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Habían pasado unos días desde la fogata, a partir de la cual habíamos conseguido que Bella pasara más tiempo con nosotros en la Reserva. Parecía que Edward se había dado cuenta de que con nosotros estaba a salvo, mientras él y su familia seguían persiguiendo a la pelirroja.
Habíamos quedado para caminar por cerca de la Push, con Bella, algo que no me entusiasmaba mucho. El día estaba más encapotado que de costumbre y me daba la sensación de que se iba a poner a llover en cualquier momento. De nada me sirvió protestar, ya que Jacob me ignoró como si tuviera cinco años.
—Vamos, cariño. —murmuró al ver mi ceño fruncido. —Nos hará bien salir de casa. —
Hice una mueca ante su cara de súplica. Era realmente insoportable.
—Está bien. —me rendí, bufando. —Pero como empiece a llover, me largo. —
—Lo que tú digas, nena. —se burló, rodeando mi cintura.
Inflé las mejillas, indignada. —Hablo enserio. —
Jacob asintió con una sonrisita, dándome a entender que no me lo creía ni yo. Volví a bufar, causando que mi lobo soltara una pequeña risa. Puse los ojos en blanco, aunque me duró poco, ya que Jacob posó sus labios contra los míos. Me callaba de esa manera siempre y no era que me importara.
Me alejé al sentir ardor en los pulmones.
—Vamos a por la pequeña, Bellita. —
Jacob soltó una carcajada. —En verdad ella viene en su camioneta. —
—Genial, aún por encima andando. —me volví a quejar.
Puso los ojos en blanco. —Eres una loba, amor, así que no te cansas tanto. —su tono resultando lo obvio era evidente. —Deja de quejarte tanto. —
—Sólo porque quiero, no porque tú lo digas. —me burlé, sacándole la lengua.
Meneó la cabeza, probablemente evitando poner los ojos en blanco de nuevo. —Vamos, anda, pequeña quejica. —
— ¡No soy quejica! —
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