§ Capítulo IX §

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Los tres o cuatro días que siguieron a las confidencias de Raúl de Saint Hubert, fueron muy difíciles para todos en el campamento de Ahmed Ben Hassan. El mismo Saint Hubert, que diariamente pasaba algunas horas con la solitaria joven en El-Hassi tratando pacientemente de atravesar la nube que parecía envolver sus recuerdos infantiles, volvía de esas visitas cada vez más convencido de que en Jazmín había encontrado a la heredera que iba buscando.

El extraordinario parecido con madame de Chailles, la notable semejanza de voz y gestos, junto con otros pequeños detalles que un mayor conocimiento le hacía descubrir y que según él eran forzosamente reminiscencias de la esposa de su amigo, no hacían más que dar mayor fuerza a su convicción y disipar cualquier duda que pudiera haber sentido. Esas visitas cotidianas a El-Hassi lograron algo más que consolidar la firme creencia en el noble y entusiasta corazón del francés, ya que desvanecieron los obstáculos que parecía oponerle su razón y reforzaron el tenue hilo en que se basaba su suposición. Su interésy simpatía, ya despiertos, fueron en aumento, y cada día le proporcionaban una más completa comprensión de un carácter que le inspiraba a un mismo tiempo lástima y admiración.

La paciencia y la amabilidad de la muchacha, su absoluta abnegación en el cariño que demostraba por el hombre que la había ofendido, y su persistente lealtad por sus antiguos compañeros, revelaban toda la innata nobleza de su sangre y hacían pensar de la manera más rotunda que, aun en el caso de que no se probara que era Isabel de Chailles, no podía ser otra que ella, y en el futuro tendría como tal toda su consideración y todo su interés. Diana, predispuesta a creerle por razones de humanidad, temía sin embargo que resultara cierta la suposición, porque agravaría considerablemente la ofensa que el muchacho había hecho a la joven; pero los razonamientos de Raúl le parecían lógicos y concluyentes y sus revelaciones no hicieron más que aumentar su ardiente deseo, de ver a aquella muchacha, con la que desde un principio simpatizaba su corazón de mujer. Pero ni aun entonces logró arrancar el consentimiento del caid. Escéptico todavía, o deseando parecerlo, escuchaba en silencio las confidencias de Saint Hubert, pero decididamente no permitió que fuese Diana a El-Hassi. Y además, por alguna razón, que no quiso explicar, se negó categóricamente a consentir que se hiciera la menor alusión al chico del posible origen de la muchacha, cosa que Diana encontró muy bien, por más que la actitud de su hijo Ahmed hizo innecesaria toda precaución.

Obedeciendo al pie de la letra las órdenes de su padre, no había vuelto a El- Hassi, dejando que la abandonada pensase lo que quisiera. Y desde la noche de su regreso no sólo había evitado hablar de ella, sino que se había retirado a un aislamiento taciturno, alejándose con todo rigor del círculo familiar. La propia madre no lo había visto más que una sola vez, una entrevista de escasos cinco minutos, que había sido penosa y poco satisfactoria para ambos. La doma de unos potros cerriles le había dado excusa para ausentarse y pasar los días enteros entre los rudos desbravadores, entregándosecon ardor al duro ejercicio físico para olvidar el conflicto que sostenía en su interior, un conflicto entre el amor y el odio, que si durante el día lograba apartar de su pensamiento, concentrado en la difícil tarea que lo ocupaba, por la noche reaparecía con la misma violencia, haciendo de las largas horas que pasaba solo en su tienda, un infierno de tormentos tan intensos que en su rostro quedaron de ellos las huellas ya indelebles.

Atendido únicamente por S'rir, pues Ramadán tenía a su cargo El-Hassi, vivía solo con sus pensamientos, solo con el remordimiento que se iba apoderando de su corazón, del que poco a poco se borraba el odio. La vida de Caryll era también la de un recluso, como la de su hermano. Fríamente reservado y tan inasequible como había sido al principio, sus apariciones eran breves y tan poco frecuentes como la cortesía permitía. Sólo con Saint Hubert era amable a veces, retraído y pero también se mostraba como cohibido.

El Hijo Del Árabe [Romance Desértico II] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora