27. Cita.

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1958, Ciudad de México.



Emilio

Había perdido la cuenta de los días que había marcado en el calendario desde aquel  beso fugaz que le di a Joaquin en nuestra habitación. No podía mentir, cada vez que lo recordaba sentía como si un vagón de tren chocara contra mi cuerpo. Impactante. Creo que esa palabra describía bien mi sentimiento.

Por supuesto que desde ese día me sentía mucho más cercano a Joaco, pero por mucho que luchaba conmigo mismo, no había logrado que mis nervios y emociones fluyeran sin torpeza. Me estaba esforzando, pero siempre al finalizar el día me convencía que no había sido suficiente. Me costaba creerlo pero mi querido me tenia paciencia. Yo y mi tonta cabeza hacíamos todo extremamente difícil, pero él solo sonreía y me miraba con ojos brillantes. 

No dejaba de preguntarme hasta cuando iba a darse por vencido y se cansaría de mí. 


Hace un par de día había cenado en la casa junto a mí familia y el general, y sin esperarmelo mi madre me confeso que notaba en mí algo distinto, como si una especie de conexión le permitiera darse cuenta que mi corazón se sentía querido. 

Por supuesto que mis días no habían dejado de tener episodios malos, pero que en su mayoría los momentos buenos callaban la negatividad en mi cabeza.





Margarita también había notado la genuina alegría momentánea que pintaban mis ojos, por lo que no había perdido la oportunidad de preguntar.

—Hoy sera el día en el que por fin me cuentes que cosa es lo que esta causando que tus ojitos se vean cada día más bonitos mi niño.La tierna mujer era por demás curioso, pero sabia que me apreciaba y que nunca haría nada que pudiera perjudicarme, por lo que decidí contarle a medias lo que estaba ocurriendo. Necesitaba que me ayudara con la idea que tenia para sorprender a Joaco por lo que de todas maneras le iba a terminar contando.

—Bueno... qui-quiero que me ayudes con unas cosas.

—Emilio... No solo no vas a contarme, si no que quieres abusar de mi bondad... El tono que Margarita estaba usando era de total diversión. Ella era un de las personas que sabia lo mucho que me costaba llevar a cabo cosas rutinarias que para la mayoría son básicas, y por supuesto que estaba complacida de verme más relajado.

—Voy a te-tener una cita en las bañeras...

—¿Una cita?Su tono de voz fue exageradamente alto, por lo que se reprende a si misma, y tapa su boca para controlar su respiración y poder seguir la conversación. —¿Traerás a una chica aquí?

Mi pulso se acelera, no me siento capaz de responder. No estoy listo para revelarle a Margarita que mi cita sera con el chico que duerme conmigo en la habitación. Se que por mucho que ella me quiera no podrá manejar la situación y acabare llevando preocupación a su cabeza, por lo que decido mentir.

—Sí, si... una chica.Le muestro la nota en donde anote las cosas que ocuparía para la cita, y me marcho de la cocina, huyendo de la montaña de curiosidad que se había formado en los adentros de la dulce cocinera.

Tomo dirección hacia las clases que me quedan por tomar el día de hoy, estando tranquilo de saber que sobre la cama de Joaquin he dejado la invitación para esta noche y con la seguridad de que Margarita tendrá todo listo antes de que la ultima campanada de la jornada escolar resuene por los pasillos.







Joaquin

Las gotas de agua templada de la regadera estampa contra mi cuerpo haciendo que la emoción me salga por los poros. Al leer la nota que estaba sobre mi cama al entrar a la habitación, una alegría inmensa me lleno el cuerpo. 

Camuflaje - EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora