Capítulo IV: Bondad y Gratitud

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Ha pasado tanto, desde que llegué al hogar de los raros simios llamados Adán y Eva. Primero comenzaré explicando que, con el tiempo, empecé a comprender su comportamiento, costumbre, organización, y extraño dialecto. Era obvio que ambos eran pareja, y cada uno tenía sus propias cualidades: Adán poseía una inconmensurable fuerza y destreza en la lucha (mayor que la de cualquier simio o criatura que he visto), mientras que Eva poseía un increíble intelecto y habilidad en la fabricación de objetos (también mayor que la del resto de los miserables simios).

Entre ambos se complementaban y apoyaban de manera mutua, y gracias a eso, tenían una gran convivencia, armonía y cooperación de supervivencia; mucho mayor que sus semejantes. Las cosas que fabricaban eran mucho más prácticas y funcionales, que las que creaban los miserables simios. 

Adán se encargaba de traer comida, mientras que Eva se encargaba de construir cosas raras, para luego, entre ambos, preparar la comida con la Flor Roja. Respecto al agua, no muy lejos había un enorme manantial con cascada incluida, de la que, por medio de rocas redondas y huecas, que el mismo Adán tallaba con sus propias manos, recolectaban agua. 

En cuanto a la cueva, pues no era nada especial. Aunque, he notado que hay algunas marcas en las paredes, que se asemejaban a las patas delanteras de la pareja. Parecía que, la misma cueva haya sido moldeada literalmente por sus propias patas. El interior era lo bastante espacioso, como para que habitaran toda una familia de bhaloos adultos. En los lados habían algunas rocas, con las que la pareja usaba para sentarse. Y por último, en medio estaba un círculo de rocas pequeñas, en la que ellos hacían crecer la Flor Roja con algunos palos.

Y respecto a las costumbres de la pareja, no comían más de lo necesario. Su alimentación consistía más en frutas que carne. Aparte, ambos plantaban semillas en la tierra, detrás de la cueva, para hacer crecer plantas y árboles de frutas. Además, desde que llegue, Eva se encargaba de mi cuidado, mientras que Adán salía a trabajar en la tierra, plantando y cultivando su propio sustento de frutas, o se aventuraba un poco lejos para cazar donde había abundantes presas.

Pero la costumbre más extraña, era que, cada mañana, ambos se sentaban en dos rocas juntas en la entrada de la cueva, para mirar una cosa extraña; era cuadrado y grande de color marrón, con incontables... hojas de color blanco igual de cuadradas en medio. En la primera parte marrón tenía unos extraños trazos de color dorado, que no llegaba a entender.

Era como esas extrañas rayas y trazos, que los otros simios marcaban en las rocas o árboles. Pero estos eran muy diferentes; no sé cómo describirlo. Aunque, cada vez que veía los trazos en el objeto, me dolía la cabeza, y pensaba inconscientemente en palabras, que al instante olvidaba, cuando apartaba mi mirada.

Otra costumbre que descubrí fue que Adán y Eva, antes de dormir o aparearse, se sentaban cerca de la Flor Roja, y juntos, en sincronía y armonía, cantaban una hermosa y melodiosa canción, que rivalizaba con el cantar de las aves; no entendía qué significaba, ya que, muchas veces, la canción variaba. Pero en todas siempre repetían las mismas palabras siguientes: Mijael, Gavriʼel, Refáél, Uriʾel, Re'mi'el, Azra'el y Raziel. Sumado a otras palabras, que empezaban con dos que me costaba entender y pronunciar; por lo que, la mejor pronunciación que puedo decir de esas dos es: "Yahveh, Asherah". Y después de estas venían: dimiourgía kai táxi, katastrofí kai cháos.

La Historia de KhanWhere stories live. Discover now