CAPÍTULO 64: SABRINA

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3 años más tarde

Sabrina estaba enfadada. No, enfadada era poca cosa. ¡Estaba furiosa!

– ¡Llevamos cuatro años juntos, Ori! ¡Cuatro años y ha olvidado mi cumpleaños! –despotricó con su teléfono móvil pegado a la oreja.

– Mujer, no te enfades tanto. Ya sabes que Leo es un despiste andante. De todas formas... ¿estás segura de que se ha olvidado de verdad? –preguntó su amiga al otro lado de la línea.

Oriana y ella cada vez eran más cercanas. Pese a que la pelirroja estaba estudiando en L.A. con su marido Connor, desde que ambas dejaron el instituto en Nueva York habían mantenido un contacto fluido. Sí, habéis leído bien. Marido. Cuando ambos cumplieron los dieciocho, la dulce parejita se casó haciendo una "íntima" celebración con todos sus amigos semidivinos, en la que incluyeron a toda la Cabaña de Hermes, que preparó una gran broma al novio, que de alguna forma, quedó empapado de pintura azul al final del día. Nico di Angelo y Travis Stoll fueron los padrinos, mientras que el Entrenador Hedge, Reyna (que había abandonado su lugar como cazadora de Artemisa para ver a su amiga casarse), Sadie Kane y Will fueron los testigos de la unión. Fue una celebración llena de lágrimas (por parte de Sabrina, Piper, Hazel y Juliette, que fueron las damas de honor más lloronas de la historia). Desde que el señor y la señora Stoll volvieron de su merecida luna de miel en México (regalo de Leo y Sabrina) habían estado conviviendo en un modesto pisito de estudiante en el que daban asilo a todos los gatitos callejeros que encontraron. La última vez que Sabrina se había atrevido a preguntar, iban por el cuarto animalillo.

– Leo nunca se ha olvidado de mi cumpleaños. Jamás. Siempre es el primero en felicitarme, y esta vez... Digamos que se le ha adelantado un dios escamoso.

Tritón. Otra vez. Cada Navidad, cada cumpleaños, el dios marino le dejaba un presente (mas o menos llamativo) con una elaborada carta en la que hablaba de su belleza, valentía y le deseaba lo mejor desde lo más profundo de su alma. En sus escuetas dedicatorias jamás nombró su fracaso a la hora de pedir su mano o de las posibles pero desconocidas intenciones con ella. Este año había sumado a su joyero un precioso anillo con una brillante piedra negra engarzada en oro imperial. No era mágico, como aquella primera pulsera, pero era una joya ostentosa. Justo como le gustaba a Tritón.

– ¿De nuevo la gamba?

– Sí –suspiró–. De nuevo la gamba.

Charló un poco más con su amiga y antes de colgar le despidió deseándola un muy feliz cumpleaños una vez más. Cuando dejó su móvil en la mesa, un maravilloso smartphone adaptado para semidioses gracias a las últimas invenciones que había estado desarrollando Leo con su nuevo equipo de investigación, y se encontró de nuevo con su pila de apuntes quiso echarse a llorar.

Aquel era su segundo año estudiando Periodismo y Dirección Empresarial en una universidad de Nueva York y, aunque le costara admitirlo, a veces echaba de menos el furor de la batalla. El ritmo que llevaba en aquella nueva vida que había construido era frenético, pero no podría compararlo jamás con los viejos tiempos, aquellos en los que su mayor preocupación era seguir respirando un día más para poder salvar más vidas. Aquellos tiempos en los que era la célebre Elegida de Apolo.

Suspirando decidió abandonar el estudio y volver a mirar los regalos que ya había recibido. Hermes había llegado aquella mañana con una docena de paquetes del Olimpo, igual que cada cumpleaños tras la derrota de Valerie: Afrodita había vuelto a sorprenderla con un estuche de maquillaje y un precioso vestido color menta, Atenea con una pluma cuyo cargador de tinta no se agotaría jamás, de parte de Deméter había llegado un hermoso ramo de flores, y de Apolo... Quizás Apolo se había pasado con el piano de cola encantado, pues jamás perdía su afinación. Su piso no tenía espacio para un instrumento de aquel tamaño. Quizás iba siendo hora de comprar esa casa de la que habían hablado Leo y ella.

LA HEROÍNA; HÉROES DEL OLIMPO ▪Leo Valdez▪(N°3)Where stories live. Discover now