Capítulo 16 // Le Amour...

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P.O.V 3

Todos cabalgaron sobre el jabalí hasta que se puso el sol.

Recorrieron kilómetros y kilómetros, hasta que las montañas desaparecieron en el horizonte y dieron paso a una interminable extensión de tierra llana y seca, la hierba y los matorrales se iban haciendo más y más escasos y, finalmente, se encontraron galopando a través del desierto.

Al caer la noche, el jabalí se detuvo junto a un arroyo con un bufido y se puso a beber aquella agua turbia, luego arrancó un cactus y empezó a masticarlo.

—Ya no irá más lejos —dijo Grover—. Tenemos que marcharnos mientras
come.

Todos se deslizaron por detrás mientras el jabalí seguía devorando su cactus y se alejaron de aquel lugar.

Después de tragarse tres cactus y de beber más agua, el jabalí soltó un chillido y un eructo, dio media vuelta y echó a galopar hacia el este.

—Creo que prefiere las montañas —comentó Elizabeth.

—No me extraña —respondió Thalia—. Mira.

Ante ellos se extendía una antigua carretera de dos carriles cubierta de arena. Al otro lado había un grupo de construcciones demasiado pequeño para ser un pueblo: una casa protegida con tablones de madera, un bar de tacos mexicanos cerrado y una oficina de correos de estuco blanco con un cartel medio torcido y sobre la entrada que rezaba:

«Gila Claw, Arizona.»

Más allá había una serie de colinas aunque en realidad no eran colinas, eran montones enormes de coches viejos, electrodomésticos y chatarra diversa, una chatarrería que parecía extenderse interminablemente en el horizonte.

—Uau —exclamo Percy.

—Algo me dice que no vamos a encontrar un servicio de alquiler de coches aquí —dijo Thalia. Le echó una mirada a Grover—. ¿Supongo que no tendrás otro jabalíescondido en la manga?

Grover husmeaba el aire, nervioso. Sacó sus bellotas y las arrojó a la arena; luego tocó sus flautas. Las bellotas se recolocaron formando un dibujo que no tenía mucho sentido.

—Esos somos nosotros —dijo—. Esas seis bellotas de ahí.

—¿Cuál soy yo? —pregunto Percy.

—La pequeña y deformada —apuntó Zoë.

—Cierra el pico —contestó él.

—El problema es ese grupo de allí —dijo Grover, señalando a la izquierda.

—¿Son monstruos? —preguntó Elizabeth.

Grover estaba muy inquieto.

—No huelo nada, lo cual no tiene sentido. Pero las bellotas no mienten. Nuestropróximo desafío...

Señaló directamente la chatarrería. A la escasa luz del crepúsculo, las colinas de metal parecían pertenecer a otro planeta.

* * * * * *

Los chicos decidieron acampar allí y recorrer la chatarrería por la mañana. Nadie quería zambullirse en plena oscuridad entre los escombros.

Zoë y Bianca sacaron cuatro sacos de dormir y otros tantos colchones de espuma de sus mochilas. Elizabeth hizo lo mismo y sacó dos bolsas para dormir de su mochila, una para Percy y otra para ella.

La noche era helada. Grover y Percy reunieron los tablones de la casa en ruinas y Elizabeth encendió el fuego.

Enseguida se sintieron tan cómodamente instalados como era posible estarlo en una ciudad fantasma en medio de la nada.

Elizabeth y La Maldición del TitánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora