22 de diciembre de 1983

7.3K 128 1
                                    

Hoy en la cena todas las niñas comenzaron a contar sus historias, obligadas por la hermana Mary, la verdad no sé cuál es el motivo, la hermana bien sabe que contar esas cosas nos perjudican, de hecho esta noche estuvo muy intensa, las niñas comenzaron, todas las historias eran similares, la mayoría fueron encontradas en la calle por la hermana Eunice.

En total fueron 10 las que contaron esa historia, incluidas Rosa, lirio y María, hasta ahí todo iba bien, nada estaba fuera de lo normal, pero las cosas se intensificaron cuando fue el turno de Sarah.

A diferencia de las otras niñas Sarah tenía una familia, demasiado pequeña, solo eran su madre y ella. Dijo que a pesar de las dificultades ella era muy feliz con su madre.

Vivían en una casa muy pequeña, tenía dos cuartos, un pequeño baño y una cocina pequeñita. Su casa era de lámina, dice que ella y su madre sufrían mucho en épocas de invierno.

Durante todo el tiempo en el que Sarah narraba su historia hablaba de su mamá muy delicadamente, decía maravillas de ella, de hecho la llegaba comparar con la mismísima virgen María (lo cual no caía en gracia a la hermana Eunice) también decía que su madre hacia todo lo posible para que en la mesa hubiera siempre un pan, lo cual casi no lograba.

Marisela, su mamá se llama Marisela. Es una sublime mujer. Su nariz es pequeña y respingada; tiene una hermosa melena dorada; sus dientes son muy hermosos; el verde de su ojos hace una perfecta combinación con su blanca piel.

“Es una mujer muy hermosa” decía Sarah mientras narraba su historia.
Sarah siempre esperaba a que su mamá llegará a casa, al llegar está la recibía con un fuerte abrazo, y aunque su madre llegará con malas noticias, no impedía que su hija amortiguara la mala noticia con un gran abrazo.

Mientras Sarah crecía su mamá tuvo que esforzarse el doble para poder darle tan siquiera una migaja de pan a la semana, pero esto era cada vez más imposible. Una noche vio llorar mucho a su mamá, dijo que la escuchaba quejarse, oía como acusaba a dios de haberlos hecho miserables.
Sarah decidió que quería ayudar a su mamá, así que decidió salir a las calles en busca de alimento para ella y para su madre. Pero muy pronto se dio cuenta de lo difícil que es ser, cómo su mamá había dicho un “miserable”.

Todos se alejaban de ella, le hacían el feo, la trataban como una basura, y por unos instantes ella se lo llegó a creer.
Al llegar a casa le contó a su madre lo que había pasado, y ella le prohibió que saliera de la casa, dijo que el mundo era un lugar terrible, y qué ella se encargaría de alimentarla.

Y así fue, cada que pasaban los días había más comida en la mesa, esto dejo sorprendida a Sarah, y se empezó a preguntar: ¿Cómo es que su madre había logrado conseguir tanta comida? Pero hizo caso omiso, y empezó a degustar la sabrosa comida que había en su mesa de plástico.

La comida aumentaba, pero a su madre cada vez más le faltaba más de si misma.
El primer mes había perdido todos sus dientes, y para el segundo se había quedado sin un solo cabello, y a partir de esto la comida iba disminuyendo.

Un noche fría de invierno su madre la cargó en brazos, Sarah no entendía que era lo que pasaba, pero aún así no puso resistencia. Salieron de su casas caminaron durante un largo rato, hasta que por fin llegaron a su destino.
Marisela dejo a su hija sobre el suelo de aquel orfanato, beso su mejilla y dijo con una voz rara, ya que la falta de dientes provocaba que sus palabras sonaran raras

-Perdóname mi niña, pero ya no puedo alimentarte, ya no puedo cuidarte, hice todo lo posible por sacarte adelante, pero no pude, lo lamento.

Los ojos verdes de Marisela se inundaron de lágrimas, y poco a poco comenzó a sollozar.

-Hija mía, te ruego que me perdones…. Por favor no me odies -acarició la cara de su pequeña- aquí estarás mucho mejor, no te faltará comida, y no sufrirás de frío.

Sarah rompió en llanto, trato de seguir a su mamá, pero aquella mujer de ojos verdes había desaparecido entre la oscuridad.
La puerta del orfanato se había abierto, la hermana Eunice  tomó a Sarah en sus brazos y trato de limpiar las lágrimas de aquella miserable criatura.

Todos quedamos atónitos al escuchar su historia, la mayoría tenía lágrimas en sus ojos, inclusive las hermanas. Al terminar el relato Sarah seco aquella agua cristalina que descendía de sus ojos, tomo asiento, y desde ese instante nadie volvió a tocar el tema, ni del pasado de Sarah, ni del de ninguna de nosotras.

Después de aquel relato nos dirigimos todas a la cama, me costó trabajo conciliar el sueño, me quedé pensando en mí pasado, pero…. ¿Cuál pasado? Lo único que se es que me encontraron igual que Sarah, en la puerta del orfanato, pero a mí nadie me dejó, al menos no creo recordarlo.

Relato de una violaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora