Capítulo Ocho

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No sé cuánto tiempo llevo en la cama, pero la temperatura me parece haber bajado y los párpados me pesan. Todo este tiempo he estado sola en la habitación y el silencio ha logrado tranquilizarme, aunque no he dejado de pensar en dónde me encuentro y con quiénes estoy. Las lágrimas me caen por las mejillas cuando recuerdo las palabras del chico de la máscara blanca, diciendo que no voy a poder escapar.

Unas voces se escuchan desde el otro lado de la puerta. No logro entender muy bien lo que dicen, así que me levanto lentamente de la cama y voy de puntillas hasta la puerta, donde reconozco una voz grave y distorsionada, como la de un demonio en las películas de terror, como si hubiera salido del mismísimo infierno.

Retrocedo un paso, temblorosa.

—¿Qué ha pasado?— pregunta aquella voz, con un tono plano.

—Nada— esa es la voz del chico de la máscara.

—¿Por qué no has ido a colgar las notas con los otros proxys?— vuelve a preguntar el demonio.

¿Qué son los proxys?

—No he tenido la oportunidad...— responde el chico, bajando un poco el tono de voz. En ese momento, no me parece tan amenazador como cuando me agarró de los brazos, me amenazó y me obligó a meterme en la habitación. ¿Por qué de repente parece intimidado? ¿Quién es esa persona? ¿Es humano siquiera?

Unas manos me agarran de los brazos y me obligan a separarme de la puerta. Una respiración pesada e irregular choca contra mi oreja y unos dedos me envuelven el cuello, impidiéndome respirar. El miedo se extiende por todo mi cuerpo como el veneno y me quedo rígida y de pie en medio de la habitación.

Te encontré, Gwendolyne.

Delante de mis ojos puedo ver a mamá en el suelo, con la mirada perdida y una expresión de horror en el rostro con los ojos llenos de lágrimas. Tiene la camiseta rota y el cuello doblado en un ángulo imposible con un tono morado y una herida en la sien que no deja de sangrar.

Quiero gritar con todas mis fuerzas, pero tengo la garganta cerrada y no me salen las palabras.

Empiezo a temblar.

Mi niña...

No, no.

—¡No!— chillo. Las manos me sueltan y caigo al suelo boca abajo. Una punzada en el estómago me asalta y ahogo un gemido, tumbándome boca abajo en el suelo. Me remuevo hasta que la puerta se abre y se cierra de golpe.

—¿Qué coño haces? ¿Quieres que te maten?— me pregunta el chico de la máscara, cabreado, mientras se agacha y me da la vuelta en el suelo para levantarme. Pasa uno brazo por mi espalda y otro por debajo de mis muslos y me levanta para volver a tumbarme en la cama. Cuando sus manos enguantadas me sueltan, el cuero me produce un escalofrío y logro darme cuenta de que estoy en ropa interior frente a él. Sin embargo, no parece importarle. Doy un respingo cuando su mano se posa sobre mi frente y me quedo rígida sobre la cama —Todavía tienes fiebre.

Me lo quedo observando durante unos segundos. Es de complexión bastante delgada, es alto y tiene el cabello castaño, casi pelirrojo, los hombros anchos y las piernas y los brazos musculosos. Parece bastante inquieto y no aparta su mirada de la puerta.

—¿Cómo te llamas?

Los ojos negros de su máscara se clavan en mí y yo quiero envolverme en las sábanas para esconderme de él.

—¿Le preguntas eso a un asesino que puede matarte en cualquier momento?

Se me congela la sangre cuando pronuncia la palabra asesino. El color de mi piel se vuelve blanco como la nieve y los temblores vuelven a sacudirme.

Gwendolyn, Gwendolyn... ¿por qué no bajas a darle un abrazo a papá?

—No.

—¿No?— su mano se apoya en la cama, justo al otro lado de mi cabeza, y mete su otra mano en el bolsillo de su chaqueta. Se me corta la respiración cuando la hoja brillante de un cuchillo aparece y mis ojos buscan los suyos, tapados de negro. En un solo parpadeo, algo afilado se está posando en mi mandíbula inferior.

Trago saliva.

—¿Crees que una persona normal viviría en el bosque y llevaría máscara y un cuchillo?— me pregunta.

Abro la boca para hablar, pero la punta del arma se me clava más. Mi brazo se mueve solo y mi mano se aferra al de él, haciendo fuerza para alejar el cuchillo de caza de mí.

—¿P-por qué me estás escondiendo s-si puedes matarme?— balbuceo, sin apartar la mirada de las cuencas negras de su máscara. Él parece vacilar y aleja su cuerpo del mío, incorporándose ligeramente.

No quiero morir, he soportado demasiado como para morir ahora. Quiero salir de aquí, escapar...
Él se zafa de mi agarre y vuelve a guardar su cuchillo en el bolsillo de su chaqueta. Yo me llevo la mano al cuello y lleno mis pulmones con todo el aire que puedo antes de soltarlo lentamente. Cierro los ojos y suerbo mi nariz intentando tranquilizarme.

Ha podido matarme, no lo ha hecho.

¿Asesino?

—Come— su voz me obliga a girarme a una mesa de madera descuidada y no muy limpia. Encima, hay un plato con una rodaja de pan y un vaso de agua. Él me está dando la espalda.

—No tengo hambre...

—Desde que te traje aquí, no has hecho más que vomitar por la sobredosis— me reprende. El tono de repulsión de su voz me hace sentirme mal conmigo misma, culpable. Miserable —. Tienes que comer algo para limpiar tu estómago.

—Pero, yo...

—¿Quieres morirte de hambre?— me cuestiona. Está empezando a perder la paciencia.

Me levanto de la cama y recojo del suelo mi ropa. Él sigue dándome la espalda, por lo que me pongo los pantalones y la camiseta corriendo. Voy hacia la mesa y lo primero que hago es acabarme el vaso de agua de un solo trago. Toso durante unos segundos, pero le doy un mordisco al pan.

—Masky.

Trago el trozo de pan que estaba masticando y me giro a verle.

—Ese es mi nombre.

Sin embargo, sé que es un nombre falso.

Me limpio las comisuras de mi boca con el dorso la mano y espero a que me mire, pero no lo hace.

—Yo soy Gwen...

—Gwendolyn, ya lo sé.

Su respuesta me sorprende. No obstante, recuerdo que él me ha estado siguiendo por un largo tiempo al instituto y a casa. Todo sin alejarse del bosque.

—Claro...

Esta vez, sí se da la vuelta para verme. Se acerca a mí y se detiene a unos centímetros. Cuando el cuero del guante de su mano derecha roza mi mejilla siento otro escalofrío. Mi cuerpo se estremece y desvío la cabeza a otro lado.

Su mamo se aleja de mí, como si se hubiera quemado.

—No salgas de la habitación.

No respondo. Él se aleja y sale del cuarto, dejándome sola.

Schizophrenic[Masky]© Book 2Where stories live. Discover now