Señales en el armario.

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Pov Calem

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Pov Calem.

No puedo creer lo rápido que avanzó el día y todavía tengo esa incómoda y vergonzosa sensación del momento en el que Stefan terminó dentro de mí. Hasta pensarlo me daba pena, no podía ser es tipo de sumisos solo porque es tan voraz y convincente al tener sexo.

¿A quién carajos quiero engañar? Lo que me frustraba era que, incluso algo que me aparecía asqueroso como el semen, ahora me resultaba erótico solo por las cosas que él hacía.

Sin mencionar el dolor en mi cadera, piel, espalda baja y... Bueno, más allá de mi espalda baja ni hablar. Pero aprendí a venir preparado y mi mágico ungüento —creado a base de muchas cremas y calmantes— era muy efectivo para estos casos y me permitía trabajar y caminar con normalidad (normal en lo que cabe tratándose de mí, obviamente)

—Tu bolso, Dagger —Me habló Magna, nuestro callado y algo escalofriante jefe de piso, el cual tenía un aura militar, tajante y experimentada. 

No tendrá más de treinta años, pero gracias a su firmeza y seriedad cuenta con varios apodos en la compañía, algunos por su personalidad y otros por su peculiar físico.

Es bastante alto «y no lo digo por ser descaradamente bajo, claro que no», su cabello rapado al ras, con una piel acaramelada en algunos sectores y excesivamente pálida en otros; como habrán imaginado tiene vitíligo en varios lugares muy visibles, incluidos sus ojos: gélidos y mayormente negros, que recién ahora pude notar unos ligeros atisbos de su vitíligo en ellos, dándole pintitas celestes asimétricas.

Decir que las diferencias físicas en la empresa no importaban, siempre y cuando fueses eficiente, estaba claro para los jefes —Los cuales no conozco—. Aunque a mi parecer no había muchas personas con diferencias físicas marcadas... O tal vez las ocultaban como yo. Quién sabe.

En mi ensimismamiento algo volvió a bajarme hacia la realidad y fue el señor Magna pestañeando varias veces algo confundido, para luego extender mi bolso frente a mis narices.

—¿Se encuentra bien, señor Dagger? —habló con seriedad.

—¡S-Sí señor! ¡Gracias señor! —«¿Por qué carajos lo traté como un general militar? Va a pensar que soy un retrasado.»

Sin embargo se limitó a observar furtivamente a nuestro alrededor,  respiró hondo y se inclinó un poco hacia mi rostro, para luego sonreír cortésmente.

—No vuelva... —habló bajo— a levantar así la voz —musitó haciendo breves pauses—. Llama mucho la atención. —Noté de forma inmediata su rechazo e incomodidad por la mirada de la gente sobre nosotros.

Creí que estaba acostumbrado por su físico, es decir, el vitíligo tiene unos patrones uniformes, es atractivo y de hecho ya me acostumbré a verlo, pero la gente en la calle seguramente se queda viéndolo fijamente.

EN EL ARMARIO (+18↔GAY)Where stories live. Discover now