Capítulo 4

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Sus ojos se abrieron pesadamente y al hacerlo, la oscuridad lo recibió.

Pronto se dio cuenta de que se encontraba en su escritorio dentro de su oficina.

Levantó su cabeza de la dura superficie de madera, para después masajear su sien, la cual comenzaba a tener punzadas dolorosas de una gran resaca.

Giro sus ojos a la izquierda donde sobre su escritorio descansaba un botella vacía de vodka.

Suspiro largamente, para después mirar el Rolex en su muñeca, el cual marcaba las dos de la mañana.

Al levantarse de su silla de cuero, se tambaleó y un gran mareo lo sacudió.

Tallo sus ojos tratando de en tornar su vista, y su estómago se revolvió haciendo que casi cayendo de bruces llegara al baño de su oficina.

Donde quedo el poco alimento que había ingerido y con ello era un simple café negro.

Se levantó y miro su reflejo en el espejo.

Su pálido rostro estaba adornado con horribles ojeras, y con ojos irritados, sus labios estaban amoratados y pálidos señal de debilidad y enfermedad, su cabello estaba revuelto, terminado de dar un aspecto descuidado a todo su rostro.

Aquel traje ejecutivo, el cual siempre lució pulcro y fino, ahora estaba arrugado y desalineado.

—Estás acabo, Hudson — murmuro para si mismo.

Cuando se sintió más compuesto, lavo su boca y su rostro, para después abandonar el cuarto de baño.

Tomó su maletín, y salió de su oficina, camino por el desierto pasillo hasta el elevador, donde marco la planta baja.

Se recargo en la pared del elevador no pudiendo soportar su propio peso por otro mareo.

Cerro sus ojos sintiéndose realmente mal.

Una vez abajo, observo todo el lugar desierto, solo con unos cuantos guardias por ahí.

Camino tambaleante hasta la entrada donde se sostuvo de las puertas de cristal cuanto estuvo apuntó de caer sobre la banqueta de afuera.

Un guardia de cabello oscuro, y aspecto impecable, observó el pésimo estado del magnate y se acerco a él, ayudándolo a recomponerse.

—¿Señor Hudson, se encuentra bien? — pregunto el sujeto sintiendo el aroma a alcohol.

El magnate no le respondió, solo miro al piso sintiendo como esté se movía bajo de él.

Se alejo del hombre tratando de emprender nuevamente el camino hacía su Lamborghini que esperaba a unos metros de él.

Pero una vez más se vio sujetado por el hombre a su lado, el cuál anticipo su próxima caída y lo sujeto por el brazo.

El mismo Alexander se aferro al brazo del hombre cuando nuevamente su vista se sacudió por otro mareo.

—Señor Hudson, disculpe mi atrevimiento pero no puede conducir en ese estado — dijo el hombre de cabello oscuro.

Alexander busco entre los bolsillos de su saco el juego de llaves de su auto.

Para después dárselas al hombre junto a él.

—Lo harás tu — arrastro las palabras el magnate.

Si no fuera porque realmente se sentía mal, hubiese despedido a aquel hombre por su osadía.

El hombre abrió la boca sorprendido mirando el lujoso deportivo frente a ellos, admiró la brillante marca del auto bañada en oro, que el auto llevaba orgulloso al frente.

MAGNATE AMADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora