SIBERIA

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El helicóptero del ejército ruso se acercaba a su destino, unas instalaciones militares abandonadas que eran como una isla en medio de ese basto paraje nevado y que en el pasado sirvieron como base militar de la URSS; de hecho, aún se veía la bandera roja soviética hondeando en uno de los mástiles.

El vehículo se posó sobre el helipuerto de la base y varios soldados salieron de él portando fusiles Ak-47 y asegurando la zona. Cuando el cabecilla del grupo hizo la señal de despejado, un hombre bajó del helicóptero. Era un tipo de más de 70 años, alto, delgado y con una espesa barba grisacea. Llevaba puesto un gorro de piel y un grueso abrigo que cubría su uniforme y sus galones de General.

Escoltado por los soldados, el tipo llegó hasta un hangar, donde entró solo. Dentro le esperaban unos once hombres, todos vestidos con uniformes de oficiales del ejército ruso. Conversaban entre ellos, pero se quedaron callados en cuanto el tipo entró en el lugar. Todos los presentes hablaban en ruso.

Por fin te dignas a aparecer, camarada Sídorov –dijo uno de los oficiales –. Creíamos qué no ibas a venir.

¿Y por qué os habría citado, entonces?

Otro de los oficiales, que parecía bastante molesto, fue quién habló.

Déjese de tonterías, General, y díganos por qué nos ha citado. Corremos peligro si nos descubren reunidos en este lugar.

Cálmese, aquí no nos encontrará nadie –le dijo Sídorov sin perder la calma. Luego, se volvió hacia los demás presentes –. El momento está cada vez más cerca. Pronto, Lena Luthor estará muerta y pondremos en marcha la Operación Hija Roja. Acabaremos con este decadente sistema y volveremos a unir a la Madre Rusia.

Entonces ¿Vas en serio? –dijo otro de los oficiales bastante entusiasmado – ¿Vamos a hacerlo? La Revolución ha renacido.

Los demás oficiales también compartieron su entusiasmo, menos el que estaba molesto.

Esto no me gusta –dijo –. Estamos hablando de traición.

Esto no es traición –replicó el General –. Esto es la Revoución. La misma que defendimos durante la Guerra Fría, antes de que nuestros líderes se rindieran cómo cobardes y entregaran el mundo a los capitalistas. Sé trata de ganar una guerra qué el mundo cree que teníamos perdida. Ahora que poseemos la misma arma que los americanos, no podemos dejar escapar esta oportunidad.

Si los americanos se enteran, enviarán su arma contra nosotros –replicó el oficial molesto.

Los americanos están demasiado distraidos con su guerra interna contra los extraterrestres. Están más divididos que nunca. Sú nuevo presidente es un incompetente y, según me ha dicho uno de mis espías, no sé lleva nada bien con su arma en estos momentos. Incluso ha sido tan estúpido cómo para apartarla de sus fuerzas armadas.

Todos los presentes rieron, menos el oficial molesto.

Aún así, esto sigue sin convencerme. Yo también quiero el regreso de la Madre Rusia, pero no de esta forma. Vamos a matar a mucha gente, a muchos rusos. Juré defender este país, no atacarlo con un arma extraterrestre. Perdonadme, pero no quiero formar parte de esto.

Los otros oficiales se mostraron molestos con él; algunos hasta le llamaron traidor. Sídorov, en cambio, permanecía tranquilo.

De modo que no quieres formar parte del resurgir de la Madre Rusia. Está bien, puedes irte. Yo no seré quién té lo impida –el oficial molesto se dispuso a irse cuando una figura femenina salió de la oscuridad y, con una velocidad supersónica, se colocó frente al oficial y lo agarró del cuello, levantándolo en el aire –. Ella, en cambio, no es tan indulgente cómo yo.

De un rápido movimiento, la figura femenina rompió el cuello del oficial con la misma mano con la que le tenía sujeto y arrojó su cuerpo lejos de allí. Luego se volvió hacia los demás presentes, fulminándoles con sus ojos azules. El grupo de oficiales trató de mantenerse firmes, pero no pudieron disimular el miedo que producía en ellos aquella mirada.

Sídorov sonrió de manera diabólica.

¿Alguien más quiere irse...?

HIJA ROJA (Supercorp)Where stories live. Discover now