•Morir para renacer•

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Me encontraba en un cuarto oscuro, frio y húmedo; totalmente sola. Las paredes eran de piedra desnuda, al igual que el suelo. La estancia era iluminada por unas velas casi consumidas del todo. Si no fuera tan tétrico, sería un dormitorio precioso, con muebles elegantes y una cama de matrimonio, pero tal vez sean esas mismas cosas las que lo hacían ver tan poco reconfortante. Me acerqué a un espejo y vi a mi yo de 7 años, con la cara amoratada, cortes y cicatrices. En un lateral se encontraba un ventanuco, el cual tenía barrotes. Me asomé y pude ver que me encontraba a una gran altura del suelo, en lo que parecía ser el ático del torreón. No recordaba que me hubieran llevado allí, aunque era de esperarse, ya que es donde amanecía siempre al día siguiente de haberme "portado mal". Cuando los oídos dejaron de pitarme escuché voces, gente que discutía. Cada vez se acercaban más y más. Yo estaba aterrada. La puerta se abrió y un hombre alto entró en la habitación. Me agarró y me arrastró escaleras abajo, tirándome del pelo.

- ¿Dónde vamos? ¡Suéltame! – grité mientras sollozaba- Por favor...

- ¡Cierra la boca niñata insolente! – me contestó mientras me abofeteaba – pronto todo volverá a ser como antes, será perfecto... no vas a estropearlo, no otra vez. Él se alzará de nuevo, y los sangre limpia tendremos lo que merecemos, ¡la gloria, el poder!

Entramos en una habitación grande, la cual estaba llena de gente vestida de negro. Algunas de las caras me resultaban familiares, pero no era capaz de recordar quienes eran. El hombre me tiró al suelo y los extraños dejaron de hablar. Todas las miradas se centraban en mí, y eso me asustaba.

- Bella, hija, por fin has bajado. – dijo un hombre con el pelo castaño hasta los hombros y unos ojos grises, como los míos. A su lado se encontraba una mujer con un vestido largo verde esmeralda, la cual era sostenida por la cintura. Eran mis padres. – Ya podemos empezar, damas y caballeros.

Todos se acercaron a mi y me rodearon. Yo temblaba de miedo y de frio, pues solo traía un simple camisón. Entonces la gente comenzó a sacar sus varitas y a tocarse los antebrazos con ellas. Hasta donde pude observar, en ellos comenzaban a aparecer tatuajes. Una calavera con una serpiente. La imagen me heló la sangre.

- Gracias a nuestra hija, hoy podremos traer de vuelta al Señor Tenebroso. Hace falta sacrificar algo tan poderoso que pueda igualar a nuestro maestro, por lo que hemos decidido utilizar a este... retoño, en nuestro favor. – a cada palabra que decía, más se emocionaba. Escupía esas frases como si fuesen veneno mientras sus ojos brillaban de locura y emoción. – Para que nuestro señor vuelva, ¡la chica debe morir! – tan pronto terminó de decir eso, los demás empezaron a vitorear. Intenté escapar pero me sujetaron. Yo me retorcía, sin darme por vencida, oponiendo toda la resistencia que podía. – No te esfuerces tanto, hija. No conseguirás nada. ¡CRUCIO!

Mi cuerpo se tensó y fue como si se clavasen en mí cientos de dagas. A cada minuto que pasaba, el dolor se volvía más fuerte, hasta que llegó el punto en el cual ya era insoportable. Grité a todo pulmón, pidiendo que parasen, pero no fue hasta unos minutos después que el dolor cesó. Me hice un ovillo y me quedé en el suelo, jadeando y soltando lágrimas silenciosas. Entonces escuché la puerta derribarse y a gente gritando diversos hechizos. Levanté la mirada y vi a un grupo de personas las cuales se abrían paso a base de hechizos hasta mí. Me pitaban los oídos y tenía la vista borrosa, pero cuando pude enfocar vi que la puerta estaba abierta. Utilizando la poca fuerza que me quedaba me levanté y corrí hacia ella, y en apenas unos minutos ya había atravesado el jardín delantero y me encaminaba hacia el bosque. Fui bastante ingenua al pensar que nadie me perseguiría, porque cuando estaba a punto de adentrarme entre los árboles, un rayo verde pasó casi rozando mi cabeza. No miré atrás, era joven, no estúpida.

Pronto llegué al filo de un acantilado, podía ver la espuma de las olas rompiendo contra las rocas treinta metros más abajo. No había escapatoria, era el fin. Intenté tomar otro camino, dar la vuelta y volver al bosque, pero ellos ya estaban allí. Barajé las dos opciones que tenía: de un modo u otro, acabaría muerta independientemente de mi elección. Di un paso atrás, acercándome al borde.

- ¿De verdad piensas saltar? No seas estúpida, hija, morirías. Ven con tus padres. Nosotros cuidaremos de ti, tendrás una vida larga y llena de lujos, como mereces.- dijo mi padre estirando una mano hacia mi- no vale la pena derramar una sangre tan pura como la tuya... en vano.

- Una vida como la vuestra no es una vida- dije fría, mirándolos directamente a los ojos.

Vi como a lo lejos llegaban corriendo las personas que habían irrumpido en la mansión y como mi padre empezaba a avanzar hacia mi. No me dio tiempo a pensar en lo que estaba haciendo, tampoco en si era la decisión correcta. Simplemente di dos pasos hacia atrás, y cuando me quise dar cuenta ya estaba cayendo. Escuché unos gritos, pero ya me parecían lejanos. Miré abajo y vi como cada vez estaba más cerca del agua, así que cerré los ojos e intenté recordar algunos de los momentos felices que había vivido. Por desgracia, no había ninguno. Me encontraba cayendo al vacío, hacia una muerte segura, sin ningún tipo de recuerdo feliz y con el único consuelo que no volvería a sufrir más.
Diez metros para el impacto. Vuelvo a cerrar los ojos y me imagino en un bosque, lleno de flores y altos árboles. La luz se cuela entre las ramas y se refleja en un arroyo.
Cinco metros. Inspiro fuertemente y huelo el mar, es un olor totalmente nuevo para mi.
Dos metros. Me preparo para el inminente impacto.
Un metro. Voy a morir en tres, dos, uno...
Sentí como mi cuerpo impactaba contra el agua, con un ruído sordo. Sentí frío, como el agua me envolvía y la espuma me acariciaba las mejillas. El camisón se enredaba con las olas y mi pelo volaba en todas direcciones. No sentí dolor, nada en absoluto. Fue como si el mar me abrazara, como si volara. Abrí los ojos y vi los rayos del sol colándose a través de la superficie. Era una vista totalmente hipnotizadora, hermosa y mágica. Por primera vez en toda mi vida, sentí eso por lo que los hombres empiezan las guerras, por lo que las mujeres se quitaron el corset, por lo que la gente vive: no poder, sino libertad. Es curioso, lo último que sentí antes de morir fue lo que me dio más vida. Cerré los ojos con una sonrisa y me hundí en las profundidades, mientras dejaba salir todo el aire que tenía en los pulmones.

•Riptide• j.s.pWhere stories live. Discover now