4. Mi rincón favorito de la ciudad

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—¿Tú lo sabías?

El sol iluminaba con fuerza la mesa en la que se encontraban sentados, cada uno con un café. Marzo era el mes del cambio en muchos aspectos, pero no podían negar que agradecían aquellos rayos que golpeaban sus rostros. Sobre todo Agoney que, fijándose en los ojos de Raoul por más de un segundo por primera vez en la tarde, se dio cuenta de que aquellos ojos miel parecían girasoles cuando el sol chocaba con ellos.

» No me mientas, por favor. Sabías quién era y por eso te acostaste conmigo, ¿verdad?

El moreno suspiró contra la afirmación del contrario, que ahora removía su café nervioso, incapaz de mirarlo a la cara.

No mucho había pasado entre los dos en aquella semana, pero sus mentes no podían decir lo mismo. Ninguno de aquellos dos chicos se atrevería jamás a admitir que no había podido dormir desde que se enteraron. Quizás Raoul lo pasó peor, ignorante de lo que podía significar haber encontrado a aquella persona a pesar de haber leído cada referencia en Internet y en libros polvorientos de biblioteca durante años. Simplemente no podía entenderlo. No le entraba en la cabeza cómo podía estar unido a alguien que ni siquiera conocía, cómo podían haberse conocido en otras vidas, lo veía ilógico. Al menos hasta que miró a los ojos color café que tenía frente a los suyos y pudo ver que la confusión era compartida. Sin embargo, lo que Agoney no podía entender era el rechazo de Raoul, aunque sí su miedo.

No me temas pensó, sin retirar la mirada de aquellos ojos color girasol.

Ojalá no temerle a todo esto pensó el otro, con el labio inferior mordido y los ojos resistentes a las lágrimas que amenazaban con salir.

—No, Raoul. No lo sabía, yo... —Bajó el tono de voz y en un susurro concluyó—. No soy adivino, mi niño.

Escuchó una risa que, a pesar de sonar irónica, como pidiendo ayuda a algún ente de fuera de este mundo, hizo que el sol brillara aún más.

—Yo... —Suspiró, tras mirarle fijamente a los ojos y apartar la mirada rápidamente—. ¿Qué se supone que tenemos que hacer ahora, Agoney? ¿Hacernos novios, vivir juntos, adoptar niños y ser felices por siempre? ¿Es esto una puta peli de Disney?

—¿Y por qué me lo dices como si fuera mi culpa, Raoul? ¿Crees que yo sé lo que tenemos que hacer?

—Agoney es que pareces tan... Tranquilo. Y te envidio, de verdad, porque a mí ahora mismo me da miedo hasta mirarte a los ojos.

El canario buscó su mano y la agarró con fuerza, mirando a aquellos dos girasoles que ahora parecían marchitos.

—Sabes que no tienes por qué tenerme miedo, ¿verdad?

Raoul rio, irónico pero sin retirar la mano contraria de la suya; al contrario, entrelazó sus dedos.

—Es que yo... Siempre he sentido que toda mi infancia fue una mentira, ¿sabes? Cuando dije tu nombre por primera vez, mi padre lo relacionó con algún personaje de la televisión y mi madre quiso buscar sobre ello, más por simple curiosidad que por otra cosa. Imagínate su sorpresa cuando buscando y buscando lo único que encuentra son leyendas canarias en las que el héroe se llamaba Agoney, y claro, explícale tú a mis padres cómo un niño de apenas un año podía saber algo sobre lo que no ha escuchado hablar en su vida. Mi madre... Siempre mintió, cuando le preguntaban algo sobre cuál había sido la primera palabra de su niño pequeño, ella siempre respondía una diferente. La gente se daba cuenta, claro que sí, pero nadie entendía por qué mentía en algo así. Años más tarde descubriría que era porque se avergonzaba de que no fuese el prototipo niño normal. A pesar de saber que no era así, sentía que mi madre no se sentía orgullosa de mí, Agoney, que era el raro de la familia. Y supongo que lo sigo siendo, porque le acabo de confiar mi mayor secreto a un desconocido.

Aunque tú no lo sepasWhere stories live. Discover now