20. Enamorados.

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1958, Ciudad de México.



Joaquin


El frió aire de la ciudad de México nos recibe con gran ímpetu, son las dos de la mañana por lo que la urgencia por dejar la maleta en la habitación y conciliar el sueño las pocas horas que quedan antes de tener llamado matutino esta en mi prioridad numero uno.

—Joaco, creo que perdí la lla-llave.La adormilada voz de Emilio me saca de mis pensamientos y me hace enfocar mi mirada hacia sus rizos exageradamente despeinados. —No están en mi maleta, perdóname, las perdí...

—Emilio creo que sigues dormido, hace un momento te dije que las llaves las tengo yo...

Los achinados ojos del rizado se abren de par en par al darse cuenta de que el cansancio le esta jugando una mala pasada, por instinto me acerco a su cabeza y le remolineo sus despeinados rizos en una muestra cariñosa. Sus mejillas están tiernamente sonrojadas y no me cuesta demasiado trabajo darme cuenta que las mías están en el mismo estados que las de él. Últimamente nuestros rostros pintados de color carmesí era algo muy habitual.

Giro la llave de la puerta, ignorando  el puñado de emociones que Emilio me hace sentir, sabiendo que es demasiado temprano para meterme el pie de esta manera.

Sin decir palabra, acomodo mi cuerpo en mi cama caliente, acurrucando mis pies y manos en las cómodas cobijas de nuestra habitación. Por su parte veo en medio de la tenue obscuridad que Emilio repite mi acción descansando su cuerpo en la cama que esta frente a mí.

Nuestras miradas se unen sin decir palabras, y casi al mismo tiempo ambos sonreímos, sin explicaciones, sin saber exactamente con que motivo, solo alcanzo a ser consciente de que en su cara se pinta una sonrisa dirigida hacia mi dirección y yo tengo una para él de vuelta. 

Mis ojos comienzan a cerrarse por el sueño que aun me alberga, y entre sueños su sonrisa se queda en mi mente, siempre en mi mente.





Emilio


Coloco mi bandeja vacía en el estante grisáceo de la cafetería escolar. La hora del almuerzo a terminado y el tiempo de volver a las ultimas clases del día ha comenzado. Sin saber como explicarlo siento como si mi mandíbula estuviera entumecida, puesto que desde que desperté no he logrado dejar de sonreír.

Comer junto a Agus, Pablo, Adrian y Joaquin ha conseguido que mi buen humor se mantenga por las horas que quedan del día. Sin darme cuenta he ido notando como poco a poco me cuesta menos trabajo integrarme a sus conversaciones, en distintos momentos me descubro a mí mismo riéndome sin pena de sus chistes, rematando sus ideas con mis ideas propias, siendo parte de su grupo con una comodidad que jamas había sentido.



El ultimo banco de la fila de la izquierda de la clase de historia espera mi llegada a cruzar la puerta del aula, como de costumbre he llegado mucho antes que mis compañeros por lo que acomodo mi cuerpo en la soledad de las paredes que me albergan. 

Casi por instinto saco mis ya conocidas hojas con diseño de mi mochila, y casi sin darme cuenta dejo que todo el desborde de sentimientos que ha permanecido en mí desde que desperté por la mañana cobren vida en cada grafía de tinta que voy dejando sobre el papel. Querer a Joaquin me hace sentir cómodo dentro de mis pensamientos, cuando nos vemos a los ojos y cuando le plasmo mis sentimientos en las cartas anónimas. Me siento cómodo al quererlo de esta manera por lo que visitar su casillero a hurtadillas esta tarde no va ser la excepción. Coloco el punto final en mi escrito segundos antes de que el primer soldado atraviese la puerta del salón. Hago el dobles adecuado en el papel y coloco el escrito en la bolsa derecha de mi chaqueta, empezando a contar irremediablemente los minutos que quedan antes de que mis palabras puedan ser leídas por mi héroe, por Joaquin.

Camuflaje - EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora