55: La Liga Cristalitos de Jesús

269 38 11
                                    

Damian.

Todo es extraño aquí, cada acción que solía ser cómoda, familiar y cotidiana se siente extraña estando aquí. Comer, dormir, nadar temprano por la mañana, ir al grupo después del desayuno, escribir por la tarde, rezar antes de cenar.

Por primera vez en años no estaba haciendo algo que significase algo. No sabía qué hora era cuando salí del agua, no me permiten ver la hora aquí

Pese a los días que tenía sin drogarme y todo lo que pensé cuando decidí venir aquí, aún puedo sentir los hormigueos en el cuerpo, aún me desespero olfateando como perro el equipaje de otros internos.

Me estaba volviendo loco estando alrededor de estos muros.

No drogarme pero estar afuera me daba seguridad, sabía que si me quebraba correría al dealer más cercano, pero estando aquí no tengo a dónde ir, si me quiebro me ahogo en mi propio ácido.

—¿Ya leíste?

La voz de Mitch llega a mis oídos, sacándome de mi propio martirio mental. Se sienta a mi lado con el libro de cubierta color menta.

—Sí, ya voy casi por la mitad —respondo despreocupadamente.

—Te ves muy mal —dice.

—No me dejan tomar mi medicina —respondo, fastidiado.

Mis problemas de siempre han decidido romper el muro y seguirme hasta aquí. Llamarlos por su nombre era vergonzoso, evitaba hablar con Mitch sobre ello.

Decir que la depresión estaba cavando un hoyo en mi pecho y que la ansiedad me carcomía el cerebro durante la noche me llena de vergüenza.

—Se supone que no debes dejar el tratamiento —dice, frunciendo el ceño.

—Sí, pero siguen siendo drogas aunque me ayuden —me encojo de hombros—. No puedo dormir, y el sonido que hace la rejilla del conducto de ventilación al chocar con la pared me está volviendo loco.

—La depresión es normal cuando entras en estado de abstinencia —me anima.

—¿Entonces por qué sigo un tratamiento desde incluso antes de ser adicto? —cuestiono— Necesito dormir, necesito saber qué hora es y necesito salir...

—Vamos aquí una semana... —me recuerda—, solo tres semanas más para ti.

—Para ambos —le recuerdo.

—Me voy a quedar un mes más.

Me giro hacia él, encarando a mi amigo de cabellos decolorados. Se encoje de hombros a modo de disculpa.

—No puedo solo, te lo dije y estar aquí me hace sentir tranquilo —se disculpa con la mirada—. Que estés aquí es genial, Damián, quédate.

—Tengo una vida allá afuera —le corto.

—¿Y qué tan bien te ha venido funcionando? —pregunta— Mira, sé que te estás sintiendo muy mal ahora y que probablemente sientas que es el fin del mundo...

—Es que es el fin del mundo.

—No exageres —golpea mi brazo—. Mira, no importa cuánto tiempo estés aquí dentro, si al salir sigues siendo mismo pues no habrá válido una mierda, yo vine aquí a cambiar pero ya no estoy seguro de que tú quieras lo mismo.

Cambiar encabezaba mi lista de cosas qué hacer y pese a los días aquí sigue siendo la número uno, pero volver a sentirme ahogado, volver a sentir que los días no tienen nombres ni horas no me ayuda. Sentir que no tengo control de lo que hago me hace sentir un extraño en un cuerpo conocido.

HighWhere stories live. Discover now