el agua hirviendo brotando del grifo, pensé en lo que acababa de ocurrir. Todo era culpa de mi empecinamiento. ¿Por qué no podía dejar ir a Camila? ¿Por qué? Hace ocho años me había resignado. Entonces supe que la seguiría amando, pero nunca esperé que eso cambiara. Sin embargo, ahora yo misma me había metido en un pozo demasiado profundo. No había manera posible de que saliera de él sin sufrir amargamente. Pero ya estaba agotada. Inmensamente agotada de librar una batalla que estaba perdida desde el principio. Ella se había alejado de mí una vez y ahora sería yo quien optaría por esa solución. Dejaría aquella ciudad. La haría desaparecer de mi vida como fuera. En mi vida había estado tan decidida a lograr algo como en aquellos momentos. Camila me había dicho que las cosas se logran cuando se lucha por ellas. Yo aceptaba mi derrota ahora. Pero ya no quería seguir siendo una perdedora. Me froté el cuerpo frenéticamente, como si de esa forma pudiera arrancarla de mí. Para siempre. Me apeé del coche a la mañana siguiente y entré en el que había sido mi hogar durante mucho tiempo. Todo allí seguía igual que siempre. Nada más alcanzar el interior el inconfundible olor a flores recién cortadas me dio la bienvenida junto al sonido del enorme reloj de cuco del salón. Inmediatamente, Lourdes, nuestra cocinera, salió a recibirme. La vi acercarse, con su delantal, sonriéndome. No la recordaba con tantas canas. Supuse que el tiempo no perdona a nadie.

– ¡Lauren! –me dijo, dándome un enorme abrazo. Era la primera vez que pisaba la casa después de la muerte de mi padre. Casi me sentía extraña dentro de aquellas paredes, a pesar de todo.

– Pensé que eras tu madre...

– ¿No está ella en casa?

– No. Salió bien temprano esta mañana. La oí decir algo de ir al cementerio, pero supongo que está a punto de volver. Ya casi es la hora del almuerzo.

Mi bella CamilaWhere stories live. Discover now