Capítulo 14

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/Narra Derek/

Ira. Rabia. El enfado más enorme que había sentido en mi vida era el que me estaba acompañado desde hacía tres días. Mis hombres temían acercarse a mí. Los había visto echándolo a suertes para ver quién era el que me traía las malas noticias que llegaban desde nuestras fronteras. Pero me daba igual que la guerra con la manada Medianoche se estuviera recrudeciendo porque los lobos a los que dejé escapar en el bosque se hubieran unido a ellos y les hubieran dado información sobre nosotros. Sabía eso de buena mano y aún así me encontraba totalmente apático ante la noticia. Solo quería tenerla a ella cerca. Solo quería que estuviera a mi lado. Necesitaba sentir que me apoyaba. 

Dana fue la única razón de que no matara a esos mierdecillas, porque no quería que me viera como un asesino despiadado, aunque esos tíos se hubieran merecido eso y mucho más por lo que estuvieron a punto de hacerle. Y por si eso no fuera poco, en vez de estar enfadado con ella por haberse escapado de un lugar donde iba a estar completamente segura, solo estaba aliviado por haberla encontrado justo a tiempo. No le había hablado desde ese momento porque sabía que si lo hacía solo saldrían palabras de perdón de mi boca. Palabras que la tranquilizarían y la harían sentir segura entre mis brazos. Pero ella no se merecía eso en absoluto. Dana había puesto en peligro no solo a su persona, sino a toda mi manada al largarse de esa forma. Además, su escapada también me mostró que la seguridad de mi territorio tenía una brecha gigantesca. 

Si no hubiera sido por esos imbéciles que se había encontrado en el camino y que la habían parado durante el suficiente tiempo como para que pudiera encontrarla gracias al olor que desprendían esos lobos durante su transformación, Dana habría salido del bosque y llegado al pueblo con facilidad. Una vez que hubiera llegado allí no sé qué hubiera hecho, pero no me parecía que fuera de las que tenían muchos remilgos a la hora de dejarlo todo atrás y abandonarlo todo para cambiarse a otro lugar. Había estado muy cerca de desaparecer de mi vida para siempre. Y no me lo podía permitir. No. Más bien no me lo quería permitir. La quería tener cerca. Ella no lo sabía, pero había estado observándola todo lo que había podido. Había estado en su casa, para intentar conocerla más a fondo, pero no había sacado una mierda de allí, porque la tenía casi vacía. La curiosidad por saber cosas de Dana me estaba rasgando por dentro. Pero no sabía como acercarme. Ella era humana y yo un lobo. No teníamos nada en común, pero por algo la Diosa Luna nos había emparejado. 

Sin embargo, también era muy consciente de que la había cagado con ella con cada acción que había hecho. Pero saberlo no me ayudaba en nada. Con cada encuentro que habíamos tenido me quedaba más claro que ella no era una loba, y que yo no sabía tratar con nadie que no fuera de mi especie. Sabía que no debería haberla vuelto a encerrar, pero hasta que se me ocurriera alguna manera para pactar la paz entre nosotros, se tendría que quedar ahí. ¿Quién sabe? A lo mejor, si la encerraba durante el suficiente tiempo podría conseguir que tuviera el Síndrome de Estocolmo y se acabara enamorando perdidamente de mí. Me pegué una hostia a mí mismo tras pensar eso. Dana tenía razón cuando me insultaba. Era un auténtico gilipollas. 

Y lo peor de todo es que no era capaz de concentrarme en nada que no fuera ella. Necesitaba estar pendiente de la guerra con Medianoche. Estaban haciendo auténticos destrozos en la frontera. Como Alpha debería ser el primero en la línea de fuego, y proteger a los míos. Pero no me sentía con la suficiente fuerza como para alejarme ni dos pasos de la casa. Sin Dana a mi lado yo jamás podría volver a ser un buen Alpha. Le di un puñetazo a la pared que tenía más cerca por la impotencia ante toda la situación. Resultó ser la puerta de un armario a la que le había hecho un agujero justo en el centro de la puerta. Solté un suspiro cansado antes de agacharme para recoger los trozos de madera que habían caído al suelo. Pero entonces un olor a sangre llegó hasta mí. 

Fui hasta la puerta principal donde vi a un grupo de mis Guerreros llegando con lobos heridos de mi manada. Tenía que hacer algo. No podía continuar escondiéndome de esta manera mientras mi gente seguía sufriendo. El grupo de abrió y apareció Scott, uno de mis Guerreros más fuertes, con un niño en sus brazos que estaba bastante mal. Tenía sangre por todas partes y gritaba por el dolor que estaba sufriendo. Fui a cogerlo en brazos, pero Scott me lo impidió. ¿Se estaba subordinando ante tanta gente por mi ineficacia como Alpha? Pero entonces me di cuenta de cómo tenía los brazos y el tórax. Toda parte de su cuerpo que estaba en contacto con el tenía tenía un aspecto enfermizo y las venas se estaban volviendo azul grisáceo. Solo una cosa podía conseguir eso en un lobo. Plata. 

Me aparté de su camino y me dirigí hacia uno de los salones pegados a la entrada. Quité todo lo que había encima, despejando la mesa. Scott dejó al chico sobre la mesa y se separó de él, respirando con dificultad y con los ojos amarillo brillante por culpa del dolor que le provocaba el envenenamiento al que había estado expuesto. Él era uno de mis Guerreros más fuertes y estaba jadeando por culpa de la plata. El chico, que si no recordaba mal, se llamaba Theo, no podría sobrevivir mucho más tiempo. Y nadie podría acercarse lo suficiente a él como para contrarrestar el efecto de la plata y no sufrir por ello. Lo sentía por el pequeño, pero no podía exponer a más de mi gente para salvar a un niño que tenía casi una sentencia a muerte sobre su cabeza. Ninguno de mis lobos podría... Espera. Dana. Ella sí podría acercarse a él. Al ser humana, la plata no la dejaría medio en coma con un solo roce. Y, además, tenía formación médica. Recordaba claramente que el día que la encontré, ella estaba cerrando una veterinaria. Salí corriendo hacia el sótano. 

Mi Mate. Mi AlphaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora