Transcurrieron varias semanas desde que te admitieron en la esperada universidad que tanto anhelabas entrar. Siendo una estudiante de intercambio los nervios estaban a flor de piel. Contabas los días y noches, preparando todo lo necesario para no dejar las cosas a último momento.
Te habías esforzado para sacar las mejores notas y todo había dado sus frutos.
A su vez, no soltabas las guías de inglés que tu madre tenía para mejorar lo más que podías. Lo hablabas fluidamente y lo entendías. Pero querías estar completamente segura de no olvidar nada por si te traicionaban los nervios.
Sabías que iban a ver varios estudiantes de diferentes nacionalidades, te daba mucha curiosidad y ya querías conocerlos.
Lástima que te costaba un poco relacionarte.
No era tu culpa. Siempre fue así. Era como si tu mente quedara en blanco por completo y apenas podías recordar tu nombre.
Pero, está vez iba a ser diferente. Ya tenías dieciocho años, era momento de poder defenderte sola.
Ibas a estar en una universidad extranjera, con gente nueva y un mundo nuevo por descubrir.
Todo ocurrió en un parpadeo y cuando te diste cuenta, tus maletas estaban listas y estabas a tan solo unos pocos minutos de tomar tu vuelo.
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