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Había llegado el gran día. No aquel de la boda, sino aquel donde debía dar una respuesta previa al tema de la operación para sacar la raíz que lo mataba por dentro.

Kiku no se había ido desde aquel día cuyo ataque respiratorio fue grave; Antonio estaba en la misma postura que el japonés y parecía no querer irse por nada. Ludwig y Feliciano, por otro lado, habían pedido disculpas junto a buenos deseos para su pronta recuperación, mencionando que esperaban verlo mejor después del compromiso entre estadounidense y británico.

Ah. . . la boda.

No evitó toser ante el pensamiento. Era masoquista por pensar en todo eso un día antes de que todo acabara.

Alfred había marcado como loco; también le había mandado mensajitos sobre lo nervioso que estaba o sobre los atracones de comida que se estaba dando debido a todas las emociones revueltas dentro de él. Alejandro apenas y le mandaba emoticones de burla o comentarios sarcásticos, aún cuando por detrás de la pantalla el dolor era todo lo que su rostro, blanco y cenizo, demostraba. 

En algún momento del día había llegado Rusia con la intención de querer hablar con él, pero España lo había detenido en la sala y había explicado que necesitaba paciencia para esperar a la respuesta. La Catrina, su querida madrina, tampoco se había despegado mucho desde aquella visita de Arthur. En ocasiones desaparecía y él comprendía porque, pero tenerla cerca era reconfortante ante la situación.

Incluso cuando la mano era fría y sólo quedaban las falanges de sus dedos, Alejandro podía jurar calor cuando ella las pasaba entre sus cabellos grasientos. 

── Deberías bajar, están muy preocupados. ── habló su querida madrina una vez paró de toser los pétalos que tenía que toser. ── No deberías temer por tu respuesta, ellos dijeron que te apoyarían en todo. 

── Antonio lo dijo. Iván y Kiku no parecen querer aceptarlo. ── El tono de voz de México era lo suficiente audible para que la Catrina refunfuñara. ── Sé que están preocupados, pero aún no tengo una respuesta, ¿puedes creerlo?

La Catrina formó una sonrisa a como pudo, sabiendo sobre la mentira que Alejandro le estaba dando. ── Claro, sólo quiero que estés seguro de lo que dirás ahí abajo.

Sánchez no dio una respuesta después de eso, la Catrina tampoco esperaba a que la diera después de todo. Se quedaron bajo el mismo silencio de antes, donde lo único que podía oír era las bocinas de los autos que pasaban y los pasos de un lado a otro en la sala de la planta baja. 

Inhalar, exhalar.

── ¿Puedo preguntarte algo...? ── el moreno preguntó mientras volteaba su vista a donde su madrina estaba. ── Algo relacionado a Eduardo.

── ¿Oh? Claro mi niño, ¿qué es lo que quieres saber de él?

Alejandro tomó aire, armándose de valor ante la pregunta que lo carcomía desde hace unos días. ── Él... Cuando él firmó el tratado Guadalupe-Hidalgo, ambos dormimos juntos. Fue nuestra última noche, pero yo me quedé dormido. Caí como tronco por el cansancio, pero, ¿él? ¿Qué fue lo que pasó con él, madrina? ¿mi hermano sufrió en su muerte?

La mano de la Catrina siguió sobre su cabeza, acariciándola con cariño.  Alejandro entrecerró los ojos y disfruto del sentir, al igual que de la comodidad que aquella muestra de afecto le generaba. El silenció volvió a reinar entre ambos, pero sin ser incómodo.

── Eduardo fue muchas cosas, mi niño. Pero al igual que tú, fue un joven valiente. Amaba a su gente y te amaba a ti, que eres su viva imagen. ── el mexicano sonrió. ── Eduardo era terco como tú comprenderás, y por momentos pensó en el deseo de reencarnar o evadir la muerte. Incluso Mictlantecuhtli me dijo que le llevara su oferta para no tener que pasar por los nueve niveles del Mictlán, para que su muerte no fuera tan dolorosa. Pero el no aceptó. Así que sí, mi vida, tu hermano sufrió y, acá entre nosotros, tú nunca escuchaste porque él rezó a Yohualtecuhtl para que tu sueño fuera agradable, incluso si al despertar la realidad fuera cruda y triste.

pétalos anaranjados ❀ Latín Hetalia.Where stories live. Discover now