41: El Lugar Es El Infierno

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Damian.

Aparto las libretas llenas de garabatos y partituras escritas de manera torpe, revueltas entre papeles de la universidad y trabajos a medias.

Mi teléfono comienza a sonar, el volumen casi al máximo, contesto la llamada con rapidez.

—¿Hola?

—Bloqueaste mi número —la voz furiosa al otro lado de la línea La reconozco de inmediato.

Mierda.

—No bloquee tu número, cambié de dispositivo —respondo, finalmente.

—He sido demasiado paciente —comenta, furioso.

—Son las tres de la mañana, Jack —respondo— ¿Qué voy a hacer?

—¡Esperé tres meses! —ladra, tengo que apartar el teléfono de mi oído para no dañarme.

—Bien, bien... —accedo— ¿A dónde debo ir?

—A mi departamento ¿A dónde más podrías ir? ¿O prefieres que mis amigos y yo vayamos a cobrarte?

Mis ojos van directo al único pasillo de mi departamento, al final de este está durmiendo ella, en mi cama.

Ni muerto.

—Ahí voy —digo.

—Pago completo.

—Entiendo —para cuando digo eso él ya ha dado por terminada la llamada.

Resoplo con cansancio mientras entro a la aplicación del banco con el nudo retorciéndose dentro de mí. Reviso mis fondos y el alivio recorre mi sistema cuando encuentro que tengo el dinero suficiente.

Adiós a mis quinientos.

Había dejado otra deuda arrastrarse por demasiado tiempo y mi error esta vez, además de no pagar mis deudas a tiempo, estaba en haberme involucrado con la persona incorrecta.

Jack me va a golpear, ese es un hecho. Me quedo en el banquillo del banco, pensando en qué decir para evitarme la paliza que se aproxima.

Podría sólo depositar el dinero a su cuenta pero eso no va a evitar que venga a golpearme.

Me resigno a la idea de regresar a las cuatro de la mañana con la cara morada y me levanto del asiento. Entro a la habitación en silencio, descuelgo la primera chaqueta que encuentro y me calzo las botas.

Tiro de la capucha negra sobre mi cabeza, cubriendo mi cabello corto.

—¿No vas a dormir?

Me giro hacia ella. Sus ojos se entreabren, quejumbrosa, estira su brazo y toma mi mano.

Le acaricio el rostro.

—Duerme, vendré a la cama pronto —respondo.

Asiente, despacio y sus ojos se vuelven a cerrar. La observo durante algunos segundos, cerciorándome de que esté dormida.

Ronca, es buena señal.

No tomo las llaves del auto, aunque eso facilitaría el trayecto, corro el riesgo de regresar con ventanas rotas.

Menudo imbécil que es Jack.

Salgo del edificio, saliendo de mi calle repleta de casas idénticas una a la otra. La calle pobremente iluminada y los árboles se mueven junto con el viento de manera violenta y las hojas caen al pavimento.

Me detengo en el primer cajero que encuentro y retiro el dinero de mi cuenta, sintiéndome tan molesto.

Guardo la tarjeta con fastidio dentro de mis bolsillos y sigo caminando calle abajo hasta llegar a la avenida, donde detengo un taxi.

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