18 de enero de 1984

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Mis manos están manchadas de sangre, el altar y el presbiterio están cubiertos de rojo.
El está inmóvil en el suelo, y junto a el está la hermana Mary.

Todo sucedió muy rápido, no tuve tiempo para pensar, tenía que actuar a la brevedad.

Me levanté temprano, me fui a tomar una ducha para despejar mi mente. Después baje a desayunar con las demás, todas estaban en la mesa, excepto mis amigas, las hermanas me preguntaron dónde estaban, a lo que yo respondí que no tenía idea, soy una gran mentirosa.

Me pase un rato pensando, tenía que hacer algo, no podía quedarme de brazos cruzados, más sin embargo no tenía muchas opciones.

Me senté en el patio, tomé el libro Crónicas de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez, me senté en una banca a leer, a llorar, a sufrir, a pensar.

La hermana Mary me vio y se me acercó, me preguntó que era lo que me pasaba, que si era lo mismo de lo de la otra vez, le dije que no, lo que ahora había hecho era algo imperdonable, le dije que no tenía perdón, que mi alma ardería en el infierno.
Me dijo que si quería ayudarla a acomodar las cosas para la ceremonia del padre Augusto, a lo cual yo accedí.

Nos fuimos caminando muy despacio hacia la iglesia, el sol se estaba ocultando, lo cual formaba un hermoso paisaje. La hermana Mary me habló de su vida, pobrecita, ella también es huérfana, no tiene madre ni padre, toda su vida se la había pasado en orfanatos, me dijo que su vida era muy triste, pero que a sus 17 años había encontrado consuelo en las palabras de nuestro señor.

Llegamos a la iglesia y empezamos a acomodar las cosas, flores hermosas adornaban la iglesia, y mientras lo hacíamos la hermana Mary me contaba como era que había llegado a la casa hogar.

La verdad su historia no era muy interesante, lo único que pasó fue que le habían sacado del claustro para impartir clases, no sabía a dónde iba, solo le habían dicho que era un lugar muy apartado de la sociedad.

Mientras la hermana hablaba yo observaba la iglesia con detenimiento, no solía venir mucho a la iglesia, a lo mucho asistía dos o tres veces cada 15 días, y a la única que le permitían faltar tanto era a mí, ya que ponía de excusa mi condición física.

Había olvidado lo hermosa que era está iglesia, recuerdo que siempre me había atraído ese hermoso estilo Gótico que la caracterizaba.

Pero sin duda lo que más me gustaba era su techo. Recuerdo que habían días en los que aprovechaba las tardes de ocio y me iba a la iglesia, no a rezar, sino a apreciar el techo de la iglesia, era tan bonito.

Me quedé unos instantes sin hacer ni decir nada, estaba meditando, todo estaba en silencio. Hasta que el silencio se rompió. La hermana se encontraba silbando un hermoso lullaby, era tan hermoso que los mismos ángeles se alegrarían de escuchar aquel dulce silbido.

Me sentía feliz, por un instante había recuperado mi felicidad, pero... Todo se vino abajo cuando estuve frente al confesionario en el cual había perdido mi niñez, me vine abajo, las lágrimas comenzaron a inundar mi rostro, comencé a sollozar, la hermana se me acercó y me dijo que era lo que causaba la inmensa tristeza que me rodeaba, le mostré mi diario, le abrí tus páginas Nela.

Tardo unos 30 minutos en leerte, y al terminar las lágrimas también la invadieron, bajo el diario, su mirar me hizo sentir peor.

Dejó caer el diario, y me abrazo, me dijo que lo sentía, que lamentaba lo que me había pasado, dijo que ella era la culpable, que sino fuese por ella yo no habría sufrido aquel infierno.

Me sentía muy confundida, no sabía de qué hablaba, le dije que ella no tenía la culpa, pero eso no la sanó, seguía llorando, yo la abrace, le dije que no era su culpa.

-Tiene razón, sino fuera por ella yo jamás habría llegado a este monasterio, gracias a ella llegue a ti, gracias a ella pude probar tu cuerpo.

La voz del padre Bartolomé resonó en la iglesia. La hermana y yo dirigimos la mirada hacia el padre. Ambas estábamos desconcertadas.

-Vamos dile, cuéntale como tú provocaste este lío.

-Yo... Yo...

-Está zorra -dijo mientras se acercaba a nosotras, señalando con su dedo a la hermana- se acostó con el padre Teodoro.

Cuando me regresé para ver a la hermana sus ojos estaba inundados de lágrimas otra vez.

-Fue por su culpa que el padre Teodoro fue excomulgado, de hecho -dijo señalando al confesionario- fue en este lugar donde los encontraron desnudos. Siendo sincero no se porque no expulsaron también a esta perra.

Por culpa de la hermana sufrí todo ese martirio, no me quedé callada, le dije todo lo que sentía hacia ella, le dije cosas horribles, le dije que jamás quería volver a verla, que era una maldita zorra.

Tanto fue mi enojo que no me percate que Bartolomé se acercaba poco a poco, hasta que por fin me sujeto de los cabellos y de un jalón me tiró al suelo.

-No las puedo dejar ir -se acaricio la barbilla y dijo- por cierto, no te preocupes por tus amigas, el obispo Javier se las ha llevado, puede que a estás alturas las cuatro estén muertas.

Un ataque de cólera se apodero de mi, y corrí hacia el, pero al llegar me dio un golpe muy fuerte.

-Niña insolente, debí de haberte entregado a aquellos depravados.

La hermana Mary empujó a Bartolomé, lo cual hizo que se golpeara con una escultura del arcángel Miguel, cuando dio vuelta sus ojos estaban llenos de furia, la hermana Mary se quedo paralizada, el padre rápidamente se balanceó sobre ella y ambos cayeron al suelo

El padre sujeto a la hermana de su rubia melena, y empezó a azotar su cabeza contra el suelo, la hermana gritaba, pero poco a poco su voz se iba apagando, hasta que por fin su alma se despojo de su cuerpo.

El piso se llenó de sangre, estaba muy asustada, no sabía que hacer, el padre me iba a hacer lo mismo, tomé el candelabro que se encontraba en la mesa del altar, le di un fuerte golpe a la cabeza de Bartolomé, yo pensé que con ese golpe caería al suelo, pero no fue así, seguía de rodillas.

La sangre comenzó a descender de su rostro, se llevó la mano a la herida, lentamente comenzó a voltear su cabeza hacía mi, el miedo volvió a apoderase de mi, y sin pensarlo volví a golpearlo, está vez cayó al suelo, el miedo se había ido, pero la cólera se hizo acreedora de mi ser, empecé a golpearlo, y cada golpe incrementaba mi enojo, mientras lo golpeaba decía:

-Esto es por mi niñez -ese fue el primer golpe- esto es por la hermana Mary -ese fue el segundo golpe- esto es por Rosa -tercer golpe- este es por María - las lágrimas se hicieron presentes- ¡Y esto es por Lirio!

Las flores se tiñeron de sangre, el presbiterio y el altar estaban manchados, todo mi cuerpo está cubierto de su sangre, Nela tus hojas están manchadas.

Las campanas están anunciando la hora de la misa, estoy acostada en el suelo, observando el techo de la iglesia, es muy bonito, me encanta el estilo que tiene.

Mi mano no ha soltado el candelabro, no se que hacer, las puertas se están abriendo, Tengo miedo, miedo porque no se que va a ser de mi. Dios mío, por favor ten misericordia de mi alma, perdona mis pecados, por favor extiende tus brazos y acéptame en tu regazo, sé que tú eres el más piadoso, por favor, perdóname, perdóname...

Relato de una violaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora