7. Reencuentros

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30 de junio

—¿Cuándo viene?

Raoul rodó los ojos. Su mejor amigo le había hecho esa pregunta al menos diez veces en las últimas veinticuatro horas.

—Te he dicho que no lo sé, Alfred. Quiere que sea una sorpresa.

—Pero, ¿lo habéis hablado?

—Que sí, pesado. Que viene pronto.

—¿Tan pronto que ahora mismo podría llamar a esa puerta?

Y, como por arte de magia, el timbre de la puerta sonó. Raoul miró a Alfred con los ojos abiertos mientras este se encogía de hombros y corrió a abrirla.

Obviamente, no era lo que se esperaba.

Dejó escapar un suspiro.

—¡Oye! Hola, ¿eh? — La rubia imitó un gesto enfadado—. Yo también te quiero.

—Ay, perdón Nerea. Es que este tonto de los cojones no para de preguntarme que cuándo va a venir Ago y me está poniendo de los nervios.

Y era verdad. Raoul estaba muy nervioso por volver a ver a su novio. Apenas habían pasado cuarenta días, pero, a pesar de haber hablado casi todas las noches —mañanas para él—, se le habían hecho eternos. Todo se sintió demasiado inmenso porque su alma lloraba y, aunque no se lo hubiera dicho por no caer en un bucle de intensidad, estaba seguro de que la de Agoney también. Habían estado tanto tiempo separadas que, ahora que por fin se habían vuelto a encontrar, la distancia se sentía como el peor enemigo.

Sin embargo, le agradaba pensar que, después del terremoto que había supuesto su ida, la calma estaba más cerca que nunca ahora que se aproximaba el reencuentro. Suspiraba cada vez que se imaginaba a un Agoney completamente liberado del pasado, dispuesto a quererlo bien y besando sus labios como sello de su promesa.

Había dudado, por supuesto que lo había hecho. No era fácil pensar que por fin podrían darle un fin a esa historia cuando había fallado tantas veces, en tantas vidas. No obstante, cada vez que lo hacía, leía la carta que aquel chico le había dejado, inocente y sincera, y la apretaba contra su pecho, sonriendo y normalmente con el rostro sonrojado.

Agoney no lo sabía, pero cada noche intentaba reflejar su historia en canciones que, probablemente, nadie escucharía nunca, pues pensaba dejarlas como testigos del secreto que sus corazones habían guardado.

No podía imaginarse cómo sería el reencuentro. No sabía si se lanzaría a besar esos labios que tanto estaba añorando o si, por el contrario, preferiría abrazarle durante minutos infinitos, intentando que sintiera las ganas que tenía de volver a verlo. Quizás pudieran parar el tiempo, al fin y al cabo, su relación era mágica en todos los sentidos.

Y, si no podían hacerlo, tenían todo el tiempo del mundo. Ahora sí.

—Raoul, te estás poniendo más rojo de lo normal—Fue Nerea la que lo sacó de su ensimismamiento—. ¿Estás bien, cariño?

El aludido se sonrojó y asintió, encogiéndose en el sofá y haciendo ruiditos tiernos.

—Es que me estoy acordando de él.

Nerea musitó un "oh" y se levantó para tirarse encima de su amigo, que expulsó una carcajada y la abrazó a la par que le acariciaba el pelo.

—Jo, Raoul. Es que sois tan bonitos.

Sonrió, dejó un beso en su frente y dirigió su mirada a Alfred, que tecleaba rápido en el ordenador.

—¿Y tú qué escribes, gato?

Aunque tú no lo sepasHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin