Capítulo XXI : Confidencia

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El olor a estofado se impregnó en su nariz. Por un momento creyó que se trató de su madre que estaba preparando la cena. No tardó en darse cuenta que estaba equivocada, al abrir los ojos con cuidado y toparse con aquella enorme habitación, con sábanas rojas y una frazada de tela suave. Al destaparse comprobó que tenía puesto una camisa negra y que no tenía puesto su ropa interior. Entonces recordó todo. Había perdido su virginidad con su representante. Las imágenes vinieron desordenadas a su mente. Tragó pesado y un rubor se tiñó en sus mejillas. Al voltear hacia un costado visualizó sus prendas, tendidas sobre una silla de madera. Boruto la había llevado a su dormitorio y estaba preparando la cena. ¿Cuánto había dormido? Miró el reloj: eran las diez de la noche.

—Demonios.

El olor al perfume de vainilla del rubio se había adherido a su cuerpo desnudo. Su camisa no solo le quedaba grande, también se sentía bien usándola, así que solo se colocó la ropa interior y su falda. Quería seguir usando su camisa. Era una forma de saber que habían compartido un momento íntimo y quería atesorarlo. Descubrió que había sido cuidadoso con ella y ya no le dolía nada. Recordando la forma en que habían hecho el amor, el rubor no dejaba de aflorar en sus mejillas, se sentía toda una pervertida y no tenía idea de por qué le daba pena. Eran novios, ¿verdad? Era lo más normal del mundo. Y sin embargo, sentía vergüenza.

Bajó las escaleras con cuidado y entonces el olor se sintió más fuerte, se notaba que era estofado de pasta con carne y el hambre la estaba matando. Olía rico y ya quería probarlo. Nunca había comido nada hecho por él. Se preguntó si sería tan delicioso como aparentaba. Al bajar las escaleras, rodeó el pasillo y salió por la sala, sin dudas se encontraba preparando la cena. El recuerdo de su madre cocinando se suplantó por la imagen del rubio con aquel dichoso delantal azul, el cual además de quedarle perfecto y sexy, le recordaba a su madre. Se apoyó en la pared que dividía las dos salas:

—¿Qué cocinas? Huele rico.

—Estofado—confirmó con una sonrisa—. ¿Dormiste bien?

Boruto se había cambiado de ropa. Se colocó una musculosa negra, apegada a su esculpido cuerpo varonil y un jean holgado, que le quedaba sensual. Con esa prenda lograba lucir sus músculos que, sin ser exagerados, eran atractivos. Como le llevaba casi dos cabezas, se ocultó detrás de su espalda y lo rodeó por la cintura, arrugando su nariz para olfatear el olor a la comida que preparaba.

—Huele bien.

—Igual que tu—bromeó.

—¿Qué insinúas, Uzumaki?

—Que también eres rica—continuó con sarcasmo.

—Eres un pervertido—le dio un leve golpe en la espalda y se apartó para ayudarlo a poner la mesa.

Sarada colocaba los utensilios y las vasijas sobre la mesa, mientras que el rubio no dejaba de espiarla desde donde estaba, curvó sus labios. Esta noche dormirían juntos. Y sería extraño hasta para él. Jamás imaginó que comenzaría un romance con una modelo y siendo honesto, ni siquiera le importaba a esta altura del partido. Disfrutaba conociendo nuevas facetas de ella y cada vez la amaba con más intensidad. Sentía que podía abrirse solo con ella y que su personalidad era sincera. Sarada fue la única que lo hizo gemir. Mio ni siquiera lo había logrado. La pelinegra era fantástica. Le enseñaba cosas que nunca imaginó descubrir. Esa velada transcurrió tranquila, entre una conversación y otra, acompañado de pequeñas caricias, besos, abrazos y algo de música. Se quedaron en la piscina un rato hasta que sus cuerpos pidieron descansar. Al recostarse en aquella cama matrimonial, Sarada se acurrucó a su lado y le susurró al oído:

Indomable Encanto (Borusara)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora