Con Una Dama (CAPÍTULO 2: Afán)

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La primera vez sus ojos estaban abiertos. La señora estaba acostada en la cama, muriéndose del calor, y ella de pie a su lado, echándole aire y conversando un poco. La niña tocó la puerta.

—¿Estás hablando sola de nuevo, Calixta?

Calixta le hizo una seña con la mano para que se callara. La señora se volvía culebra cuando los pensamientos se le revolvían y era mejor no pisarle la cola.

—¡Sácala de aquí! —dijo con desprecio—, llévala al patio y tranca la puerta.

La sirvienta obedeció de inmediato. Tomó la mano de la niña y la guió por el pasillo largo. Las otras empleadas barrían y sacudían el polvo de los candelabros y sacaban las estatuas que guardaban en el cuarto de las reliquias.

Cuando pasaron al salón, los músicos venían llegando, con sus guitarras dispuestas. Al llegar al patio dejó a la niña al cuidado de una de las negras. Dentro de las barracas estaba Ambrosio y se enfureció mucho al verla llegar.

De vuelta en la habitación, Calixta entró y cerró la puerta, pero al buscar con la mirada no halló a la señora. La ventana estaba abierta y Calixta pensó que se había caído al patio, hasta que escuchó unos quejidos fantasmales de vieja.

—¡Ay ay! Ven acá y levántame —dijo la señora desde el suelo—, estas piernas ya están muertas, manita.

Tenía los brazos pegados al cuerpo y su mirada volaba. Calixta la ayudó a pararse y la sentó en la cama, puso unas cuantas almohadas detrás de su espalda, para que estuviera más cómoda. La señora Prudencia estaba apenada, con el orgullo quebrado y por eso puso cara de mala, para que Calixta no le dijera nada. La negra se sintió obligada por su amistad.

—¿No se va a vestir para esta noche? —le preguntó Calixta con voz de santa frágil, con miedo.

—¡Yo no voy para ninguna vaina! —dijo Prudencia, bastante molesta.

—No diga eso 'ñora. Usted es la anfitriona. El señor Cipriano mandó a armar todo este festejo con cariño. No le vaya a salir con patadas.

—Dile a Cipriano que guarde la sopa para servirla en mi velorio. Que espere unas horas y listo, la calientan y no se pierde nada.

Calixta no quería reírse, pero no había manera de mantener la seriedad con todo el asunto, con los quejidos. Prudencia era una niña vieja, pero Calixta la conocía y sabía cómo voltear su opinión.

—¡Con más razón! Si tiene planeado morirse esta misma noche, hay que vestirla bella. A usted no la pueden enterrar como una muerta ordinaria.

—Tienes razón —admitió la mujer luego de haber pensado unos segundos— ¡Así mismo es!

Mandó a Calixta que entrara en el armario y le mostrara los vestidos que tenía. Fue ahí que abrió los ojos y tuvo el sueño, entre los collares y los anillos, entre las prendas hermosas. Calixta pensó que podía cubrirse con eso y lucir como una reina, igual que la señora Prudencia.

Cuando la señora eligió uno, las puertas del armario se cerraron. La vistió sin mucha prisa y la sentó en el trono. Los cuatro negros enormes sostuvieron los palos y la llevaron al salón alzada como un ídolo en una procesión.

Al cruzar la puerta se volvió otra. Enderezó la cabeza y puso esa mirada distante que tenía de joven. Cipriano la esperaba allá.

Calixta tenía la noche libre, no como los otros sirvientes que estaban en el salón y parecían blancos con sus trajes elegantes.

Los que estaban en las barracas afilaban con una piedra los cuchillos que habían enterrado en la arena. En el salón la gente bailaba y saludaba a Prudencia, mientras Calixta estaba en el cuarto de la señora. Abrió la puerta del armario y claramente escuchó el Tiritirí que salió de la garganta de la cantora, como si estuviera parada frente a ella.

La Vieja VidaWhere stories live. Discover now