31- Un final insperado

92 15 3
                                    

Tal vez lo más difícil para Nicholas fue cuando, el día después de que todo sucediera, recibió la visita de los padres de Cedric. Estaba recostado en su cama de la enfermería, mirando el techo, todavía en shock por lo que había pasado el día anterior, cuando Amos Diggory y su esposa, ambos con los ojos rojos, las personas más destruidas que Nicholas había visto en su vida, entraron, se sentaron frente a él en la cama, y le preguntaron como habían sido los últimos momentos de su hijo en la tierra.
Nicholas les contó que Cedric había actuado con valentía, que lo había ayudado y había decidido que ambos tocaran la copa juntos, que Cedric era un buen chico, que Cedric no lo había dejado atrás.
Y en ese momento comenzó a llorar, pidiendo perdón, diciendo que el debería haberse esforzado más por tocar la copa solo, que si Cedric no hubiera sido tan buen amigo, nada de esto hubiera pasado. La señora Diggory lo abrazó, susurrando que nada de lo que había pasado era su culpa, dándole las gracias por haber acompañado a su Cedric en su último momento. El señor Diggory se limitó a llorar con la vista clavada en el suelo. Intentó darles el premio del Torneo de los Tres Magos, no lo sentía como suyo, el no lo quería, pero la señora Diggory se negó, y antes de irse, se volteó hacia el muchacho y dijo:

-Ahora cuídate tu, ¿si?

Esas palabras le cayeron como un hielo por la espalda. "Ahora cuídate tu"... ellos ya no tenían un hijo para cuidar.

Esa misma noche, después de que el profesor Dumbledore diera el discurso final en el Gran Comedor, al que Nicholas de verdad no había querido asistir porque, conociendo a su director, diría algo sobre él y lo que había sucedido, el chico fue dado de alta, y pudo, por fin, ser dejado completamente solo con sus pensamientos.
Tomó los caminos más largos que conocía hacia la torre Gryffindor, y pensó en todo lo que había pasado. La risa de Voldemort mientras lo torturaba todavía resonaba en sus oídos de vez en cuando, sin aviso, dándole escalofríos. Los ojos de Cedric, la última vez que los había visto brillar con vida, seguían apareciendo en su mente, recordándole de un minuto a otro, que el era un sobreviviente. Pero, ¿se sentía afortunado? Después de todo, mañana volvería a casa, a la casa que ahora compartía con Snape y Jasper, a la casa que antes era solo suya y de su madre. Esos no habían sido precisamente tiempos felices, pero eran mejores que los que vivía ahora.
A veces le hubiera gustado quedarse en ese orfanato, no haber sabido del mundo de la magia, no haber tenido que sufrir todo lo que había sufrido. Estaba cansado, y sentía que lo malo superaba a lo bueno en su vida. Tenía magia ¡Si, genial! Pero ya se había enfrentado dos veces al mago tenebroso más peligroso de mundo mágico, y en una de esas había visto a uno de sus amigos morir, frente a sus ojos. ¡Pero tenía magia! Pero gracias a ella, su madre se había reencontrado con su antiguo novio, que de paso lo odiaba, y había traído de vuelta a su hijo perdido, dejándolo a él, si es que era posible, todavía más de lado. ¡Pero tenía magia, por Merlín, el tenía magia!

-¡¿Y QUÉ PASA SI YA NO QUIERO TENER MAGIA?!-gritó, con todas sus fuerzas, en la mitad de uno de los corredores cercanos a sala común de Gryffindor. Se apoyó en la pared y resbaló hasta quedar sentado en el suelo, abrazándose las rodillas.

El problema no era la magia.
El problema era él.

Cuando llegó a la torre Gryffindor, todos los alumnos, que ya habían subido del Gran Comedor, lo miraron en silencio al pasar. Nicholas los ignoró, ya estaba acostumbrado a las miradas, y después de todo, los entendía. Hacia solo un día había salido del bosque con el cuerpo de Cedric Diggory en sus brazos. No debían entender nada.
Subió las escaleras y llegó a su habitación, donde se encontró con que estaban todos los chicos de su curso. Todos se quedaron en silencio de inmediato. Adrian lo miró y abrió la boca para decir algo, pero se arrepintió en la mitad y la volvió a cerrar.
Nicholas pasó de ellos también. Estaba cansado, sabía que debía verse espantoso, débil, pálido, con las mejillas marcadas por las lágrimas, pero en ese momento no le importaba. No le importaba nada.
Se sentó en su cama y comenzó a hacer su baúl. Todos los demás ya lo habían hecho.

Nicholas Riggs y el Cáliz de FuegoWhere stories live. Discover now