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CAPÍTULO DIEZ

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Hoy era uno de esos días en los que no despertó por el sonido de la molesta alarma de su celular, más bien, por otra de las videollamadas que su padre hacía con alguno de sus socios a primeras horas de la mañana. Solo soltó un molesto bufido, para luego salir de la cama y comenzar con la rutina que venía siguiendo por unos largos años.

Una ducha, ponerse el molesto uniforme (el cual no lo favorecía para nada), tomar lo primero que encontraba en el refrigerador y esperar a que su transporte llegara a recogerlo. Una vez dos de esos pasos estuvieron listos, fue hacia la cocina por cereal mientras veía las gotas de agua caer de sus cortos rizos a medida que caminaba.

Escuchó las pisadas de su padre minutos después, sabiendo que aquella era su indicación para salir de la habitación e ir al jardín trasero. Al seguir escuchando la voz del hombre por el teléfono supo que sería otra de esas largas conversaciones que mantenía, por lo que era el momento perfecto para sentarse en una de esas sillas reclinables al borde la piscina y sacar algo de su mochila.

Miró hacia los lados, asegurándose que nadie se encontrara a los alrededores (ya varios de los empleados de su padre lo habían traicionado). Una vez se aseguró de aquello sacó el paquete de cigarros de entre sus libros, para luego sacar uno de ellos y ponérselo entre los labios. Prendió el encendedor que siempre guardaba en su bolsillo trasero, y lo acercó a sus labios.

Una vez pudo aspirar el humo con saborizantes de fresas pudo sentir la calma inundar sus pulmones (casi literalmente), haciendo que pudiese relajar su cuerpo por completo y soltar un suspiro de alivio. Era una mala costumbre que adquirió desde hacía un año, luego de comenzar a ir a demasiadas fiestas por un tiempo (unos meses). Recuerda como sintió el humo sofocar sus pulmones la primera vez que lo intentó, pero poco a poco se acostumbró a ellos y a la calma que le brindaban cada vez que los aspiraba. Era adictivo.

Pero, aquella calma se fue en el momento que unos pasos se escucharon, para que luego el cigarro fuera quitado de sus labios sin darle tiempo de poder reaccionar. Este fue tirado al suelo, y un zapato de vestir color negro aplastó el pequeño fuego que salía de la punta. Soltó un suspiro; había sido atrapado, de nuevo.

—Luke, ya hablamos de esto —su padre habló con ese tono tranquilo que aprendió a portar con el paso del tiempo. Él tomó asiento en la silla de al lado y posó las manos en su regazo —. No debes seguir malogrando tus pulmones si quieres volver al-

—No quiero volver —se apresuró en responder sin algún rastro de emoción en su voz —. Creí que ya lo había dejado claro.

—Tu psicóloga dijo que la mejor de superar un trauma es-

—No me importa —sus manos se hicieron puños, mientras su mirada estaba puesta en el agua de la piscina —. Estoy cansado de que sigan decidiendo lo que "creen" que es mejor para mí.

—Nos preocupamos por ti —la voz seguía tranquila, haciendolo desesperar más. Quería que le gritara, que lo hiciera darse cuenta del mal hijo en el que se convirtió después de todo lo que pasó, pero no lo hizo. Tal vez, su padre también tenía algo que superar —. Tú... Amabas estar ahí, ¿recuerdas? —sintió sus ojos picar, pero ignoró aquello —. Siempre íbamos a ver todas tus competencias. Ella siempre-

—No la menciones —interrumpió entre dientes. Esto ya era demasiado para solo una mañana de un lunes —. Solo-... Solo déjame.

—Sabes que no puedo hacer eso, Luke —la mano de su padre se posó sobre su hombro, haciendo que esta vez sus ojos se cristalizasen. Odiaba estas conversaciones —. Si sigues sin escucharme tendré que hablar con tu-

Leave Your Mark With Every Bite ☆ mukeWhere stories live. Discover now