Capítulo XV: Dios de la Destrucción

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Bien y mal, luz y oscuridad. Ya todo dejó de importarme. Sean quienes fuesen, se atrevieron a venir a mi hogar y atacar a Shakti. Y sea cual sea el motivo de ello, ¡haría que lamenten el haber nacido! 

El rastro de estos miserables llevaba al noroeste. Ni siquiera se molestaban en ocultarlo. Pero la velocidad a la que se movían... era anormal. Aunque yo corriera con todas mis fuerzas, no lograba alcanzarlos. Es como si con cada paso que daba, ellos se adelantaran diez más. Para unos seres tan pequeños esto sería imposible, más aún si viajan a pie. Ellos se dirigían a una montaña rocosa, en cuyos pies se elevaba hasta el cielo una extraña y antinatural luz violeta; de la cual, yo percibía algo... difícil de describir; era algo que jamás había percibido.

Sin embargo no me detuve a pensar en ello; sabía a dónde se dirigían, y por eso tomé un atajo que me llevaría más rápido a aquel lugar. Aquellos seres, al parecer, no conocían esta tierra —dando a entender que no eran de por aquí—, y eso resultaba a mi favor, puesto que conozco cada rincón de esta tierra a la perfección. Y como tal, conocía rutas rápidas que me llevarían a los pies de aquella montaña.

Y tal como lo pensé, iba ganando terreno; escuchaba a los animales hablar sobre raros y pequeños humanos adultos, con extrañas vestimentas, y que llevaban una especie de carreta (como las que usan los humanos normales para transportar cosas), en la que tenían una enorme jaula hecha de piedra. Allí debían de tener a Shakti.

Aquello me motivaba más a acelerar el paso como jamás en mi existencia lo había hecho. Y gracias a eso, estaba cerca; cerca de los pies de la montaña, en la que se elevaba esa luz, y cerca de los miserables que secuestraron a mi pareja. Aunque había anochecido, y las nubes tapaban el cielo como si fuera a caer una tormenta, yo podía ver en la oscuridad con la misma claridad que veía en el día.

Y fue gracias a eso, sumado con mis oídos en extremo desarrollados, que pude darme cuenta que alguien más se dirigía en la misma ruta que yo; era un animal que corría a cuatro patas, y debido a la cercanía que teníamos mientras corríamos, fue inevitable que nuestros caminos se cruzaran. Aquello que avanzaba en la misma dirección que yo, se detuvo a catorce pasos lejos de mí, y pude ver con suma claridad lo que era.

Era un lobo varón de pelaje negro grisáceo. Pero no era uno normal; su tamaño era por un poco superior al mío, y eso no era lo que delataba su... "anormalidad", sino sus brillantes ojos dorados que resplandecían igual que centellas en la oscuridad. Además desprendía un aura intimidante y majestuosa, que de cierta forma, me hizo recordar a los humanos-lobo más poderosos. 

—¡Apártate de mi camino! —advertí con potentes gruñidos, e impaciente por llegar a aquella montaña y despedazar a los miserables que tenían a Shakti.

—Esos ojos... —habló el lobo gruñendo con una voz madura y estremecedora, que denotaba molestia y carisma—. Escucha tigre raro, yo que tú, regresaría. En esta dirección hay unas criaturas que no querrás tener de frente.

—Al contrario, ¡quiero tenerlas de frente para despedazarlas! ¡¡Así que apártate!!

—¡Ja, ja, ja! Veo que también te hicieron enojar, y quieres vengarte. Lo entiendo bien. Pero lamento decirte que así no podrás acercarte a ellos. Te lo explicare, encarnación divina. Esos seres son una de las razas más antiguas e inteligentes, que pueblan este mundo y el suyo. No son humanos, pero tienen cierta semejanza, aparte de  compartir la capacidad de razón y juicio. En mis tierras los llamamos "Enanos". Pero ellos se hacen llamar "Dvergar".

La Historia de KhanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora