§ Epílogo § Capítulo X §

2.2K 137 9
                                    

En la sala grande exterior del pabellón del caid, Raúl de Saint Hubert estaba luchando, no por la vida, sino por la prolongación de las horas que le quedaban. Deseaba vivir hasta que el muchacho regresara con la muchacha que tanto representaba para ambos y parecía como si detuviera a la muerte por un esfuerzo de su voluntad, ya que la gravedad de sus heridas hacía casi maravillosa tanta resistencia. Más de una vez había pedido que trajes en al moro a su presencia, pero el caid había ido aplazando la entrevista por temor a los efectos que pudiera producirle, dada la debilidad de su estado.

El traslado desde EI-Hassi había sido muy penoso y difícil, no tan sólo por él sino por Ramadán igualmente, pues aunque se obstinaba éste en que estaba en condiciones de montar solo, fue preciso que otro hombre lo acompañase. A Diana las cinco millas le habían parecido interminables. Preocupada por sus hijos y temiendo a cada momento que le comunicaran la muerte de Saint Hubert, había hecho el trayecto a la grupa con su marido.

Ya era de noche cuando llegaron al campamento, y en brazos del caid fue llevada a la cama donde la desnudó, y no la abandonó hasta ver ladormida. Entonces fue cuando Ahmed pasó a la otra habitación para velar a su abnegado amigo. Gastón no se apartó ni un momento de su lado. Por la mañana, después de un sueño profundo y reparador, Diana relevó a su marido en aquel cuidado y ella se encargó del herido, y durante muchas horas permaneció sola con él. De pronto se le ocurrió pensar si tendría Saint Hubert idea de lo que había revelado en El-Hassi y casi estuvo a punto de creerlo, pues hubo un momento en que se había apoderado de su mano y mirándola con extraña intensidad en la que le pareció notar como una inquietud, acabó por preguntarle:

---¿No he dicho alguna tontería?

Y suspiró como si descansara al asegurarle ella que no le había oído nada que pudiera ser llamado así. Pasó aquel día sin que se recibieran noticias de Caryll ni del chico... Un día que había parecido interminable, para todos.

Por la tarde, cediendo a los ruegos de su esposa, el caíd había enviado refuerzos que siguiendo las huellas desde El-Hassi, se unieran con la gente de sus hijos, y además ordenó que unos cuantos escuchas a caballo, especializados en estos servicios, se apostaran a lo largo del camino de trecho en trecho, para que trasmitiesen con urgencia las noticias que tan ansiosamente esperaban. Al llegar la noche, Ahmed obligó a Diana a acostarse y se encontró solo al lado del amigo por el que habría dado la vida por salvarle. La noche era tranquila y apenas si corría el aire. Aunque todo el campamento estaba en vela y en movimiento, aunque sabía Ahmed que al alcance de la mano, en el exterior, la claridad de la luna había congregado a bastante gente a la puerta de la tienda y otros individuos estaban haciendo el servicio de vigilancia, ni una palabra llegaba a sus oídos, ni el sonido más leve rompía el intenso silencio que cada vez parecía estar más impregnado de tristes y funestos presagios. La gran sala estaba casi en la penumbra, y los rincones distantes sombríos y oscuros.

Tan sólo había una lámpara encendida, que sombreaba los ojos mortecinos del herido y formaba un tenue círculo de luz alrededor del diván donde se hallaba tendido. En el centro de ese círculo de luz, Ahmed Ben Hassan estaba sentado con las manos unidas detrás de la cabeza, y mirando tristemente a Saint Hubert, que parecía dormir mientras sus pensamientos retrocedían a lo largo de los años de amistad que tanto representaban para él. Le parecía imposible que una unión tan firme pudiese estar ya a punto de romperse, y quizás antes de que otro día amaneciera, no quedaría más que el recuerdo de ella. A todos los incidentes de importancia de su vida, estaba Raúl mezclado de una manera fundamental.

En su adolescencia, Raúl había sido su guía y mentor, en medio de la nueva vida y aborrecidas restricciones a que se encontró sujeto en la capital de Francia, haciendo que su existencia allí fuese algo más agradable para el muchacho nacido y criado en el desierto; en los días tormentosos de su juventud la influencia de Raúl había sido un auxiliar más poderoso que la que el viejo caíd ejercía sobre él. Antes de que su padre adoptivo falleciera, con Raúl había viajado y recorrido muchos lugares. Con Raúl a su lado había conocido el secreto de su nacimiento y la verdadera historia de sus padres. Y gracias a Raúl, desde que fue elevado a la jefatura de la tribu, había estado en contacto con el mundo que tan lejano parecía de su desierta soledad. A tanto había llegado su afecto e intimidad que a veces le había suplicado ardientemente que no retrasara sus visitas, cosa que con dificultad admitía que hubiera podido hacer un hombre tal como él. Y en el momento de su más profunda degradación había acudido Raúl... Raúl caballeresco y considerado, al cual debía parecer su rudeza y brutalidad mil veces más ruda y brutal para con la mujer a la que no había querido evitar ninguna vergüenza y a la que exhibía como su amante ante un hombre de su misma clase. ¿Porqué no se había enamorado Diana de Raúl, en vez de enamorarse de él? ¿Por qué no le habían abandonado en la desdicha y soledad en que vivía? Si lo hubieran hecho, probablemente ya haría tiempo que él habría muerto, pues la vida sin ella no le hubiera sido posible resistirla. Pero al menos no pesaría sobre su conciencia la sangre de Raúl, de la cual se creía responsable.

El Hijo Del Árabe [Romance Desértico II] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora