Prólogo.

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Cayendo, huyendo.

Están equivocados.

-¡Maligno, mezquino! - me grita un fraile bizantino.

Y en el río. La jauría de los frailes me seguía.

Me atraparon, me golpearon de regreso a la abadía.

Y en el patio del convento exorcistas me gritaban:

-No hay remedio. A la hoguera.

-¡No lo hagan, no! No me maten por piedad. No me maten por piedad. No lo hagan por favor.

No por piedad. Piedad Dios mío. 

El espejo – Maná.


* * *

      A horas de la mañana la mano enfundada en un guante blanco halaba del extremo trasero de una flecha mientras la otra igual de cubierta sostenía el arco en posición de disparo, el silencio ensordecedor reinaba en el lugar como una bruma negra entre la que estaba aquella persona apuntando a su siguiente víctima, un par de segundos después disparó. El sacerdote Jean Carlos Duicci aminoró el paso debido al impacto, sintiendo el ardor mezclado con dolor en medio de la espalda al tiempo que bajó la mirada, divisando la punta ensangrentada que se asomaba desde su estómago; en una mano cargaba una Biblia de cierre dorado al igual que las letras de la portada y con la otra se quitó las gafas de aumento y montura metálica, se le antojó alzar la vista hacia un cielo despejado que prometía un día de sol radiante, admirando la imagen con intensidad. Inhaló y exhaló luego, con lentitud, antes de caer sobre sus rodillas y luego chocar su pecho y lado izquierdo de la cara contra el suelo asfaltado. Las calles permanecían despejadas, nadie se percataría al instante que el líder religioso de la ciudad estaba agonizando.

     Jean Carlos Duicci forzó la respiración, intentando mantenerse con vida, pero ya sabía que eso no sería posible, las vísceras le ardían bestialmente, era insoportable; su hora había llegado. Justo antes del último aliento, y como si no hubiera sido suficiente aquel descarado ataque, una persona con botas de cuero negro, túnica del mismo color y determinados pasos se detuvo frente a sus ojos, volteándolo hacia arriba con el pie en una brusca maniobra que no hizo algo aparte de multiplicar las oleadas de dolor en el hombre vestido de sotana, iba a ser incómodo lograr en su víctima la posición correcta, de modo que, con mente fría y sed de venganza utilizó el pie de nuevo para forzar la actividad empujando la flecha desde la parte anterior, haciendo con esto que el objeto se deslizara más, sobresaliendo en respuesta por la parte de posterior del cuerpo arrancándole jadeos agónicos al hombre que, con intenciones de identificar al agresor intentó obstinadamente enfocar el rostro de éste, sin lograr otra cosa que mirar borrosamente una tez demasiado pálida para ser de piel... dedujo que debía ser una máscara, después, el anónimo asesino le colocó un objeto sobre la cara lo cual rápidamente terminó de oscurecer su visión.

     En horas de la tarde fue encontrado el cuerpo del sacerdote boca arriba, frío, rígido, sobresaliendo de su tórax una erecta flecha manchada con sangre ya seca y una Biblia abierta sobre su cara cuya boca había destilado aquel escarlata líquido vital, ensuciando las hojas del sagrado libro.

Te advierto no seguirme.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora