§ Capítulo VI §

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---¿Estás contenta con tu nueva... "hija" ma vie? ---Al dirigirle esta pregunta había una nota arrastrada de burlona alegría en la voz del caid que le produjo mal efecto a su mujer. Por algunos instantes permaneció silenciosa, sin contestar y continuó peinando la espesa mata de pelo reluciente que, cortado no muy largo le caía alrededor de su rostro como una nube de oro y lo ocultaba de los ojos que la estaban mirando con perezosa atención. Diez minutos antes había salido Ahmed ataviado y limpio del tocador contiguo, y desde entonces había permanecido indolentemente en un diván, fumando en silencio, esperando que su esposa se vistiera para comer.

Una sonrisa se dibujó en sus labios mientras pasaba el tiempo sin recibir contestación. Colocándose en una postura cómoda, sacudió la ceniza de su cigarrillo y habló de nuevo, más irónico que antes.

---Te he hecho una pregunta, Diana.

Entonces ella lo miró, echando hacia atrás la mata de pelo con un movimiento rápido, casi nervioso.

---Ahmed... no eres benévolo ---le dijo en tono de reproche.

---¿No? ---preguntó él riendo ---. Bueno; de todos modos convendrás en que es un poco... afeminado. Mucho más afeminado que tú a su edad, en todos los conceptos ---añadió con otra risita contenida. Diana se ruborizó y sonrió a pesar suyo.

---¿Yo? Yo era un pequeño horror. Yo carecía de urbanidad y modales en absoluto, y Caryll los tiene muy buenos. Y hábitos de orden y seriedad, ¿sabes, Ahmed? "Los hábitos hacen al hombre".

---Es un adagio muy gastado. Por mi parte lo quisiera con menos modales y más virilidad.

Diana había vuelto al tocador y de nuevo pasaba el peine por sus cabellos vigorosamente.

---¿Porqué supones que no es viril? ---preguntó desde atrás de la nube dorada ---. Tú mismo has visto que monta bien, y Raúl afirma que es un cazador extraordinario.

---Tú también, querida ---replicó el caid secamente ---y hasta probablemente montas  tú mejor que nuestro talentoso retoño. Tus calificaciones no son muy adecuadas. Montar y cazar no es todo. Yo deseo algo más que eso... algo que hasta ahora, no he descubierto en él.

La decepción disimulada que se revelaba en su acento, hizo que las lágrimas aparecieran en los ojos de Diana, que dejó el peine con dedos que temblaban un poco.

---Todavía no has podido ver gran cosa en él ---murmuró ---y no puedes juzgarlo a las veinticuatro horas de haberlo conocido. Es un muchacho reservado y tímido, y aquí todo debe parecerle extraño diferente de aquello a que está acostumbrado. Si se tratase de un huésped cualquiera, la cosa no tendría importancia; mas como es... lo que es, y no puede esperarse a que conozca la causa de esta horrible separación su convivencia con nosotros ha de ser tan... tan difícil para él como para nosotros. El únicamente ve un lado, y no sabe todo lo que le permitiría discernir. Quería a su abuelo y nosotros no somos nada para él. En realidad no puede saber que yo... que nosotros... que nosotros necesitamos su cariño.

Su voz se quebró en un fuerte sollozo que hizo poner en pie al caid. Femeninamente, había separado el argumento principal para poner de manifiesto una decepción que a su modo era tan grande como la de él. Y la pena de ella le hizo olvidar a él su propia preocupación. Amablemente le levantó la cabeza que Diana tenía inclinada.

---¿Lloras, Diana? ---le preguntó con una sonrisa en que había ternura y reproche ---. ¿Soy cruel con nuestro hijo o conmigo mismo? Ni uno ni otro lo merecemos ---y tomándola en brazos la condujo al diván. ---¡Oh, estropearé la comida! ---exclamó contestando a sus súplicas al sentarse a su lado y abrazarla estrechamente. ---¿Quién piensa en la comida cuando te he hecho llorar? Soy una bestia.

El Hijo Del Árabe [Romance Desértico II] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora