5. Creo que te quiero

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—A ver si me he enterado porque esto es raro de cojones. ¿Básicamente me acabas de decir que las almas gemelas no sólo existen en las películas pero además que el chaval del que te encoñaste en el aeropuerto y al que después te tiraste ha resultado ser la tuya?

—Es un buen resumen, sí.

Alfred se recolocó las gafas y frunció el ceño ante su amigo que, por mucho que le hubiera explicado que todo lo que estaba diciéndole era verdad, aún era sospechoso de vacile.

—Raoul, sabes que esto es lo más surrealista que he escuchado en mi vida, ¿verdad?

El aludido asintió, comprensivo. A él también le parecería surrealista que su mejor amigo le contara algo así y, más aún, si se diera en una situación tan rara como la que estaban viviendo en ese momento: dos de la mañana, los dos tumbados en la cama del rubio, con las piernas enredadas con confianza y las manos de Alfred acariciando sus mechones rubios.

—Lo sé, gato. Claro que lo sé. Joder, si hasta a mí me parece surrealista que me haya...

Un suspiro interrumpió su discurso. Su mejor amigo paró de tocar su pelo para mirarlo con una expresión de sorpresa.

—¿Que te haya qué?

Después, segundos de silencio que se hicieron eternos para el que buscaba las palabras correctas para expresar lo que sentía en ese momento.

—Que me haya gustado tan rápido, tío. Hoy hemos quedado y lo he llevado a mi rincón. ¿Y sabes lo que he pensado? —El contrario negó y una risa irónica salió de su boca—. Que ojalá ahora en vez de mío fuera nuestro, Alfred. Estoy jodido, estoy jodidísimo.

El del Prat no dijo nada pero no dudó ni un segundo en acoger a su mejor amigo entre sus brazos, en un abrazo que podría sanar cada herida, nublar cada pensamiento malo y salvar a cualquier persona. Alfred, su Alfred, el que había visto cómo Gabriel le rompió el corazón en cuarto, el que no dudó en enfrentarse a Mario, cinco veces mayor que él, cuando se rió de Raoul enfrente de toda la graduación y el que comprobó la ilusión en sus ojos cuando conoció al estúpido de Miguel aquel verano de hormonas revoltosas y primeras veces. Alfred, el que tantos abrazos le había dado hasta quedarse ambos dormidos en cualquier cama, el que no pudo evitar llorar desconsoladamente cuando le confesó que era bisexual y le aterraba contárselo a alguien más.

Su Alfred, que nunca había visto a un Raoul enamorado y, ahora que lo hacía, de algún modo tenía ganas de llorar de la emoción.

—¿Jodido por qué exactamente? ¿Porque te da miedo enamorarte? —El rubio se retorció para poder abrazarse aún más a su pecho.

—No, gato. Porque esto es demasiado inmenso y me da miedo no estar a la altura. Joder, si es que nada de esto tiene sentido.

—No fuerces las cosas, Raoul. No sé una mierda de almas gemelas, pero creo que si te gusta ese chico deberías dejarlo fluir y ya está. Seguramente él está exactamente igual que tú y quizás ese sea el punto de que os hayáis conocido, que ahora os podéis complementar, descubriros y disfrutar. Al fin y al cabo se supone que habéis esperado mucho tiempo, ¿no?

El mayor alzó las cejas y rió, provocando la misma reacción en su amigo que depositó una carcajada sobre su pecho antes de subir hacia su rostro y dejar un beso en su mejilla.

—Eres el mejor, gatito. ¿Te quedas a dormir?

—Me quedo, pero voy a por agua antes, ¿vale? Duérmete.

El rubio asintió con un "no tardes" y se acurrucó en su lado de la cama, luchando contra el sueño que empezaba a ganar la batalla.

Raoul cayó rendido en brazos de Morfeo pero Alfred tardaría mucho en dormir aquella noche pues, con el portátil sobre su regazo, comenzó a escribir el guión de la historia más bonita que había escuchado nunca.

Aunque tú no lo sepasWhere stories live. Discover now