§ Capítulo V§

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---El último campamento, mon cher.

A Caryll, que se hallaba pensativo, sentado sobre un montón de arena, de espaldas a la brisa de la mañana, y chupando una pipa que se obstinaba en no tirar, la voz de Saint Hubert le sonó casi agresivamente jovial. Por su parte distaba mucho de sentirse alegre, y la conciencia de que su actitud era la del perro del hortelano que su honradez era bastante para hacerle reconocer que no era más que una chiquillada, llevada al último extremo no lograba hacérsela variar. ¿Pero quién diablos podría estar contento en medio de semejantes alrededores?, se decía a sí mismo. Al tío Raúl todo le parecía bien porque le gustaba el país y parecía divertirse con la "abominación de desolación", a través de la cual habían pasado. En cambio, a él la vista de la arena le ponía enfermo. Desde su salida de Touggourt el viaje le había parecido fatigoso y aburrido; ni siquiera se le había presentado la ocasión de disparar su moderno rifle. Y para colmo de males le vino a la memoria la fútil exhibición de unos días antes, cuando unos cincuenta hombres de la tribu de su padre habían llegado a relevar la escolta que los había acompañado desde Touggourt; una condenada gran parada de circo que le había producido un efecto deplorable y que ahora al recordarla le hacía subir los colores a la cara. Debía parecer exactamente un insensato, con una horda de locos, galopando a su alrededor, aullando como demonios y abrasando con sus rifles con sublime indiferencia personas y cosas. Un ridículo gasto de municiones, para honrar al hijo de su jefe. En este estado de ánimo había hecho todo el viaje envidiando a veces la extremada apacibilidad de Saint Hubert, y hasta el jovial optimismo de su criado Williams que, para mayor compenetración con el paisaje y el paisanaje, había acabado por vestirse de moro, con gran disgusto de su joven señor, que, cinco años más joven que su mucamo, no comprendía que un hombre se comportase como un chiquillo en vacaciones.

¡Touggourt! Al evocar el recuerdo de la pequeña ciudad, dejó escapar un suspiro; porque por una de esas frecuentes contradicciones a que el hombre se halla sujeto, la que había sido para él una aborrecible población, ahora se le representaba como el escenario de la breve novela que, como una tormenta de verano, vino a turbar el horizonte tranquilo de su plácida existencia, que se había sumergido en la profundidad de un sentimiento desconocido hasta entonces para él, y del que ni siquiera se consideraba capaz.

Por primera vez el amor había hablado en su corazón; el extraño e incomprensible amor de un hombre por una mujer, y él, tan orgulloso de sí mismo, había cedido a emociones e impulsos que eran absolutamente contrarios a su naturaleza. Ese amor había sido real y verdadero, aunque ahora empezase a parecerle algo como un ensueño extravagante e irrealizable. Pero aun así, y hasta un poco avergonzado como se sentía en ese momento, por la profunda impresión que le había producido la muchacha, tenía la convicción de que nunca la olvidaría. Aunque volviera a enamorarse de nuevo, el recuerdo, entre tierno y melancólico, no se borraría de su mente aunque el rostro de la muchacha se borrase. ¿Qué había sido de ella? ¿A dónde la habría conducido el joven arrogante y diabólicamente hermoso de la sonrisa siniestra, que se había apoderado de ella? ¿Habría ido a ocupar una dorada prisión, para ser mimada o maltratada a gozo y capricho de su raptor.., o había sido ya abandonada, como un juguete que ha dejado de entretener, para unirse a las filas de las desgraciadas de su clase? Este pensamiento lo hacía sufrir horriblemente. Obsesionado por esta idea quiso indagar y preguntó a Saint Hubert si conocía algo de los resultados ulteriores de lo ocurrido en el café moro.

---Poco, muy poco... al menos hasta que salimos de Touggourt las noticias eran escasas. El coronel Mercier había recibido misteriosamente un paquete de cartas, pero a su vez las envió a sus jefes y no sé nada de su contenido. El encantador de serpientes que tenía en su poder a la muchacha ha desaparecido sin dejar rastro ni señal, y la opinión más corriente es ahora que se trataba de una querella privada entre él y el raptor de la chiquilla. El astuto joven también ha desaparecido, y no ha habido manera de descubrir sus huellas. Nadie dice conocerlo ni haberlo visto. Ni se encuentra en todo Touggourt persona que confiese que se hallaba aquella noche en el café; yo creo que todo se reduce a un rapto de común acuerdo entre el raptor y la raptada... pero las autoridades más bien se inclinan a ver en el hecho algo sospechoso. El tiempo aclarará el asunto. Estaré a la expectativa. Entre tanto podríamos reanudar el viaje.

El Hijo Del Árabe [Romance Desértico II] (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora