§ Capítulo IV §

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Ya fuera del café, el joven Ahmed Ben Hassan se detuvo un momento en la oscuridad, escuchando el estruendo que venía desde adentro del edificio, y miraba a su alrededor mientras se quitaba de los hombros el albornoz y envolvía con él el cuerpo inanimado de la muchachita. Una sonrisa vagó por sus labios en el momento de tomar entre sus brazos el delicado cuerpo, y dirigía la vista al punto donde debía estar, y no estaba, el centinela sudanés. La oscuridad era muy profunda para que pudiese ver, pero el silencio que reinaba en el barrio le decía que Ramadán y S'rir habían realizado con buen éxito la parte que les correspondía en el trabajo de aquella noche.

Bien asegurada su ligera carga, dio la vuelta y a toda prisa se encaminó hacia las Tumbas de los Reyes, como si fuese a salir de Touggourt. Era arriesgado volver por el mismo camino por el que había venido. Había otros más alejados que conducían a la ciudad dando un rodeo y eran convenientes para sus propósitos. Durante más de una milla continuó su carrera sin darse cuenta del peso de la muchacha ni sentir la menor fatiga; y como no se encontró con nadie ni vio a nadie, supuso que a él tampoco lo habrían visto desde que abandonó el café; y su confianza y seguridad fueron en aumento. La apacible soledad que lo rodeaba y la solemne belleza de la noche estrellada, parecían de acuerdo con las pasiones que dominaban su alma. Por espacio de algunas semanas había soñado lo que esta noche significaba para él, lo que había de otorgarle; y su corazón estaba lleno de orgullosa satisfacción mientras corría en medio de la oscuridad. Apesar de las casi insuperables dificultades, había logrado lo que se había propuesto; la primera parte de su venganza estaba realizada, gracias a Ramadán y a S'rir que habían trabajado con gran cuidado para hacerla posible. Sin ellos ni siquiera hubiese podido salvar la vida en aquel cuartucho inmundo de donde habían ido a sacarlo; sin ellos, al día siguiente lo habrían matado.

El recuerdo de aquellas horas terribles de sufrimiento lo acompañaría mientras viviera. Todo lo demás, a contar de su liberación, volvía ahora también a su memoria. Los esfuerzos que necesitó hacer para que no lo llevaran maltrecho al campamento de su padre; y después de conseguirlo, la habilidad que hubo de desplegar para lograr que colaborasen en su venganza, que acabaron por considerar como cosa propia. Desde el día siguiente al de su evasión del cuartucho, habían empezado a trabajar con ese designio, siguiendo a sus enemigos de cerca, esperando que el azar les proporcionase una oportunidad. Inconscientemente el moro había facilitado la labor. Con la muchachita y sus compañeros extranjeros se habían marchado al día siguiente de su evasión, abandonando con evidentes señales de apresuramiento la aldea donde habían permanecido una semana. Paso a paso la pequeña partida había seguido a la caravana en su camino hacia Touggourt. Una vez en esta ciudad, Ahmed se había dirigido a casa de un árabe amigo; un joven de hábitos perezosos y gustos caros, inclinaciones que le llevaban a pasar más tiempo en la capital de Francia que en su país. La suerte quiso que encontrase a este amigo en su casa, aunque casi a punto de marcharse a París. Bastó una breve y sencilla explicación para que pusiera a disposición de Ahmed su casa y sus criados con el mayor entusiasmo, deplorando únicamente no poder tomar parte en una aventura que excitaba fuertemente una imaginación que era más activa que su cuerpo; pero el viaje a Francia, ya decidido, lo privaba de ese placer.

Su estancia en Touggourt permaneció secreta, gracias a la discreción de los criados de su huésped, ya que no entraba en sus planes que las autoridades se enterasen de que se encontraba allí, hasta que sus propósitos se realizaran. La muchacha había de hallarse a buen recaudo antes de que el moro y sus cómplices tuvieran su merecido. Las cosas habían ido mucho más rápidamente de lo que Ahmed pensara. Ramadán y S'rir, con favores y halagos, habían reunido un numeroso grupo de nómadas, que aceptaron gustosos tomar parte en una empresa que ellos creían que sólo iba dirigida contra un moro vagabundo, cuya religión les era desagradable, y un par de vulgares extranjeros que, como el que les pagaba, se hallaban también ocultos en la ciudad. En Touggourt había en aquellos momentos bastantes disgustados que habrían hecho todavía más por ganar dinero. Por Ramadán y S'rir se había enterado el joven árabe de los éxitosdel encantador de serpientes en el café moro y también por ellos que la muchacha vagaba libremente por la ciudad. Pero apoderarse de ella de ese modo tan fácil no le satisfacía. Había combinado una forma de desquite más dramática y más halagadora para su orgullo. Públicamente y con todas las demostraciones de fuerza que fueran necesarias, quería apoderarse de ella ante los ojos de los hombres que la habían utilizado como señuelo para capturarlo. Para poder lograr mejor su objeto, trató de investigar el escondite secreto y conocer mejor los movimientos de los extranjeros cuyo misterioso proceder había despertado sus fuertes sospechas. No era bastante una mera suposición para seguir adelante en sus pesquisas; eran hechos evidentes lo que precisaba  un caso bien claro que pudiese presentarlo ante las autoridades francesas; a un mismo tiempo tomar represalias y ayudar a la administración. El hijo del caid se había interesado más de lo que su padre suponía con respecto al extraño malestar que parecía haberse extendido por todo el país, y la experiencia por la que había pasado, le obligó a pensar más seriamente de lo que hasta entonces había hecho en toda su despreocupada y joven existencia. Corriendo tras los placeres había tropezado con un secreto que parecía lleno de siniestras consecuencias y la loca escapatoria que tan ligeramente llevó a cabo se había transformado en un juego desesperado que estuvo a punto de costarle la vida. Que lo habían tomado por otro desde un principio, lo tuvo por cierto; pero recordando las preguntas y los procedimientos empleados con él, quedó convencido de que la casualidad le había proporcionado un conocimiento de operaciones que hasta entonces se habían llevado cuidadosamente ocultas y que el terceto tan extrañamente formado se hallaba de una manera muy clara relacionado con el misterioso malestar que se observaba fuera, en el campo.

El Hijo Del Árabe [Romance Desértico II] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora