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Tanjirō había obligado al inquieto joven a sentarse en una de las sillas giratorias para poder curarle el raspón que tenía en su rosada piel

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Tanjirō había obligado al inquieto joven a sentarse en una de las sillas giratorias para poder curarle el raspón que tenía en su rosada piel. El pelinegro, después de quejarse y refunfuñar un rato, acató sus ordenes con mucha pereza mientras se movía de un lado a otro en la silla impulsándose con sus pies, en la espera de la llegada del pelirrojizo quien había ido hasta el cuarto de descanso por algunos algodones, alcohol y curitas.

Al llegar notó a algunos de los revoltosos jóvenes reírse del peliazul quien los ignoraba olímpicamente recargado en la silla y girando en ésta sin parar.

Giyū se encontraba apoyado en la pared de brazos cruzados y observándolo con una mirada amenazante como si estuviese advirtiéndole que, después de que se vayan los adolescentes hormonales, lo mataría sin dudarlo. Zenitsu hacía globos con su saliva ignorando a todos y Mitsuri había entablado una amena conversación con el extraño joven de ojos heterocromáticos.

Kamado se acercó hasta el chico peliazul y paró la silla agarrándola desde uno de los apoya brazos y, antes de que el joven comenzara a gritarle groserías por parar -según él- su divertido juego de girar, apretó el empapado algodón contra el raspón del chico originando un pequeño gritito un poco afeminado.

—Maldito Kentaro. — masculló entre dientes el revoltoso muchacho.

Tanjirō volvió a sonreír bajo la agresiva y atenta mirada esmeralda del chico.

—¿Dónde están mis chocolates? — preguntó sin perder tiempo observando todo el cuerpo de Tanjirō en busca de sus preciadas golosinas.

El pelirrojizo frunció un poco el ceño y aclarándose la garganta dijo:

—Primero te curaré el raspón y luego te daré los chocolates si te portas bien. — regañó aún concentrado en lo que hacía.

—¡¿Eh?! — exclamó inclinándose un poco hacia adelante. — ¡Quiero mis chocolates ahora!

—No seas caprichoso, Inosuke. — comentó con desinterés el alto joven de cabellos blancos.

—¡Cállate Uzui, nadie esta hablando contigo!

Tanjirō al ver que Inosuke estaba dispuesto a levantarse de la silla para golpear al peliblanco rápidamente puso su mano en su hombro desnudo y le dio un leve empujón para que se recargase de nuevo en la silla.

—Te prometí los chocolates y te los voy a dar, solo tienes que esperar... — dijo él en un intento de calmar la agresividad del azabache.

Inosuke chasqueó la lengua y se cruzó de brazos haciendo una adorable mueca de enojo.

Minutos después, Tanjirō había terminado de desinfectar la herida y le había puesto una curita rosada con dibujitos de Hello Kitty.

—Toma.

Sacó desde un bolsillo interior en su delantal dos barras medianas de chocolate, uno blanco y otro negro.

El azabache los agarro con rapidez con los ojitos brillosos y no perdió tiempo en romper el empaque de los dos y comerlos al mismo tiempo.

Tanjirō sonrió enternecido y acomodó los cabellos despeinados del jovencito.

Se dió media vuelta y su expresión cambió observando a los amigos de Inosuke, los cuales parecían dormirse sentados en el suelo.

—Esta muy mal lo que hicieron, ¿saben? — regañó con el ceño fruncido y sus manos puestas en su cadera.

—¿Eh? — murmuró un joven de cabellos blancos y una gran cicatriz en su rostro. — ¡¿Qué hicimos?!

Al chico se lo oía molesto porque aquel atrevido chiquillo de cabellos rojos parecía su mamá regañándolo cuando se mandaba alguna cagada en extremo.

—Su amigo se cayó, se golpeó y nadie se acercó a ayudarlo, es más, ¡se rieron de él! — exclamó.

—¡Pero tampoco es que se haya muerto! — gritó con molestia Uzui.

—¡Por poco! — contraatacó Tanjirō. — Se suponen que son sus amigos, deberían de ayudarlo y no reírse de él.

—¿Y tú por qué lo ayudaste? Ni lo conoces. — peleó el chico de las cejotas negras y puntiagudas.

Tanjirō iba a contestar antes de quedarse completamente mudo. ¿Por qué lo había ayudado?, es decir, él junto con sus amigos estaban haciendo travesuras en un lugar en el que no deberían. Pudieron romper algo o lastimarse de gravedad y él, junto con sus compañeros de trabajo, deberían de pagar los platos rotos e incluso perder su empleo.

¿Por qué lo había ayudado?, se preguntó una vez más.

Además de haberlo ayudado, le había dado dos chocolates gratis y, para ser sincero, aquellos chocolates no eran tan baratos si nos poníamos a pensar. Pudo darle unos mas pequeños y de una marca no tan cara, pero había elegido unos que fácilmente rondaban los cien pesos.

Se sintió algo cohibido de repente.

Se aclaró la garganta y se pasó la mano por el cabello con un notable nerviosismo. El joven de cabellos rubios enarcó una de sus negras cejas con una sonrisa burlona plasmada en su rostro.

—Lo ayudé porque él es un cliente y yo un empleado, es mi deber como trabajador de éste lugar mantener a mis clientes satisfechos y ayudarlos en lo que pueda y necesiten. — explicó intentando convencerse a si mismo de sus propias palabras.

Suspiró y volteó a observar al joven de cabellos azabaches el cual parecía sumergido en su propio mundo, mientras seguía degustando los chocolates con sus mejillas rosadas completamente manchadas.

Volvió la vista a los demás jóvenes y agregó con la voz un poco más firme: —Si hubiese sido uno de ustedes u otra persona la que se cayó, hubiera reaccionado de la misma manera en la que reaccioné con su amigo.

¿Verdad? Quería convencerse de que sí.

¿Verdad? Quería convencerse de que sí

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lays ➶ 𝐢𝐧𝐨𝐭𝐚𝐧Where stories live. Discover now